El día que se rompieron las Fuerzas de Defensa

Entrevista con Humberto Macea, uno de los participantes del intento de sacar a Manuel Antonio Noriega del poder el 16 de marzo de 1988.

–¡Ustedes!, ¡¿qué yo debo hacer con ustedes?!– vociferaba Manuel Antonio Noriega (MAN) a los militares que habían participado en el intento de golpe de Estado el 16 de marzo de 1988–. ¡Cuatro gatos se han cagado en la organización, debería hacer un ‘pinochetazo’ con ustedes!– era la amenaza del general a los soldados Macías, Valdonedo, Samudio, Quesada, Benítez y Macea, quienes habían sido arrestados y estaban esposados en el comedor del Cuartel Central de la avenida A, luego de la fallida operación.

Según Humberto Macea, entonces capitán, si bien eran solo seis los detenidos, la conspiración era conocida por muchos más de los que MAN creía, entre esos, un grupo de coroneles que, tras la amenaza de fusilar a los rebeldes, le dijeron al entonces hombre fuerte: ‘No se manche las manos, mi general’.

LA REBELIÓN DE LOS DESOCUPADOS

–Existía un grupo de militares que habían regresado de EEUU y que eramos ‘oficiales sin nada que hacer’– comenta Macea al contar cómo se da el golpe del 16 de marzo. Como en casi todos los acontecimientos históricos, para entender los hechos, hay que irse a las fechas previas. Es por ahí donde comienza su relato, 26 años después, el militar:

–A nosotros, el grupo, nos tenían reunidos en el Cuartel Central: Ese fue su error– analiza el exmayor–. Al estar ahí, todos juntos, nos pusímos a conspirar. Unos días antes del 16, ciertos oficiales tenían la idea y habían comenzado a sondear qué pensaban los otros sobre lo que pasaba y si estarían dispuestos a respaldar un golpe. Así se fue conociendo qué militares estaban con Noriega y cuales no.

Contrario a lo que se pueda pensar, el obtener una beca para estudiar en el extranjero era una suerte de castigo en el mundo castrense panameño de la década de 1980:

–Cuando Noriega y su grupo empezaban a notar que eras disidente– indica Macea– lo primero que hacían es que te mandaban a estudiar a afuera un año. Así fue mi caso– comenta el ex mayor–. A Fernando Quesada y a Benítez también los mandaron un año a Estados Unidos– Recuerda el hoy experto en temas de seguridad–. La mayoría de los oficiales que no comulgaban con las ideas de Noriega y su grupo, eran sacados y así los mantenían aislados. La mayor prueba es que ninguno del círculo íntimo de ‘Tony’ fue a estudiar a ningún lado– concluye Macea.

Rememora el exmilitar que en ese momento la situación a lo interno de las Fuerzas de Defensa era complicada. Según el mayor retirado, las acusaciones de Roberto Díaz Herrera, así como las constantes represiones a la sociedad civil y el irrespeto al escalafón marcial en beneficio del círculo más cercano a Noriega, habían hecho mella dentro de la institución. ‘En esos días previos al 16 a cada rato salíamos a reprimir con gases lacrimógenos, pérdigones y ‘pitufos’. La población protestaba por todos lados y no teníamos capacidad para controlarlos. Todo eso nos afectó mucho psicológicamente. Los militares no somos de Marte, tenemos familia (madre, hijos, hermanos, compadres). Inclusive, nuestra propia familia nos decía que había que andar con cuidado. En el fuero interno nos decíamos: ‘¿Qué debo hacer?’. A la hora de dormir, la frustración era demasiado grande’.

UN GOLPE INSTINTIVO

–Este movimiento, al final del día, militarmente no tenía ni pies ni cabeza– dice hoy Humberto Macea, al referirse al intento de derrocar a Noriega, quien ‘ya sospechaba que un movimiento interno se preparaba’.

‘Sería injusto acusar a alguien de haber soplado, porque hablamos con mucha gente y la información siempre se filtra’; empero, admite que tiempo después de sucedido el hecho, se enteró que ‘la noche del 15, Leonidas Macías llamó al coronel Justines y le dijo: ‘usted tiene que hacer cumplir la orden del presidente Eric Delvalle (de que Noriega debía irse de las Fuerzas de Defensa) y tiene que ser ya, porque, si no, mañana estoy alzado en armas contra él’.

