Decenas de famosos alabaron este lunes el estilo de los dandis negros y lucieron conjuntos de sastrería extravagantes en su honor en el preludio de la...

León XIV, Robert Francis Prevost, de 69 años, es el primer papa estadounidense, un agustino conciliador al que la Iglesia ha decidido apostar en tiempos de polarización de Donald Trump y de declive en Estados Unidos y el mundo. En sus primeras palabras ha llamado a la paz, a la creación de puentes y al diálogo. Y es que su elección ha llegado en un momento de profunda necesidad. No solo para los católicos, sino para el planeta. La humanidad, golpeada por guerras, por divisiones que convierten al hermano en enemigo, mira hacia Roma no solo en busca de un pastor, sino de un líder: alguien capaz de recordar que, antes que bandos, somos personas. La historia reciente nos ha enseñado lo frágil que es la convivencia y lo fácil que se desmoronan las certezas cuando los puentes se abandonan y se erigen muros. En este clima de tensión global, el papel espiritual del papa adquiere una relevancia que trasciende los confines del catolicismo. Se espera de él una voz clara que no responda al ruido de las trincheras, sino al susurro profundo de la conciencia. No se trata de tomar partido, sino de desarmar el lenguaje del odio y volver a sembrar la confianza, el respeto, la escucha. El nuevo papa debe hablar a los creyentes, sí, pero también a los que han perdido la fe en las instituciones, en la política, en los otros. Su voz debe ser un eco del clamor de los migrantes sin tierra, de las víctimas sin justicia, de los jóvenes sin futuro. No se trata de resolverlo todo, pero sí de recordar que aún es posible el diálogo; que tender la mano no es signo de debilidad, sino de una fuerza más radical: la de una humildad que no se rinde. Este es el tiempo de los puentes. Que su pontificado sea una semilla de paz.