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- 09/09/2020 00:00
Política tirada por los cabellos
Los humanos han tenido siempre la convicción de que los ejercicios del poder dependen de la forma como se analice la realidad social y se busquen caminos para alcanzar la prosperidad. El pensamiento, la reflexión y otras herramientas cerebrales ponen a los grupos en el camino para ejercer la política y las múltiples estrategias y actividades que la conforman. Pero también lo que está encima de la cabeza, el cabello puede ser un determinante funcional.
Nancy Patricia D'Alesandro Pelosi, debe ser consciente de ello. Hace poco, estuvo en una peluquería para hacerse el tratamiento acostumbrado, durante el poco tiempo libre que tiene por la agenda sumamente congestionada de su posición como presidenta del Congreso de los Estados Unidos. Mientras hacía que le atendieran, al parecer, olvidó ponerse su mascarilla y esta omisión -filmada detalladamente- le ha costado mucho en su imagen.
Los enemigos partidarios han hecho una fiesta y los memes y mensajes de Twitter no se han detenido; incluso hasta de su más enconado enemigo rubio, quien la ha tratado de “loca” y ha criticado que ella esté “siendo diezmada por mantener abierto un salón de belleza, cuando todos los demás están cerrados…”. El comentario burlón aplica una puntillada final, al resaltar que la congresista líder “sermonea” constantemente a todos los demás.
Desagradable experiencia anecdótica que quedará registrada en el futuro sobre cómo un corte de pelo haya podido tener tal trascendencia. No es un asunto nuevo. Ya está consignado en los textos bíblicos cuando el judío Sansón confió a Dalila su secreto de que era la abundante cabellera la razón de su extraordinaria fuerza. Ella procedió a cortárselo mientras dormía y así los filisteos enemigos le atraparon para someterle a tormentos.
La apariencia y forma como se luce el “tocado” ha sido históricamente una modalidad expresiva de los sentimientos tanto social como políticamente. Hay una significativa pintura de Frida Kahlo -Autorretrato con pelo cortado-, en que ella está sentada con unas tijeras en la mano y mechones en su regazo, a su lado y en el suelo, que expresa la nostalgia que sentía luego de separarse del pintor Diego Rivera.
No solamente es un asunto de moda o cultura. Cuando las primeras autoridades europeas llegaron a las colonias brasileñas, las mujeres que estaban en el puerto apreciaron que las damas que venían en los barcos traían unos pañolones sobre la cabeza y les quedó la idea de que era la costumbre en aquel lejano continente y la asumieron, sin saber que, a causa de una epidemia de piojos, aquellas señoras se habían rapado y cubrían el cuero cabelludo.
Esa imagen femenina de negras con turbantes tiene esa curiosa circunstancia en aquel país y que ha servido para definir una condición, así como la compleja inequidad que caracteriza al racismo. Mucho más acá, el signo del peinado tiene una dimensión que llega a las esferas de Gobierno. Pablo Iglesias, el vicepresidente español, expone su larga cola de caballo que le tipifica más que su propia dinámica retórica.
En pandemia, la atención de las necesidades foliculares ha sido un detalle destacable. El extendido confinamiento obliga a buscar remediación de este importante asunto de la imagen. Al reiniciarse la apertura de las actividades vinculadas a los servicios, inmediatamente se ha dado un valor trascendental a estos negocios. A tal punto, que hubo reclamos sobre el tiempo requerido para buscar los cortes y otras atenciones.
La aplicación de queratina adquirió un renombre en las estrategias públicas. Alguien recordó que asistir a un salón de belleza y solicitar las diferentes opciones cosméticas, además de dicho químico, duraba más y hubo que cambiar los términos del toque de queda, medida actual, esencial para satisfacer a la población. Así, retocar el cabello se vuelve básico.