• 17/10/2012 02:00

Son compatibles la ética y la política? (III)

Mientras tanto, se abandona o se rechaza la celebración de debates públicos sobre la posición, percepción, y modificación de las priorid...

Mientras tanto, se abandona o se rechaza la celebración de debates públicos sobre la posición, percepción, y modificación de las prioridades partidaristas en el logro del bienestar común, en la racional, eficiente y honesta utilización de los recursos de la nación para la realización de obras necesarias o urgentes, y en la atención que merecen los diversos factores de progreso nacional. Las conclusiones o acuerdos racionales impostergables se tergiversan por relumbrantes o engañosos gritos de combate. Esto no es nuevo, ni ahora es peor que antes.

Una cuidadosa e indispensable lectura de ‘Estudios sobre el Panamá republicano (1903-1989)’, de los prestigiosos historiadores Patricia Pizzurno Gelós y Celestino Andrés Araúz, nos lleva de campaña en campaña electoral, desde los inicios de la República, destacando los hechos más importantes, describiendo como ‘virulentas’ las de 1932, en las que inclusive se inmiscuyó el ministro de los Estados Unidos, al expresar, que ‘Acción Comunal tiene características parecidas al Ku Klux Klan’; a ‘tensa... en extremo’, ‘accidentada’ y controversial del ‘36; la desafiante y ‘oficial’ de 1940, en la que el distinguido Dr. Ricardo J. Alfaro denunció el descuento del 10% de los salarios públicos para financiar la campaña del candidato oficial, y al final tener que solicitar a sus simpatizantes la abstención de concurrir a las urnas, y de cuya fase violenta recuerdo yo de niño que en Penonomé, relevantes muestras públicas de la represión a simpatizantes políticos en Marica de Antón; la ‘convulsionada y agitada campaña’ del ‘48, con la participación de ‘pies de guerra’, iniciada con tres años de anticipación; la tensa campaña del ‘64; la desastrosa campaña del ‘68, con balas y ‘boinas negras’, descréditos familiares y personales, actos de coacción; y las coercitivas militarmente del ‘89. De 1968 al ‘89 la política y los políticos se transfiguraron a la sombra del militarismo, con todo lo que esta transformación implica. Luego, a pesar de las esperadas confrontaciones, denuncias e insultos, no cabe duda de la superación demostrada en las cuatro campañas electorales de 1994 a 2009. Es de esperar que este compromiso cívico no decaiga ni desaparezca.

Todo lo anterior, convulsionado por los largos e inexplicables procesos de recuento de votos, fraudes a la vista de todos, que luego fueron afrentosamente reconocidos y enmendados, sin castigo para nadie y ventajas posteriores para muchos. Los panameños hemos superado la mayor parte de estos vicios. A nadie se le ocurre hablar abiertamente de posibles fraudes, porque el Tribunal Electoral, que ha presidido el supremo torneo del sufragio durante los últimos 23 años, ha dado muestras de seriedad y responsabilidad, y ha ganado el respeto y la confianza de la ciudadanía. Es curioso que en países de primer mundo se perciben y se habla actualmente de temores alrededor de estas anomalías.

Muchos increpan de manera sincera a quienes no se incorporan a la política partidarista para combatir desde adentro los yerros que ‘alegremente’ critican. No les falta razón, y a quienes como al autor cae el guante, tenemos el valor y la vocación para el ejercicio social y de servicio que demanda la política. Pero, salvadas muy escasas excepciones y aún así, fuera de la satisfacción condicionada que he escuchado de hombres preclaros sobre el ejercicio del poder y del manejo de la cosa pública, la frustración, el desgaste, la amargura que la maledicencia imprime a relaciones caras, inclusive de familiares y amigos cercanos, parece no justificarse el esfuerzo y el sacrificio, luego de ver reinstalarse la ineficiencia y la deshonestidad después de austeros períodos y arriesgados esfuerzos de superación y privaciones.

Con el profundo respeto que siempre sentí por un distinguido galeno, académico sin par, caballero intachable y, en sus postrimerías, líder político idealista y formal, me permito citar conmovedoras palabras de su recién publicadas Memorias, dedicadas a sus hijos: ‘El único propósito es dejarles un legado escrito sobre el desenvolvimiento de mi vida, mis experiencias múltiples, inquietudes, logros y decepciones. Lo que dejo impreso sólo a ellos les interesaría, pues representa el recuerdo de la vida de un esposo, de un padre y un médico que luchó en un medio muchas veces hostil, repleto de egoísmo y de codicia, y de un ciudadano que se aventuró, en sus años ya maduros, en la vida política de la patria panameña, que le dio vida y supo estimular en su espíritu la rebeldía contra la perenne injusticia social, política y económica que se proyecta sin aparente solución positiva hacia un futuro incierto’.

A pesar de estas elucubraciones, nunca he dejado, como muchos, de interesarme por la cosa política del país, de debatir el tema dentro de principios y valores, de tratar de orientar el proceso por el mejor camino y sentido que conozco y pudiera modestamente contribuir. En 1963, desde Chiriquí dirigí la iniciativa de un Comité Nacional pro Pureza Electoral, que no adquirió la dimensión nacional deseada, porque el Tribunal Electoral de entonces no la consideró oportuna ni apropiada, pero que hizo meditar y participar a tirios y troyanos desde todas las instituciones cívicas, y encarar con éxito, desde las mesas de votación, incipientes amenazas e intentos de desviaciones y prácticas indeseables. Luego, la Fundación Panameña de Ética y Civismo que presido, ha encontrado metas comunes y una provechosa relación con los actuales estamentos electorales del Estado.

Soy un convencido de la fuerza de la virtud ciudadana cuando se practica en conjunto desde el fondo de cada buen patriota, y que el ejemplo obligante del desprendimiento es el mayor incentivo para generar confianza y respeto. Para eso, el compromiso y la acción deben generar fervor y convicción. La integridad no debe nutrirse del odio y la amargura. El valor del voto debe ser sagrado. La política ni el político deben perder el alma. No son estos meros enunciados, son principios, guías y compromisos que deben dar a la política y a los políticos el respeto y la trascendencia que no sólo la democracia exige, sino que demandan la armonía y la solidaridad humana. Es un credo que es preciso contener y repetir en reuniones, seminarios, actuaciones, selecciones, inducciones, y cuyo desconocimiento o violación debe exigir sanción de manera inquebrantable, en los códigos, en los partidos y en la sociedad, cuando no en los tribunales.

Los partidos políticos y las entidades oficiales deben acordar efectivas campañas de ética y coral política, de civilidad y de guías legales básica, de urbanidad y buenas maneras, con asignación presupuestaria adecuada, y encomendarlas a organismos de servicio cívico, para que esta sea una campaña general comunitaria, con responsabilidad de todos. No son difíciles de emprender estas actividades. De esta manera, acercaríamos más los conceptos de la ética y la política.

En algún momento leí, de un escritor francés, que hay tres cosas que parecen ilógicas en la vida: la guerra, el amor y la política.

Tercera y última parte...

PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN PANAMEÑA DE ÉTICA Y CIVISMO.

Lo Nuevo