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- 18/05/2010 02:00
Lecciones desde la UP-Curundú
“El primer enemigo del hombre es su propia ignorancia”. Durante la crisis norieguista las clases en Curundú (El Domo) continuaron y no se veía a ningún guardia de seguridad ni soldado de aquel país. Las puertas de ese edificio son típicas de edificios públicos en países donde son un requerimiento de seguridad. Son gruesas, de metal, con un sistema de fácil manipulación, que a voluntad del administrador impiden la entrada y a la vez facilita la salida de las personas.
El sábado 15 de Mayo, Día de Victoriano Lorenzo, pude constatar que las puertas del edificio de la UP en Curundú fueron definitivamente cambiadas. Una profesora que pasaba en ese momento las llamó “ Puertas frágiles, de juguete ”. En su afán reeleccionista, G1 hizo que la seguridad de las puertas del edificio de Curundú saltara en reversa del primer mundo al mundo del ridículo. De los 40 asesores de G1, los de ingeniería y arquitectura deben ser reprendidos por ineptos. Si ese cambio hubiese sido planeado con tiempo, puertas con el dispositivo de barras de pánico (contra pánico) o barras de choque (panic bars o crash bars) hubieran sido encargadas. La seguridad de los que trabajamos en ese edificio de día y de noche no se mide en dólares y menos en centavos, señor rector.
La idea de las barras de pánico o barras de choque surgió después del desastre de Sunderland en Inglaterra en 1883, en el cual murieron aplastados por la multitud 183 niños debido a una puerta que no abrió. Su uso se intensificó después del incendio del teatro Iroquis en Chicago, el 30 de diciembre de 1903, que dejó 602 muertos. El modelo inicial apareció en 1908, diseñado por Carl Prinzler, quien de casualidad se había salvado en dicho incendio.
Y como si el cosmos de Coelho estuviese conspirando y advirtiendo, el viernes 14 de mayo, en la tarde, mientras las quitaban de su marco, un incendio por falla eléctrica en el edificio del Global Bank puso en aprietos a los sistemas de seguridad civil.
Pero como la UP es autónoma, nadie puede inmiscuirse en su falta de edificios amigables para discapacitados ni en horrores de seguridad que saltan a la vista. Menos en “ abusos ” electorales prohibidos en la vecina República de Panamá. Y qué decir de la necesaria auditoría de los fondos públicos que todos pagamos y que mi pariente Núñez Fábrega mantiene en el limbo.
*Docente universitario. rramores@yahoo.com