Comenta quien tuviera el miembro de las fuerzas castrenses que al dar esta advertencia, todos los coroneles y los altos mandos ‘llegaron tarde al Cuartel el 16 de marzo. Llegaron cuando había pasado todo, a eso de las diez de la mañana’; es más, añade, ‘muchos ni siquiera llegaron’.

Admite el otrora militar que ‘las cosas se dieron por combustión espontánea, al calor de la situación’.

–Cuando llegamos al Cuartel la mañana del 16 de marzo, Fernando Quesada ya estaba dando instrucciones y ordenando lo que hay que hacer. ‘Vamos a deshacernos de Noriega de una vez’– recuerda Macea que les dijo Quesada al verlos–. Empezamos a descabezar las cosas que sabíamos que eran importantes en el Cuartel Central: El centro de comunicaciones, la armería, las oficinas de MAN. Mientras se desconectaba todo eso, empezamos dar órdenes y a colocar gente en estos lugares claves.

A la vez que eso ocurría en el cuartel de El Chorrillo, ‘los jefes del G2, Valdonedo y Samudio, tenían algunos amarres hechos. Fundora tenía la parte logística manejándose y Villalaz estaba haciendo lo que le correspondía para controlar la situación en la fuerza aérea’.

Pero hubo algo que no tomaron en cuenta y no se esperaban: La falta de decisiones de algunos altos mandos. ‘Giroldi, de la Compañía Urracá y los comandantes del Batallón 2000 se quedaron esperando las órdenes de Elías Castillo, jefe del Estado mayor, el comandante que debía decir: ‘Hasta aquí (con Noriega), apoyen este movimiento’. La orden nunca llegó y ellos no supieron qué hacer’.

Castillo jugó un papel clave en el fracaso del golpe: ‘El 16 en la mañana estaba toda la ‘Panamá Policía’ sublevada en armas en el Cuartel Central contra Noriega, nosotros, los oficiales, estábamos haciendo lo propio. Si a eso le agregábamos la participación del Cuarto Batallón Urracá, del Batallón 2000 y de las Fuerzas de Defensa, podíamos mandar a bloquear el Puente de las Américas y no había manera de que viniera la gente del interior hacia la capital. Con la cabeza controlada, Noriega se hubiese tenido que ir’, analiza Humberto Macea, quien añade: ‘Lamentablemente Elías Castillo falleció hace poco y ya no puede responder a nuestras descargas, pero él sabía lo que estaba pasando y no hizo nada’.

Ante la falta de reacción de las otras tropas y con ‘solo cuatro gatos en el cuartel’, comenta Macea que ‘los otros puntos dijeron: ‘mira lo que ha pasado’ y no continuaron’.

LAS CONSECUENCIAS DEL FALLO

–El movimiento no duró más de 45 minutos. Luego de lo sucedido en el comedor del Cuartel Central, no eran más de las ocho de la mañana– recuerda Macea–, nos llevaron al G2. Estábamos totalmente estropeados. A Valdomedo le habían dado con un casco en la cabeza, a Macías le tumbaron unos dientes.

Tras el golpe, MAN empezó a hacer movimientos para recuperar el control: ‘Al llegar al G2, el coronel Barrera ya había sido relevado, a la cabeza estaba el teniente coronel Guillermo Wong. Felipe Camargo y Madriñán llegaron después. Todavía recuerdo las patadas que Madriñán me dio’, comenta Macea.

‘Noriega y su gente tenían miedo de si nos mantenían juntos, los gringos nos iban a venir a rescatar, así que en un principio nos enviaron a un grupo a El Renacer y a otros al Cuartel de Cabellería, que estaba en Panamá Viejo. Luego nos fueron rotando de cárcel en cárcel’.

–Fernando Quezada fue enviado a Panamá Viejo y permaneció seis meses en un cuarto mínimo– dice Macea dibujando en el aire un espacio que no es más grande que ocho baldosas–. A Macías lo enviaron a Santiago y estuvo durmiendo dos años en el suelo, sobre cartón. ¡Qué no le hicieron allá!, pero es algo que solo él le puede contar y que seguro quiere olvidar– considera el exmayor.

