• 26/05/2021 15:31

Las tortugas marinas, especies carismáticas de los océanos panameños

Las tortugas marinas son considerados reptiles y sus ancestros se remontan a unos 200 millones de años

Las tortugas marinas representan un recurso valioso de la biodiversidad marino-costera global, ya que son especies longevas, migratorias que ocupan diversos hábitats y transcienden las aguas de jurisdicción nacional de diversos países (Donlan et al. 2010). Estas especies gozan de una simpatía entre los seres humanos, quizás en gran parte por su modo de vida dual en el cual las hembras emergen a las playas en determinadas épocas del año para desovar y luego desaparecen en el océano de donde vinieron. Adicional a esto, la gracilidad con la que se mueven dentro del agua que asemeja al lento vuelo de un ave.

Las tortugas marinas son considerados reptiles y sus ancestros se remontan a unos 200 millones de años, cuando los grandes dinosaurios aun poblaban la superficie de la tierra. Esto nos da idea de la importancia evolutiva y ecológica que estas especies tienen como parte de nuestra biodiversidad global. En el mundo se conocen hasta hoy unas 7 especies de tortugas marinas de las cuales 5 habitan las aguas jurisdiccionales de la República de Panamá: Lora (Lepidochelys olivacea), Verde o caguamo (Chelonia mydas), Carey (Eretmochelys imbricata), Baula, Canal, Tres filos, Siete filos, Lobo marino (Dermochelys coriacea) y la Cabezona (Caretta caretta) (Arauz et al. 2017).

La morfología, ecología y comportamientos de las tortugas marinas varia de especie a especie. Por ejemplo, la C. mydas tiene hábitos fuertemente herbívoros, mientras que la Dermochelys coriacea es preferiblemente carnívora (se alimenta casi exclusivamente de medusas), y la Eretmochelys imbricata se alimenta de esponjas y algas. El tamaño es algo interesante en estas especies pues la más pequeña que podemos ver en las aguas panameñas es la L. olivacea que llega a alcanzar un tamaño curvo del caparazón entre 60 a 70 cm (Hart et al. 2014; Robinson et al. 2019; Flores et al. 2021), mientras que D. coriacea puede alcanzar hasta 2.5 m (Márquez 1990) en esta medida.

Todas las especies de tortugas marinas se encuentran en algún estado de amenaza (CITES 2019), causados en gran parte por amenazas antropogénicas directas (e.g. saqueo de huevos, usos, tráfico, pesca incidental; Donlan et al. 2010). Sin embargo, el nivel de amenaza puede variar de acuerdo a las distintas poblaciones que se estén considerando, ya que cada una mantiene sus propios caracteres fenotípicos y viven bajo condiciones ambientales que las hacen únicas (Wallace 2011). Por ejemplo, a nivel global la D. coriacea está considerada como vulnerable mientras que algunas poblaciones se consideran en peligro crítico de extinción. En este sentido los conservacionistas y ecólogos han propuesto la creación de las Unidades Regionales de Manejo o RMUs por sus siglas en inglés (Wallace et al. 2010). Una de estas unidades es la del Pacífico Este que cubre desde Alaska hacia la mitad del Pacífico hasta parte de la costa de Chile. Según esta evaluación D. coriacea y E. imbricata en esta región se encuentran bajo una situación de alto riesgo y amenaza, mientras que L. olivacea y C. mydas tienen un escenario menos crítico (Wallace 2011).

