• 16/01/2013 01:00

Apropiarse de la Zona

Mrs. Lynch esbozaba una sonrisa casi permanente detrás del mostrador en la cafetería de la base de Clayton en la Zona del Canal cada vez...

Mrs. Lynch esbozaba una sonrisa casi permanente detrás del mostrador en la cafetería de la base de Clayton en la Zona del Canal cada vez que atendía a militares y civiles que allí admiraban la pastelería y el aromático café que desde muy temprano se servía a los clientes.

Ella era parte de una estructura laboral que los estadounidenses habían formado en el conglomerado de bases castrenses y poblados para empleados —blancos y negros— que constituían el enclave ‘zoneíta’, donde por más de tres cuartas partes de siglo se decidió no solo la dinámica canalera, sino su defensa, la de la región y se convirtió en un punto estratégico del planeta.

También esta área fue para los panameños un sitio ambiguo, cercano físicamente —se le podía ver a través de la alambrada—, pero lejano en la mentalidad, en los sentimientos y en la idiosincrasia de la sociedad nacional. A tal punto, que las plumas más imaginativas lo concebían como anhelo, quimera y percibido en sinécdoque como el cerro perdido ‘ya no guardas las huellas de mis pasos’.

Cuando fueron aprobados los Tratados Torrijos-Carter, muchos nacionales consideraron que jamás sería posible su puesta en vigencia, y creyeron ser pragmáticos al negar la opción de revertir las tierras, inmuebles y la propia infraestructura de la ruta interoceánica.

Pasaron 23 años para prepararse hacia los cambios; hubo políticas, disposiciones y mucha movilización sobre la puesta en práctica de la ‘soberanía’, pero realmente no entró en la sangre de la gente.

El día que se acabó el siglo XX y también la presencia extranjera en el territorio de la zona de tránsito, la población celebró ruidosamente; algunos ingresaron por primera vez a los terrenos adyacentes al edificio de Administración (conocido antes como el Administration Building; en una época, sede del Gobernador estadounidense); pero para la gran mayoría hasta allí quedó esa experiencia de entrar al territorio histórico.

Pocos sabían o aún saben cómo funcionaba el complejo de bases con una vida holgada para sus habitantes en tres sitios específicos, sobre la ribera este del Pacífico, Amador, Quarry Heights, Albrook, Corozal, Clayton y sus comunidades civiles, Ancón, Balboa, La Boca, Curundu, Diablo, Los Ríos, Cárdenas, Pedro Miguel, Paraíso y Gamboa.

En el oeste, las bases de Rodman, Cocolí, Kobbe, Howard. En Colón, las de Davis, Gulick, los sectores civiles de Margarita, Rainbow City y Coco Solo y en la otra orilla, el complejo militar de Sherman.

Todo eso quedó atrás y los ciudadanos guardan un síndrome de una presencia fantasmal de la autoridad ‘‘gringa’’. Para muchos, decir, ‘‘visitar las áreas revertidas’’ es como hablar de otro planeta; se pierden entre las calles y no saben cuándo se deja Curundu y se entra en Albrook; qué es Corozal este u oeste y qué diferencia hay entre esa comunidad y sus dos vecinas Cárdenas y Los Ríos.

Los educadores cuando deben ir al Ministerio de Educación, ignoran cómo hacer en el Metrobús para llegar a dicho destino. Algunos ciudadanos confunden la ANAM y a la ANATI que están en la misma calle; otros no saben qué relación hay entre la Ciudad del Saber y Clayton o por dónde se entrar a las esclusas de Miraflores.

Un pésimo sistema de transporte en el corregimiento de Ancón agudiza el panorama, que ni siquiera tiene concebida una ruta frecuente al Parque Municipal Summit.

La población panameña requiere apropiarse cultural, social y políticamente de las áreas revertidas y hacer que ellas formen parte de un patrimonio que nos ha costado sangre y mucho esfuerzo a través de una historia, a veces dolorosamente cruenta.

PERIODISTA

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