• 24/07/2013 02:00

Desde masajes hasta misiles

Cuando aspiraba a la Presidencia, el pintoresco candidato Ricardo Martinelli nos entretuvo con sus particulares peripecias como parte de...

Cuando aspiraba a la Presidencia, el pintoresco candidato Ricardo Martinelli nos entretuvo con sus particulares peripecias como parte de su estrategia electoral para llamar la atención. En su afán por llenar los noticieros diarios, hacía cuanto fuera necesario y el éxito no tardó en coronar su esfuerzo. Lo vimos brincar de cama en cama en el carnaval tableño; y, si la memoria no me falla, viajar en algún diablo-rojo; participar en carreras de carretillas de vendedores ambulantes; hacer trabajos de fontanero, albañil, carpintero, pintor de brocha gorda, ebanista, soldador, cargador de enseres domésticos, etcétera. Es la esencia de una campaña electoral y, admitámoslo, lo hizo muy bien.

Pero —siempre hay un pero— cuando se logra la más alta magistratura, el escenario se torna exigente. En mi modesta opinión, ya no cabe aquella desordenada notoriedad, porque la conducta del individuo deja de ser privada para revestirse de la formalidad que exige el más público de todos los roles, reservado para muy pocas personas en cualquier país.

De las primeras apariciones públicas que recuerdo fue ver al presidente allanar una sala de masajes que a la postre resultó un burdel disimulado en medio de un área residencial. Con cámaras a la zaga, recorrió los cubículos donde las llamadas masajistas funcionaban. No fueron imágenes edificantes; pocos panameños se sintieron orgullosos de que su máximo dirigente desempeñara el papel de un simple corregidor de barrio, afanado por acabar con esa práctica milenaria.

Poco después lo vimos, blandiendo un pesado mazo, haciendo añicos vallas y partes de edificaciones en el área de Amador. Podríamos entender que el papel de demoledor era asumido para enviar un mensaje muy claro de su propósito de acabar con la corrupción, que constituyó uno de los estandartes de su campaña electoral y sus promesas de entonces. A diferencia del chasco del burdel encubierto, el episodio de Amador llevaba su temible mensaje de advertencia a quienes hubieran abusado del poder y hubieran pelechado ilícitamente de él.

Pero ahora surge el affaire del Chong Chon Gang. Ya no es un problema interno de inmoralidad o ambientes insalubres, ni de componer entuertos locales como el primer allanamiento. Ahora es un problema que tras ciende las fronteras nacionales para que el mundo nos mire y se haga algunas preguntas serias.

Primera. ¿Qué hace un jefe de un Órgano Ejecutivo participando en investigaciones que corresponden, en países medianamente ordenados, a fiscalías independientes? Porque algo parece claro: la nave fue detenida e inspeccionada bajo sospechas de que algo ilícito llevaba en sus bodegas, presumiblemente drogas. No importa que las sospechas no hubieran estado debidamente justificadas y que resultara un cargamento de armas obsoletas o no, lo cierto es que hemos dado la señal al mundo de que en nuestro país no se define muy claramente la línea que separa al Ejecutivo del Ministerio Público.

Segunda. ¿Cuál es el organismo especializado en materia de derecho y relaciones internacionales que aconsejó las medidas adecuadas, dados todos los elementos envueltos en el affaire: nave de nación con la cual no tenemos relaciones, carga de una con la que sí tenemos relaciones, aparente solicitud de una tercera nación amiga nuestra pero no de las otras dos, repercusión sobre el estatus de neutralidad del canal pero obligación de proteger sus instalaciones y el resto del país y sus habitantes?

En fin, el tema proyecta una imagen delicada y distinta a la de un presidente bailando el baile del caballo, Gangnam Style. Hubiera preferido no verlo involucrado directamente en temas de misiles ajenos, como tampoco me gustó verlo aquella noche allanando una sala camuflajeada de masajes.

EX DIPUTADA DE LA REPÚBLICA.

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