• 11/06/2010 02:00

Compromiso, vigencia y renovación de la UP

Desde el nacimiento de las primeras universidades en el mundo occidental, entre los siglos XII y XIII hasta nuestros días, y prescindien...

Desde el nacimiento de las primeras universidades en el mundo occidental, entre los siglos XII y XIII hasta nuestros días, y prescindiendo de considerar sus antecedentes en la famosa Academia para la Formación de la Juventud Aristocrática Griega, que fundara Platón en el año 387 a.c., o en los centros de altos estudios de civilizaciones tan antiguas como la china, persa y árabe, muchos cambios y transformaciones han tenido lugar en el seno de las universidades. Así ha sido en todas las épocas y condicionados siempre en gran medida, al modelo de organización social, política y económica que ha prevalecido en las sociedades. Planes de estudios, métodos de enseñanza, perfiles profesionales de egresados; así como medios y fuentes de financiamiento y criterios de ingreso, permanencia y egreso, han sido revisados, modificados o trastocados.

La Universidad de Panamá, considerada el principal patrimonio cultural con que cuenta actualmente nuestro país y que se aproxima a culminar un recorrido educativo y cultural que ya cubre siete décadas y media, no ha estado exenta de este proceso natural de configuración de las universidades públicas modernas. Sin embargo y pese a los cambios no siempre positivos ni convenientes que ha sufrido a lo largo de su evolución, de apegarnos con todo rigor a la justicia y a la objetividad, debemos reconocer que la Universidad ha sabido corresponder a su responsabilidad histórica con la Nación panameña y sigue siendo uno de los pilares fundamentales en que descansa nuestra identidad y nuestro desarrollo.

Al cabo de setenta y cinco años de compleja y fecunda historia, no hay duda de que la Casa de Octavio Méndez Pereira continúa sosteniendo firmemente su compromiso con una educación superior, como derecho humano inalienable, inherente y esencial de todos los panameños. De igual modo, es evidente que sigue sustentando la formación integral de los estudiantes desde una perspectiva humanística y social, animada por la seguridad de que por la vía del conocimiento es solo posible alcanzar la plena liberación del ser humano.

Pero en el mundo actual, donde aún el neoliberalismo como parte de su proyecto político, económico y cultural, mantiene vigentes sus recetas principales para el sector educativo, estos compromisos, al igual que el esfuerzo permanente por la pertinencia, el mejoramiento de la calidad, la superación de la exclusión, el afán por la equidad; en definitiva, el propio carácter público de la educación superior, corren un peligro considerable.

Y es que pese a la extraordinaria contribución académica, cultural, espiritual, científica y humanista que la Universidad de Panamá ha entregado a la sociedad panameña desde su fundación —tributo que evidentemente es perfectible y está obligado a serlo— no dejan de faltar los que escogen minimizar sus aportes para amplificar solo sus defectos pasados o presentes. No obstante, esto no es el problema que más debe preocupar a los universitarios y a sus autoridades.

Esta universidad, como muchas otras en el mundo, se enfrenta a exigencias y desafíos que de materializarse, socavarían cualitativamente su esencia, misión y objetivos históricos. No van dirigidas a comprometer seriamente su vigencia, sino que buscan acomodarla al servicio de intereses privados, donde la rentabilidad, la competitividad y los criterios estrechamente económicos, servirían para medir y valorar la educación superior y el conocimiento humano.

Es por eso que la Universidad de Panamá ciertamente debe renovarse. Pero esa renovación no puede ser dictada por una visión estrictamente empresarial o por orientaciones marcadamente mercantilistas. Nuestra universidad debe, en sus setenta y cinco años de historia, reafirmar su compromiso permanente con la educación como derecho social universal y fundamental de los panameños, que vaya dirigida siempre a la formación de personas no solo instruidas y críticas, sino capaces de participar activamente en un proyecto de desarrollo nacional y humano, que disminuya la profunda brecha entre ricos y pobres y reduzca sustancialmente las lacerantes desigualdades sociales que hoy prevalecen en nuestra sociedad.

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