• 08/03/2011 01:00

‘Carnavales de la city’

N unca olvidaré la reunión que sostuvimos en los principios de los setenta con el general Torrijos. Como presidente del Club Kiwanis me ...

N unca olvidaré la reunión que sostuvimos en los principios de los setenta con el general Torrijos. Como presidente del Club Kiwanis me tocaba pedirle el aeropuerto de Río Hato para presentar las 500 millas, carrera de autos para recoger fondos. Torrijos aceptó la idea y nos autorizó la pista, condicionado a que teníamos que permitir la venta de pipas, frituras y demás por parte de los moradores de Río Hato. Nos pareció que eso afectaba a los concesionarios de bebidas que patrocinaban el evento, pero el general fue enérgico, solo podíamos usar la pista si los moradores se beneficiaban y para la comunidad de Río Hato la presencia de los miles que verían la carrera era positiva si podían venderles algo.

El día de la carrera, como las veces que la hicimos en la pista, comprendimos el interés de Torrijos. La venta de las comidas por los moradores no solo económicamente les fue un éxito, además fue motivo de curiosidad y gusto de los extranjeros que presenciaron la prueba automovilística. Pocos comprenden el impacto en la economía de los pueblos por la afluencia de visitantes a fiestas patronales, carnavales o simplemente fines de semana. La inyección de dinero a estos pueblos es parte importante.

Curiosamente, esa experiencia fue la que me cambió la opinión sobre los carnavales en la ciudad. Si bien es cierto que los carnavales de los cincuenta para mí nunca serán superados, aquella época donde las reina del Club de Yates, del Hotel Panamá, de la Colonia China, del Club Unión, la reina oficial de los carnavales y hasta reina de la Zona del Canal competían con carros alegóricos y comparsas por la ciudad, no es menos cierto que la ciudad se merece tener sus carnavales. No dudo que muchos turistas vendrán atraídos por los carnavales de Las Tablas, o los acuáticos de Penonomé, pero al menos algún día lo pasarán en la ciudad, junto a los miles de capitalinos que se quedan y festejan en su propio patio.

El carnaval de la ciudad no solo hay que medirlo en la alegría y vistosidad, sino también en lo que aporta a la economía de miles de panameños que logran en sus ventas y gracias recibir ingresos. Desde el disfrazado que cobra por su foto hasta los vendedores de accesorios, comidas y bebidas. Si bien Panamá es criticada por algunos porque hasta el gobierno cierra prácticamente los tres días, como el centro bancario hoy con conexiones internacionales, por otro lado, es excelente paréntesis en medio de nuestras tribulaciones y presiones. La fiesta y la farsa permiten al pueblo olvidar temporalmente las presiones y angustias de las situaciones agravadas por un futuro incierto ante las crisis del Medio Oriente, que solo presagian aumentos acelerados en el costo de vida.

Admito que estoy entre los miles que no cree que los carnavales de la ciudad los debe organizar el gobierno, si hemos podido entregar a los clubes cívicos la organización de otros eventos, ¿por qué no entregar a los clubes cívicos la organización de los carnavales? Todos los años se turnarían entre los clubes que acepten el reto, ejemplo, 20-30, Rotarios, Kiwanis, Cámara Junior. Estos clubes reciben apoyo de la capital en sus actividades, bien podrían devolver a esta al menos la organización anual de las fiestas, en forma decente, organizada y ordenada. Los clubes podrían aportar un porcentaje de sus recaudaciones normales para el fondo de carnaval, o bien organizar actividades que les permitan organizarlos. Yo recuerdo las famosas Juntas de Carnaval, donde prominentes hombres de empresa participaron y los patrocinios desinteresados de las empresas cerveceras.

Este año nuevamente el gobierno ha corrido con el Carnaval de la City, dirigidos por el director general de la Autoridad de Turismo, Salo Shamah. No dudo que miles de capitalinos han salido a pasar las fiestas unos en carnavales en el interior, otros a descansar como días feriados y otros, los menos, al extranjero. Pero lo cierto es que en una ciudad de más del millón de habitantes son cientos de miles los que permanecieron a disfrutar la fiesta de la capital. Al final, mañana, al barrer las últimas serpentina y confetis del piso, volveremos a la normalidad, a recordar el costo de la luz, la falta de agua y terminar de equipar a los niños para la escuela.

*INGENIERO Y ANALISTA POLÍTICO.

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