• 08/12/2013 01:00

Mis vivencias como prisionero

Cuando se rasca en el tiempo y se buscan los momentos grises, negros y rojos, saltan en la mente aquellos donde fui privado de la libert...

Cuando se rasca en el tiempo y se buscan los momentos grises, negros y rojos, saltan en la mente aquellos donde fui privado de la libertad. Desde marzo de 1975, mi residencia permanente es la ciudad capital, luego de abandonar mi natal La Concepción, provincia de Chiriquí. Desde aquella época no le he contado a mis padres o hermanos, problema alguno por el que haya atravesado.

Ahora, he desempolvado un gran secreto; me acerqué a mi madre, doña Fidelina, para confesarle que hubo un tiempo donde mi ser estuvo en prisión. Ella no salía de su asombro. ‘Sé que eres renuente a contar tus achaques, para no preocuparme, pero éste no debiste mantenerlo en secreto’, me dijo. Claro, ahora ella se está haciendo mil conjeturas y hasta llevará un peso en la conciencia al pensar que estuve encarcelado sin que lo supiera. ¿Qué pasará por su cabeza al conocer esta verdad?

Por fortuna puedo confesar que mis días en ese lugar no fueron malos, al contrario, me permitieron meditar, reflexionar y lo más importante, estuve en contacto con mi Dios. No me quejo de la comida, la cual califico de extraordinaria. En el sitio, aunque solitario, sentí el mejor ambiente que un ser humano haya experimentado. El frío no era excesivo, igual pasaba con el calor; en pocas palabras sentí una temperatura ideal.

Les cuento que la interacción con mi carcelero era genial; tal vez si el resto de los sistemas penitenciarios conocieran ese tipo de custodio, la situación de nuestras prisiones sería diferente. Así es, madre mía, estuve preso; perdona por haberme guardado ese secreto, pero ya sabes como soy. Hoy, quiero aprovechar el día para agradecerte lo que has hecho por mí. Desde muy temprano me hiciste hombre de bien, pero en la vida hay injusticias; hasta la gente que trata de ser correcta termina en la cárcel. Unos por errores pasajeros; otros por ser rufianes y muchos debido al revanchismo, venganza.

Dicen que es en la cárcel donde existe más contacto espiritual; no lo dudo, de eso puedo dar fe. Cuando una persona es condenada a muchos años, tendrá el tiempo suficiente para reflexionar sobre los caminos andados. Será la oportunidad de pedir perdón, de rectificar y de hacer promesas de enmiendas. Muchos predicadores han salido de la prisión. Prueba de ello son los grandes testimonios que escuchamos de ellos.

Hoy, hago un alto para decirles a mis amigos, familiares y conocidos que estuve preso; lo hago sin ningún tipo de arrepentimiento. Para conocer el valor de la libertad hay que perderla. Y les cuento que hoy lamento haber salido de ese confinamiento. Aunque parezca increíble fueron los momentos más lindos de mi vida. Estuve ligado con la mejor persona del mundo. Nuestro enlace se daba a través de un cordón especial, mismo que se rompió cuando recobré mi libertad. Cuando quedé libre, me enfrenté a un mundo diferente. Mucha ruindad, mezquindad, hipocresía, pero también encontré bondad, desprendimiento, franqueza, por ello extraño lo que viví en mi cautiverio.

Madrecita, perdona por lo sinsabores que te hice pasar durante nueve meses; disculpa los achaques, los tormentos, los mareos, las ansias, los antojos, la desfiguración de tu cuerpo y los grandes dolores que te causé al momento de salir. Sé que ese torbellino negativo se convirtió en el punto más emocionante y feliz de tu vida, cuando escuchaste mi primer llanto.

Querida, Fidelina, te agradezco por tenerme en la mejor prisión del planeta. Por lo anterior, aseguro, certifico y grito a los cuatro vientos que ‘el mejor hotel del mundo es el vientre de una madre’.

*El autor fue secretario de prensa de la Presidencia

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