• 27/03/2013 01:00

La tormenta perfecta del transporte colectivo

S e sabía que la modernización del transporte colectivo de la capital no sería tarea fácil, porque hay factores que no pueden ser ignora...

S e sabía que la modernización del transporte colectivo de la capital no sería tarea fácil, porque hay factores que no pueden ser ignorados. No es simplemente cuestión de cambiar los buses escolares, usados y descartados, traídos desde Estados Unidos, por un equipo nuevo más ‘cómodo, confiable y seguro’ como se auguró. El famoso Transmilenio murió en su cuna cuando se trató esa simpleza hace unos años; por eso la idea no solo de cambiar el equipo sino de introducir un nuevo sistema integral fue aceptada como una solución inteligente que generó grandes expectativas. El proyecto fue incluido entre los ‘imperdonables’ del gobierno del Cambio y, por su importancia, fue ubicado en la propia Presidencia de la República para ser dirigido al más alto nivel burocrático.

Pero es muy evidente que el asunto se ha manejado con tanta improvisación y descoordinación, que el desorden ha merecido el repudio precisamente de los sectores de la población que está primordialmente supuesto a beneficiar. Parece que se alinearon todos los elementos necesarios para producir la tormenta perfecta que daría al traste con las buenas intenciones del proyecto.

La ausencia de una ejecución debidamente organizada es evidente. Solo por mencionar algunos elementos del sistema que no se coordinaron debidamente: cantidad requerida de buses según la demanda, cantidad y ubicación de paradas accesibles al usuario, método de pago del pasaje y compra y recarga de tarjetas, tarifas preferenciales para estudiantes y tercera edad, rutas realistas, capacitación y remuneración a conductores, indemnización a diablos rojos, dimensión de vías de circulación y tamaño de buses, impacto de trabajos del Metro y reordenamiento vial de la ciudad, valor real de la concesión, monto del subsidio estatal.

Aparte del caos que se puede ver en los medios cada mañana y cada tarde cuando la gente trata de subir a un Metrobús, hay muchas pruebas contundentes del desorden. Faltan suficientes puntos para adquirir y recargar tarjetas de pago y algunos comerciantes abusan de este servicio. Faltan las paradas donde los pasajeros puedan aguardar el transporte cómodamente sin permanecer a la intemperie, ni se han dotado de la debida iluminación de modo que la oscuridad de la madrugada o de la noche no constituya oportunidad ideal para las fechorías de los malhechores. Tampoco se pensó en ubicar letreros especiales en cada parada para indicarle al pasajero el lugar exacto donde debía esperar el Metrobús de la ruta que le interesa. Recién ahora se habla de la conveniencia de añadir algunos buses de menor tamaño para poder sortear calles estrechas de la capital. Faltan rutas internas. Buses repletos que no se detienen.

El colmo es la disputa entre un anterior ministro que inició el proyecto y el actual ministro que lo heredó; se recriminan mutuamente. El anterior alega que antes de abandonar el cargo dejó todo el proyecto debidamente encaminado, mientras que el actual ministro asegura que su antiguo colega dejó el proyecto a la deriva. Evidentemente alguno se equivoca.

Un proyecto de esta índole requiere la concurrencia de entidades públicas y los concesionarios: cuatro directores de la ATTT, la DOT de la Policía, dos ministros del MOP, las empresas MiBus y Sonda, todos coordinados desde la Presidencia de la República donde siempre ha estado la dirección del proyecto.

La falla inexcusable al planificar y ejecutar el proyecto revela un alto grado de incompetencia gerencial, de desorden burocrático e irrespeto hacia una población que es víctima de la indolencia de quienes deben ofrecerle un servicio eficiente y oportuno. ¿Qué más hace falta todavía para que el gobierno tome cartas en el asunto con firmeza?

EXDIPUTADA DE LA REPÚBLICA.

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