- 20/11/2009 01:00
Opulencia, injusticia social y desastre ambiental, ¡qué trío!
Desde pequeño mis padres me inculcaron la admiración por la eficiencia mostrada por los norteamericanos en el manejo que hacían de la antigua Zona del Canal.
Ya de adulto, empero, comprobé que no todo lo que hacían era digno de imitar, como por ejemplo aquello del famoso mantenimiento preventivo, en especial cuando se confundía con medidas de gastos en exceso comprando lotes de piezas y equipos que reemplazaban a aquellos que aún estaban en su periodo de vida útil.
Tales acciones expresaban una cultura de opulencia, presentes en ese país aún, en tanto que se usaban recursos como si cuyas fuentes fueran infinitas. A la vez, este tipo de prácticas reflejaba un consumismo (consumo que excede lo ética y socialmente necesario) que presionaba por una demanda de bienes, que a su vez, requerían materias primas y gastos energéticos no suplantados en la naturaleza, aportando a la actual crisis ecológica global.
Aún más, junto a ese pecado ecológico, tal opulencia estaba sustentada en un sistema injusto contra el Estado panameño, toda vez que se priorizaba ese tipo de gastos en no pocas ocasiones superfluo, para que los gastos de los recursos del Canal se equipararan a sus ingresos, de manera que no se diera la imagen de abundancia que pudiera despertar la gula de las clases políticas y empresariales panameñas hacia reclamos por mayores rentas por las operaciones de la entonces Zona del Canal en manos gringas.
Hoy, hemos visto superado ese período gracias a la firma y cumplimiento de los tratados canaleros Torrijos-Carter, pero las prácticas de esa cultura de opulencia sigue impregnada en la mayor parte de los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país. Y mientras más elevado de posición en la pirámide socioeconómica y de poder esté situado(a) más oportunidad encuentra para dar rienda suelta a las perversiones de esa cultura de opulencia, que un teólogo católico la llama también “ del exceso ”.
Recientemente, autoridades gubernamentales y algunas poblaciones en Azuero vienen hablando de la construcción de una nueva potabilizadora de agua en un río distinto al que actualmente le sirve de fuente, dado que éste en los últimos años ha resultado contaminado por el derrame de las tinas de oxidación de porquerizas que vierten sus aguas sin control. ¿Habráse visto tamaño homenaje a la degradación ambiental?
Aquí, contaminadores, autoridades y moradores(as) están siendo consecuentes con una práctica social propia de quienes hacen parte de la cultura de la opulencia, que en este caso equivale a decir: “ Permítase contaminar gratis un río, porque hay otros ”. Nadie le pide cuentas a los contaminadores, irónicamente identificados por autoridades y pobladores. A nadie se le ha ocurrido seriamente exigirles un aporte proporcionado para la nueva planta potabilizadora o para el saneamiento del cuerpo de agua contaminado, para no ahuyentar a prestigiosos inversionistas, según dicen algunos. Es preferible sacar los fondos del Erario Público; sí amigo(a) lector(a), ¡de su cartera y de la mía!
Lo cierto es que el comportamiento de unos(as) y otros(as) obedece a una misma cultura, la de la opulencia, que incurre en injusticias sociales y cada vez más desastres ambientales. Solo una cultura alternativa, podría terminar con este matrimonio tripartito.
*Consultor en Sociología ambiental.pinnock2117@yahoo.com