• 27/05/2012 02:00

La ministra negra no tiene trenzas...

Cuando el presidente Martinelli nombró a Lucy Molinar como su ministra de Educación quedé pasmado. Fue para mí un acto incrédulo y preoc...

Cuando el presidente Martinelli nombró a Lucy Molinar como su ministra de Educación quedé pasmado. Fue para mí un acto incrédulo y preocupante, pues colocaba al Ministerio encargado de la Educación de nuestra nación —cuya función primordial es educar y amoldar a nuestra juventud en lo que es ser hombres y mujeres dentro de una sociedad justa y democrática— en manos de una persona carente de experiencia pedagógica y magisterial.

Con el transcurso del tiempo dejé de pensar en ella y en el gobierno de turno, conformándome en la aceptación filosófica del adagio, ‘Los pueblos generalmente eligen gobiernos que ellos se merecen’. El incidente de las trenzas y la llamada telefónica de la cual nos cuenta el Licenciado Barrow resucitó su presencia y la gran tristeza que siento al ver que en pleno siglo veintiuno, una mujer negra se autodesprecia y, peor aún, desprecia a su etnia.

Lamentablemente, el incidente de las trenzas no es la única indicación de su ignorancia. Como anfitriona de televisión tuvo ella la osadía de indagar ácidamente a una Reina de la Sociedad de Amigos del Museo Afro Antillano —una señora de la tercera edad— y parafraseo: ‘¿Por qué ustedes no han aprendido a hablar bien el español?’.

Hoy, sin temor a equivocarme, puedo sustentar lo dicho y sugerir atinadamente que nuestra ministra carece de conocimiento etno-ancestral; es decir, la historia del africano, tanto en nuestra nación como en la diáspora africana subrayando su ignorancia de la voracidad del europeo para dominar, controlar y consolidar su poderío y su personalidad sobre los recursos naturales y materiales del planeta.

Una persona educada sabría que el español, el inglés, el francés, etc. son idiomas a los cuales hemos sido forzosamente indoctrinados y, mediante el uso e internalización de ellos, reflejamos en nuestro comportamiento los valores que nuestros conquistadores y colonizadores lograron imponer —valores que reflejaban y reflejan SUS definiciones de lo que es un ser humano ‘civilizado’. Los habitantes del continente americano, el africano y el asiático han sido y siguen siendo víctimas del azote racial y cultural histórico europeo.

Señala la Dra. Patricia Pizzurno en su libro ‘Memorias e Imaginarios de Identidad y Raza en Panamá...’ que ‘las teorías racistas arraigaron fuertemente en América Latina donde las elites encandiladas por el modelo de la sociedad europea y deslumbradas por el proyecto contradictorio liberal-civilizador, se negaban a acepar la heterogeneidad racial y la abrumadora superioridad numérica mulato-mestiza’. (Pág. 44)

La Dra. Pizzurno añade otro retazo del pensamiento político y cultural de dicho período, que, a mi juicio, podría ser hoy. Escribe ella, ‘Para aquellos hombres, la idea de que los negros y las poblaciones mezcladas eran biológicamente inferiores se demostraba ‘científicamente’, mediante la observación que revelaba que eran la síntesis de todos los vicios: inmorales, perezosos, libertinos, sucios, embusteros, ladrones, débiles, lujuriosos, sensuales, indolentes, salvajes y estúpidos’.

Decir que eso fue ayer es ser ingenuo e intentar tapar el sol con nuestras manos. El ‘poder’ político y social todavía yace en las manos de nuestra ‘elite’. Sostengo que sería deshonesto intelectualmente e incorrecto pintar a todos los componentes de dicha oligarquía y sus sicofantes con la misma brocha o pensar que la ministra es única, sería indefensible. El mulato José Domingo Espinar llamaba a los grupos negros ‘tumbaga istmeña’. Empero, la historia también nos ha enseñado que desde la breve estadía del Dr. Carlos A. Mendoza en nuestra Presidencia hasta hoy el racismo panameño ha perdurado.

En su libro ‘El Imperialismo y la Oligarquía Criolla Contra Carlos A. Mendoza’, Celestino Andrés Araúz relata ‘Cuando, a mediados de 1910, Carlos Antonio Mendoza, un mulato... mostró interés en reelegirse en el cargo... encontró una tenaz oposición por parte de los conservadores. Estos utilizaron toda clase de subterfugios para coartar las aspiraciones de Mendoza... sobre todo sacaron a relucir prejuicios sociales... a saber: el color de su piel’. (Pág. 15)

Esta generación, creo yo, desconoce lo significativo del uso de las trenzas. Nunca sufrieron los desprecios y dardos con que eran sometidos los afrodescendientes panameños. Todo lo bello y lo bueno era lo blanco. El pelo lacio era pelo bueno y el pelo malo era el del negro.

El surgimiento del peinado ‘afro’ para nosotros los afrodescendientes fue más que un acto de protesta contra el racismo. Conjuntamente fue una manifestación colectiva de lo bello del africano. La juventud panameña de dicho período, deseosa de expresar igual sentimiento, fue azotada por la Guardia Nacional, que les cortaba el cabello. Fue mi amigo, el difunto Licenciado Walter Chandler, quien, gritándole al guardia, ‘¡Es un extranjero!’ me protegió de la indignación de perder mi melena, lo que para mí era bello.

Opino que si la ministra hubiera leído, por ejemplo, ‘The Mis-Education of the Negro’ por Carter G. Woodson; ‘Piel negra, máscaras blancas’ por Frantz Fanon; ‘La Pedagogía del Oprimido’ por Paulo Freire o la reciente publicación de Randall Kennedy, ‘La Persistencia de la Línea de Color’ y modestia aparte, mi libro ‘El último búfalo’, no hubiera necesidad del ‘Día de las Trenzas’. La realidad de su ‘negritud’ no estaría en duda.

El abolicionista negro norteamericano Frederick Douglass escribió en 1862 que ‘el poder nada concede sin una lucha... Nunca lo ha hecho y nunca lo hará...’.

ESCRITOR Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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