• 13/01/2013 01:00

Encuentro profundo

V íctor Emil Franki, estando a las puertas del campo de concentración Auschwitz, fue despojado de todo cuanto llevaba consigo. Ahora sól...

V íctor Emil Franki, estando a las puertas del campo de concentración Auschwitz, fue despojado de todo cuanto llevaba consigo. Ahora sólo le quedaba su existencia literalmente desnuda y, con ella, algo que jamás podrían quitarle, ‘su libertad interior’; es, entonces, cuando decide que no se suicidará en su cautiverio y que hará todo lo posible para salvarse dignamente. (Restrepo Ancízar, V.E. Frankl y la teoría logoterapéutica, Medellín, UPB, 2002, pp.29-30)

De igual manera, en un acto de honestidad personal es factible que, para cualquiera de nosotros, un encuentro a profundidad con ‘mi desnudez personal’ opere un cambio radical y provechoso. Pero, mi capacidad de decidir, mi libertad de voluntad, puede orientarse de dos maneras: Mirando hacia afuera o mirando hacia el interior.

Y, aunque parece muy evidente que, el ser humano, necesita hacer silencio para escucharse, que necesita encontrarse a solas consigo mismo para responder a los básicos interrogantes de su vida, que sólo el que mira su interior logra comprometerse con su realización y con el camino hacia su plenitud de vida, el hombre de hoy, a veces, está muy saturado de exterior y muy empobrecido de interior.

El hombre requiere dirigir su mirada hacia la profundidad de su ser y de su existir para percatarse de su más genuina verdad, la verdad sobre sí mismo, en el seno fecundo de su propia. ¿Por qué? Porque, el hombre que mira hacia el interior, no se pregunta simplemente por la existencia de los otros o por la existencia de las cosas, sino que se interroga por su propia naturaleza, por la razón de su existencia, por su razón de ser y por su personal compromiso en su paso por el mundo; no se pregunta tanto por lo que es capaz de hacer cuanto por lo que está llamado a ser, por lo que está llamado a hacer, por ‘su misión o tarea de vida’, por su ‘Proyecto de vida’.

Por supuesto que, mirar hacia nuestra realidad fundamental, exige una gran sutileza y un gran valor; implica una muy sabia actitud para leer nuestra vida como ‘don’ y como ‘tarea o misión’.

Es por esto que, este fértil encuentro consigo, mismo, configura un reto que asusta, y muchas veces se evade; la idea de meditar, reflexionar, analizar, interrogarse a sí mismo en total desnudez personal, puede aturdir a muchos.

En un mundo cada vez más diseñado para distraernos, el silencio y la quietud espiritual humana o religiosa se dificultan, y fácilmente, optamos por escapar del más fundamental conocimiento de sí mediante el ruido y las ocupaciones frenéticas.

Por eso, a veces, evitamos hacernos las preguntas de absoluta e inaplazable necesidad acerca de quiénes somos verdaderamente pues agobia el miedo a descubrir que existe otra realidad distinta de la externa y que compromete nuestra existencia.

En los siglos XX y XXI, la ciencia se ha desbocado en un desarrollo explosivo y, cada vez, apunta más a convertirse en el dios de muchos y muchísimos.

Lo que antes era un sueño para los científicos ahora son amplios saltos para la prosperidad biológica, psicológica y social pero, también, pueden conducir a olvidar o aplazar las preguntas fundamentales del hombre y a lastimar su humanidad; podemos correr el riesgo de que, cada vez más, se satisfagan mayor número de necesidades, pero se frustre, finalmente, al hombre en su humanidad, en su capacidad de buscar y encontrar su sentido de vida, en su capacidad y responsabilidad para asumir el sentido de su existencia.}

No por satisfacer maravillosamente sus necesidades psicofísicas el hombre da respuesta, necesariamente, a sus necesidades más humanas y religiosas.

La ciencia va llevando al hombre a conocer o el inmenso espacio o el pequeño átomo pero, no necesariamente, lo ha conducido a explorar y conocer su propio mundo interior, a comprometerse desde su propio mundo interior con su mundo externo, físico y humano.

Vale preguntarse: ¿Qué antropología, qué visión de hombre, acompaña a la ciencia? No por revolucionar el mundo extrapsíquico, el mundo exterior al hombre, se revoluciona el mundo intrapsíquico, el mundo interior del hombre (Cfr. Cury Augusto Jorge, El maestro de los maestros, Bogotá, Paulinas, 2003, pp. 56-58).

Un hombre que sólo soporta su vida sobre valores externos es tan débil como un edificio sin fundamentos.

Así como no son renunciables la libertad y la responsabilidad, tampoco es posible renunciar a la propia identidad y a la capacidad de dirigir con auténtica libertad y responsabilidad la propia vida.

Los valores externos y universales están llamados a ser luces o guías para explorar los valores rectores de mi vida.

SACERDOTE Y PSICÓLOGO

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