• 04/07/2025 00:00

Fascinación literaria de los cuentos artísticos

El cuento es un fascinante género narrativo cuyos méritos se basan en la concisión anecdótica y formal, así como en la relativa brevedad del texto, además del interés que pueda suscitar lo que se relata. Al igual que la novela, cuenta una historia —sólo que con mucha mayor brevedad— en la que suele haber pocos personajes. Desde la primera línea hasta la última, el lector debe quedar prendado de lo que ocurre, aunque a veces lo principal no esté en un primer plano, sino subyacente, sumergido, apenas sugerido. El autor trabaja sus materiales en profundidad, no de manera horizontal, y con el meticuloso cuidado de un orfebre.

Así, cada palabra es importante, cada descripción, cada sugerencia. No debe sobrar ni faltar nada en el texto, cuyo desenlace puede ser fulminante, sorpresivo, a veces revelador. Escribir cuentos supone la necesidad de narrar una “tajada de vida” en la existencia de alguien; un momento, una situación, los contrapuntos de un sentimiento. En este género no hay tiempo ni espacio suficientes para explayarse: la síntesis y la elipsis son los recursos dominantes, así como la existencia de un conflicto.

En cuanto a sus dimensiones, hay minicuentos de pocas líneas, de un solo párrafo o de una página; cuentos cortos: de mediana extensión, y largos. Existen cuentos líricos, realistas, fantásticos, metafísicos, oníricos, psicológicos, eróticos, de horror, de crítica sociopolítica, de ciencia ficción, o bien metaficcionales, entre otros. Algunos cuentos pueden ser considerados como de personaje, otros como de situación o atmósfera, y otros más como de acción, dependiendo del énfasis que se le dé a cada aspecto. Pero en todos los buenos cuentos predomina la impresión de que su escritura era necesaria, acaso indispensable.

En toda historia que se cuenta en este difícil género, la elección del narrador en cuanto al punto de vista desde el que se narra, del tono, de la atmósfera, así como el uso de técnicas adecuadas, permiten que el cuento tenga un halo especial, un encanto difícil de precisar, una suerte de sutil capacidad de seducción en el ánimo del lector. Podría decirse que el buen cuentista es un mago que mantiene la atención del espectador —del lector— de principio a fin con sus trucos bien manejados, perfectamente administrados por un oficio experimentado y un ingenio singular.

Si la vida es una compleja red de convergencias y divergencias, sucesión de acontecimientos a menudo imprevisibles por más que haya planes meticulosamente trazados por voluntades esforzadas, la buena literatura concebida como arte implica una necesidad creativa en la visión de mundo que muestra. No un simple reflejo mimético, sino una recreación interpretativa que añade al mundo una obra digna de ser leída y valorada. Así, los escritores, por naturaleza agudos observadores del entorno y de la propia interioridad, auscultamos la no pocas veces escurridiza realidad, la analizamos con una híbrida combinación de conocimiento, experiencia, investigación, intuición e imaginación, y la plasmamos en textos que esperamos sean significativos debido al dominio de nuestro oficio...

Y es que la buena literatura debe hacer pensar y sentir al mismo tiempo, tomar conciencia, expandir la imaginación, permitir al lector sensible entrar a un mundo de certezas, extrañamientos, negaciones, sinsentidos y posibilidades de todo tipo dictadas por el lenguaje que su creador, con su talento, eficazmente ensambla. La función del escritor es, por tanto, auscultar las diversas facetas de la experiencia humana, sus recovecos; esos que no siempre están a la vista, tanto en lo individual como en lo colectivo, para finalmente hacer una propuesta: la de su propia visión de mundo.

Si bien es cierto que cuando se trata de una escritura más compleja, como la que se da en un poema, cuento o novela, a menudo implica esa necesidad del autor de escribir precisamente para tratar de comprender mejor el caos interior o el del mundo externo, lo cierto es que el arte de escribir bien implica esa urgencia por tratar de entender al menos qué es lo que en determinado momento o situación no se entiende, válgase la paradoja. Paradoja sólo aparente, puesto que el solo hecho de saber plantear los elementos de lo indescifrable, lo enigmático, lo misterioso, lo contradictorio o lo absurdo de la vida, ya es una forma de empezar a descifrarla.

“El cuento más bello del mundo es aquel que logra una fusión perfecta entre un momento de gran plenitud humana y una forma perfecta, armónica, inevitable”.

*El autor es escritor, profesor jubilado, promotor cultural y editor
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