Dentro de esta gran región y en un marco más regional se ubica el Pacífico Este Tropical, que abarca desde la punta sur de la península de Baja California en Estados Unidos de América hasta el norte del Perú en Suramérica. Dentro de este paisaje se ubica la Isla de Coiba en Panamá, declarado parque nacional y un sitio de Patrimonio Natural Mundial declarado por la UNESCO en 2005. En las costas y aguas de este inmenso parque marino, habitan 4 especies de tortugas marinas (una quinta la Caretta caretta por confirmar) (Rodriguez y Ruiz 2011, Arauz et al. 2017). No solo ofrece Coiba un paraíso para turistas sino una variedad de ecosistemas para las tortugas marinas en diversos estadios de desarrollo. Por ejemplo, recientemente se ha confirmado la importancia de los ecosistemas de Coiba como un punto caliente para la sobrevivencia de la tortuga carey del Pacífico Este Tropical (Llamas et al. 2017) donde a la fecha ya se han marcado cerca de 500 ejemplares. Coiba es además parte de un corredor marino que conecta las Islas del Cocos en Costa Rica con las de Malpelo y Gorgona en Colombia y el Archipiélago de Galápagos e Ecuador lo que, dado el carácter altamente migratorio de las tortugas marinas, permite el intercambio genético y facilita la conectividad energética de recursos marinos entre estas zonas de América.

Pese a la existencia de paraísos para las tortugas marinas en nuestro país como Coiba, se requieren de ingentes esfuerzos para promover su conservación. Aunque en muchas partes del país la costumbre del consumo de huevos de tortugas marinas ha disminuido (CITES 2019), en parte debido a la migración de personas hacia centros urbanos y al cambio de hábitos alimenticios y culturales, este hábito no ha podido ser eliminado. La República de Panamá cuenta con una amplia legislación en materia de conservación de vida silvestre, y es signataria de diversos convenios internacionales que abordan el tema de la conservación de las tortugas marinas o sus hábitats (Arauz et al. 2017, CITES 2019), pero sigue faltando más cumplimiento de las normas y sinergia entre instituciones y grupos locales. Por ejemplo, están la Convención de CITES que regula el tráfico de especies de fauna y flora silvestre, la Convención Interamericana para la Protección de Tortugas Marinas (CIT), cuyas resoluciones abordan temas directos sobre aspectos normativos y actuaciones de conservación. Además de esto, Panamá cuenta con un Plan Nacional para la Conservación de Tortugas Marinas con lineamientos específicos y líneas de acción y una recién creada Dirección Nacional de Costas y Mareas dentro del Ministerio de Ambiente. Dentro de este esquema se vienen apoyando diversos viveros artificiales ubicados a lo largo del país (lugares donde los huevos de las tortugas son trasladados para protegerlos del saqueo y la depredación por animales), unos con mayor o menor impacto, manejados enteramente por grupos comunitarios, voluntarios, ONGs o incluso el propio gobierno. La gran mayoría de estos viveros se enfocan en una sola especie, la L. olivacea, quizás por ser la de mayor demanda en consumo de huevos ilegal y relativamente más abundante en las costas. Esto requiere ser evaluado de manera de incentivar la protección también de otras especies menos abundantes como la E. imbricata o la C. mydas.

En términos de conservación es necesario priorizar recursos y reforzar la declaración de nuevas áreas que son sitios de forrajeo y anidación de tortugas marinas, como por ejemplo en la Comarca Ngäbe-Bugle (el arrecife de coral cerca de Tobobe, Playa Roja y Punta Níspero) y Playa Bluff en Bocas del Toro, así como varias áreas marinas en la provincia de Los Santos. Todas estas acciones deben ir de la mano con el respaldo de organizaciones de base, científicos y ONGs que trabajan en la conservación de estas especies. Por ejemplo, a través del conocimiento ecológico local sobre la existencia de nuevas playas de anidación (Meylan et al. 1985; Carr and Carr 1991) y mediante la generación de conocimiento a través de la ciencia ciudadana que está tomando mucho auge en las últimas décadas (e.g. Flores et al. 2021). Esto facilita la participación local en actividades futuras de conservación y monitoreo de tortugas marinas (Senko et al. 2011).

Para concluir, el futuro del planeta y de las tortugas marinas está en manos de la especie humana. Las acciones que como país realicemos tendrán repercusiones a nivel global, debido a el carácter transfronterizo que tienen estas especies. Cada largo viaje que comienza una tortuga marina será el producto de los pequeños pasos que cada uno de nosotros realice.

*Especialista en biodiversidad, Estación Científica COIBA AIP

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