–Las torturas no eran solamente físicas, sino también psicológicas– menciona quien el exarmado–. Por ejemplo: confinamiento solitario. Una de las cosas que más nos afectó es que no sabíamos cuándo íbamos a comer. En Coiba fue donde peor la pasamos. Allá hubo un maltrato psicológico. Nos dieron un trato denigrante. Un día nos llevaban el desayuno y dos días después, al medio día, nos daban el almuerzo. Después, no comíamos por dos o tres días y entonces traían el desayuno.

Dice Macea que sobrevivieron gracias a la ayuda de los otros presos que les brindaban ‘ranguliao’, una mezcla de leche con plátano verde sancochado que parecía una compota.

–Éramos los presos de más baja categoría en Coiba– considera el experto en temas de seguridad–. Nuestro confinamiento no era como el del resto. Ellos podían salir y andar por la isla y luego en la noche regresaban, nosotros no. Si nos sentíamos mal, teníamos fiebre o algún malestar, no nos atendían hasta varios días después de que lo reportábamos– comenta Macea.

–Hubo un momento en que me agarraron y me metieron en una bodega por once días– narra el exmayor–. No me podía bañar y tenía que hacer mis necesidades en un rincón del cuarto. A los días el olor en esa habitación era insoportable, pues ahí orinaba y defecaba. Comía y no me lavaba la boca, mucho menos las manos– confiesa el militar–. Un buen día, vinieron y me sacaron. Me llevaron a bañarme en una pluma a la orilla del mar.

–Noriega no nos mató porque lo sorprendimos. Él sabía que iba a pasar algo, pero no sabía de dónde ni cuándo. En ese momento lo agarramos desprevenidos– considera el hoy experto en seguridad.

Cuando a Macea se le pregunta si cree que de haber estado mejor preparado los hubiera mandado a matar, el militar solo hace un gesto. Tras eso, piensa un momento más y comenta: ‘Cuando estábamos en la cárcel, nos mandó a decir que al próximo que tratara de revelarse en contra de él no lo iban a visitar a la prisión sino con un ramo de flores al cementerio, como efectivamente pasó’.

LOS ÁNGELES GUARDIANES

–¿Con todo esto, no necesitaron ayuda psicológica?

–¿Qué te puedo decir?– responde Macea antes de analisar sus palabras y contestar–. Había tal convencimiento de que habíamos hecho lo correcto, porque los mismos miembros de la Fuerza nos empezaron a decir: ‘Afuera y adentro está la gente que se está cortando las venas, en cualquier momento va a pasar algo’. Los mismos custodios eran los que nos informaban, quienes nos ayudaban. Inclusive, nos pasaban revistas. Eso nos daba algo de fortaleza interna– comenta el expreso político.

Además de esto, comenta el militar que hay toda una serie de personas que fueron como sus ‘ángeles guardianes’ y los protegieron: ‘Muy poca gente sabe de su aporte a que nosotros pudiéramos mantener una fortaleza psicológica y que no estuviéramos ‘casando moscas’: Luisa Turolla, la doctora en Economía. Ella hacía informes de la situación del país y de sus proyecciones para el futuro. Con sus textos, nos mantenía informados de los acontecimientos y de cómo las cosas se complicaba económicamente en Panamá y cómo eso podía impulsar la caída de Noriega’.

–Tuvimos asistencia psiquiátrica– confiesa Macea–. Hay un médico que nos iba a atender, Algis Torres, el actual Director de la Región de Salud de San Miguelito, que entendió nuestra situación y hacía más de lo que le correspondía. Si a él lo hubieran agarrado haciendo lo que hacía por nosotros, indudablemente terminaba preso– reconoce el otrora militar–. Ante él, hay que quitarse el sombrero.

‘Esos son los ángeles anónimos. Y hay muchos más, como Guillermo ‘Willy’ Cochez, Ricardo Arias Calderón y Teresita de Arias; Mery Alfaro, Isaac Rodríguez (del Sindicato del IRHE). Personas que arriesgaron su pellejo para comunicarse con nostros’.

EL MÉRITO

En realidad, dice Macea, ‘este no fue un intento de Golpe de Estado, sino un intento de relevar a Manuel Antonio Noriega por ilícito, por haber sido acusado de narcotráfico y por todas las diabluras que sabíamos que estaba haciendo’; sin embargo, en palabras del exmilitar, el valor de este intento fallido es que, a pesar de los desatinos estratégicos, ‘Noriega ya no se pudo recuperar del golpe político. Cada mes era peor que el anterior para él’.

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