• 20/04/2010 02:00

La pobreza ensalza la política

Proyecciones estadísticas, datos demográficos y estudios oficiales muestran que un tercio de los pobres actuales en Panamá son ex integr...

Proyecciones estadísticas, datos demográficos y estudios oficiales muestran que un tercio de los pobres actuales en Panamá son ex integrantes de la clase media. El hecho constituye un sarcasmo histórico, cuando uno evoca que, durante la mayor parte del siglo pasado, el sueño de los pobres fue llegar a ser clase media.

Pero, más allá de los tremendos efectos psicosociales de este despeñadero histórico, quisiera recordar que el hecho tiene complejas consecuencias políticas. Durante más de veinte años de turbulencia transformativa de esta sociedad, la dictadura militar de Torrijos y Noriega representó los intereses populares. La primera conquista fue la participación política, condición inexcusable de las reivindicaciones económicas y sociales, no tan apremiantes en aquellos tiempos por el crecimiento de la economía con activa movilidad social ascendente. Por esto fue aquello que "el pueblo al poder", consigna sobreviviente de esos tiempos, precisamente como un catalizador para impulsar al partido de los militares de vuelta al sillón, luego del nacimiento de la nueva democracia.

Hay que recordar que entre 1968 y 1989, los gobernantes de turno tomaron la posta en la expresión de las necesidades de los más pobres y marginados, a los que sirvieron, al modo populista, tanto a través de la beneficencia pública como a través del derecho de los nuevos trabajadores que los años benévolos de la dictadura incorporaban al sistema productivo.

Posteriormente y sin querer reconocerlo del todo, el militarismo se consolidó en sectores medios a pesar de las políticas retrógradas, en parte por su tremendo aparato de repartir prebendas y también por simpatía partidista.

Pero hoy las cosas son mucho más complejas, tras los sismos económicos y sociales de los últimos años. La pobreza actual en Panamá expresa una profunda crisis de poder, distributiva y cultural, del conjunto de esta sociedad, y ello plantea desafiantes dilemas políticos. Quienes vienen de la pobreza tradicional tienden a conformarse con algún poquito más que pueden recibir, y a mostrarse reconocidos al patrón de turno. Traslucen menos amargura que los sectores medios devenidos en pobres, más propensos a la desconfianza y al resentimiento, envenenados por la percepción del despojo.

Pero ellos añoran algo más que los bienes y el ingreso perdidos. Extrañan también un conjunto de valores y objetivos de vida en los que no pocos creyeron y vieron luego fracasar. Su escepticismo no es olvido, es desaliento. Quizá, para una generación siguiente, será violencia.

El dilema de la reconstrucción de la política sobre esos escombros sociales tiene perplejo al espectro político panameño. La democracia, triunfante en el poder desde 1989, refleja sus errores al enarbolarse en consignas sociales —"ahora le toca al pueblo"—, las cuales desnaturalizan su verdadero propósito, al acumular pequeños o grandes privilegios particulares que atropellan la equidad y profundizan la desigualdad.

La actual democracia vacila ante el agobio del propio descrédito. La clase gobernante, agotada ya la esperanza de la receta neoliberal, enmudece. ¿Quién tendrá mensaje creíble y posible para los desencantados? Porque, paradójicamente, en esa pobre clase media empobrecida reside, potencialmente, la mayor fuerza política para gestionar la reinserción de la mayoría de los panameños, hoy en la sala de espera del camino hacia un mundo de oportunidades de realización plena y dignidad.

Si el dilema central del panameño de hoy es la desigualdad, la respuesta tiene que ser esperanzadora. No puede ser divisoria o fragmentaria, como ha predominado en nuestra historia política y social. Para tal efecto, el país requiere de políticos que cuenten con un currículum digno para presentarse y ganar ese concurso cívico. Hasta ahora, no existe ningún partido político con prédica igualadora y de ciudadanos íntegros, atributos fundamentales para hacer de un pueblo una nación. Por eso, curiosamente, sólo reconociendo y haciendo caso de nuestra realidad podremos proyectarnos hacia el futuro.

Para encaminarse a ese destino, el país deberá evitar la ansiedad por fechas electorales, así como la lectura de encuestas por un tiempo. Sólo concentrar la energía en buenas ideas y todavía mejores comportamientos. Los panameños tardamos casi un siglo en lograr que la primera de nuestras reivindicaciones centrales se realizara. Hoy los tiempos exigen no sólo paciencia, sino también trabajar con otros sectores tradicionalmente divergentes.

Si eso no se hace, el reto seguirá vacante hasta que lo recojan quienes sepan insuflarle a la política la semilla de la confianza. El rumbo está claro: hacia un país sin contradicciones sociales tan profundas como el actual.

*Empresario. lifeblends@cableonda.net

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