Decimosegunda entrega

Luego de tomar prisionero a Noriega, Giroldi se dispuso a hablar con el Comando Sur. Habían quedado en comunicarse a tr...

Luego de tomar prisionero a Noriega, Giroldi se dispuso a hablar con el Comando Sur. Habían quedado en comunicarse a través de la ‘línea caliente’, un teléfono sin numeros para marcar que estaba conectado directamente con la base de Clayton. Bastaba con levantar el tubo para que del otro lado se recibiera la señal. Giroldi lo hizo. Esperó y esperó pero no lo atendió nadie. Comprendió que si los gringos no respladaban el golpe tenían pocas chances de triunfar. ¿Por qué no levantaban el auricular? ¿Seguirían apoyando a Noriega? ¿O era verdad que la invasión ya estaba decidida? No había previsto esta posibilidad. En el nuevo escenario, la única opción que le quedaba era matar a Noriega. A lo largo del día contuvo a sus hombres en la Comandancia que le pedían una orden para liquidar al General ahí mismo.

Sin saber qué hacer, Giroldi envió dos emisarios a Clayton. Fueron recibidos por Marc Cisneros que decía no saber con certeza qué pasaba en la Comandancia. Desde Quarry Heights, Thurman había podido ver el intercambio de fuego en la mañana y ahora todo parecía tranquilo. Los alzados sólo le pedían que cortaran el Puente de las Américas para evitar la llegada desde Río Hato de los Macho de Monte y la Compañía Expedicionaria, que no se habían sumado al golpe.

-Tráiganlo hasta aquí, estoy autorizado para detenerlo. Es la única manera de conseguir el apoyo que piden- les contestó Cisneros. Pero la cabeza de Noriega era un precio que Giroldi no estaba dispuesto a pagar. Aunque pusiera en juego la suya.

Al final ni lo encerró, ni lo entregó y lo peor, lo dejó hablar. Cuando llegaron los refuerzos de Noriega, Giroldi había perdido el pulso. Le dijo a sus hombres que bajaran las armas y se entregó. Esa noche fue llevado al cuartel de Tinajitas y torturado durante varias horas. Luego, con las manos atadas, rogando por sus hijos que no lo mataran, fue ultimado por el mayor Heráclides Sucre que disparó con una AK47. Nueve de sus hombres también serían fusilados esa noche en lo que la historia conoce como la Masacre de Albrook.

En Estados Unidos los medios no perdieron la oportunidad de caerle a Bush por la permanencia de Noriega en el poder. Hablaban de una oportunidad desperdiciada mientras filtraban informaciones sobre la falta de decisión del Departamento de Estado a la hora de los hechos. Las críticas llovieron desde todos los sectores. Newsweek tituló en portada: “Estados Unidos vs Noriega: horas amateurs”. Incluso mostraban a Noriega, sonriendo, hablando del nacimiento de una “Nueva República” mientras describía el futuro: “Al indeciso palo, al enemigo plomo y al amigo plata… y no se equivoquen, los que quieren venir, son peores que yo”.

Cercado por la política interna, Bush comprendió que había llegado el momento de librarse de Noriega y se lo comunicó a sus hombres. Colin Powell regresó a los cuadernos de Blue Spoon. Luego de los ajustes solicitados al poco tiempo de asumir, la operación mostraba otra envergadura: se había convertido en una pequeña Normandía. No había precedentes inmediatos. Más numerosa que las intervenciones a Granada en el 83 y a Libia en el 86, sólo podía compararse con la operación de República Dominica en el 65, para impedir el ascenso al poder del dirigente popular Juan Bosch. Powell tenía ante sus ojos el borrador del mayor movimiento de tropas que Estados Unidos realizaba desde Vietnam. Lanzarían además el despliegue de paracaidistas más numeroso desde la Segunda Guerra Mundial.

Para dejar a todos contentos, cada rama del ejército tendría su participación. Incluso el flamante bombardero F-117 A Stealth Fighter, el avión invisible, recibiría su bautismo de fuego para lanzar bombas de 2000 libras sobre el Cuartel de Río Hato. No podía ser captado por radares y era capaz de acertar un misil a un blanco tan pequeño como un puesto de lotería.

- ¿Me hablas en serio?- le preguntó Dick Cheney a Powell mientras éste le describía la Operación. -Hasta donde yo sé los panameños no tienen defensas anti aéreas-.

- El Comando Sur lo pidió- le contestó Powell. -Es la mejor arma que tenemos para un ataque nocturno, que es lo que vamos a lanzar.

En Miami, mientras tanto, los fiscales sintieron la vía libre de la decisión política y se pusieron contrarreloj a terminar de fundamentar las acusaciones contra Noriega, proceso que durante tanto tiempo había sido entorpecido por las Agencias de Seguridad.

Thurman, en Quarry Heights, se preparaba para la guerra. Ordenó vestir con ropa de combate a todo el mundo mientras, ampliaba las operaciones de entrenamiento fuera de las Bases en el marco de los ejercicios Fland Sea. Sobre todo por la noche. Los militares panameños ya se habían acostumbrado a los movimientos y no les prestaban atención.

En noviembre se incrementaron las tensiones. Noriega denunció un plan de Estados Unidos llamado “Panama Five” que ofrecía tres millones para quién lo entregara o lo matara. La OEA llamó a la calma y a no tomar decisiones unilaterales para evitar un conflicto armado. En Canal 2, la programación comenzó a incluir imágenes sobre Vietnam, Granada y Libia, agitando los fantasmas de la invasión. El ministro de gobierno y Justicia, Renato Pereira, llamó a una marcha de apoyo a la soberanía panameña para el 2 de enero de 1990.

Cuando el 15 de diciembre, machete en mano, Noriega habló de estado de guerra, Bush supo que, luego de su orden, solo necesitarían 48 horas para poner en práctica los planes de contingencia.

La noche del 16, en un retén de la Comandancia en Avenida A, el sargento Robert Paz fue asesinado y una pareja de estadounidenses, de apellido Curtis, que habían sido demorados allí y presenciaron los hechos, denunciaron apremios. Bonnie, la mujer, dijo que vivió un infierno mientras los soldados panameños amenazaban con violarla allí mismo. Powell consideraba que la muerte de Paz era el incidente más grave en las relaciones entre Panamá y Estados Unidos desde las revueltas del 9 de enero de 1964.

El domingo 17 Bush llamó a sus hombres a la Casa Blanca. Interrumpió un brindis navideño en el primer piso y llegó con soquetes rojos. Uno decía Merry y el otro Christmas. Se mostraba más conmocionado por el relato de Bonnie que por la muerte de Paz.

Powell desplegó mapas de Panamá y presentó los detalles de la Operación Blue Spoon. Lo escuchaban George Bush, Dick Cheney, el Secretario de Estado James Baker, su Consejero de Seguridad Nacional Brent Scowcroft y el vocero del gobierno, Marlin Fritzwater.

A los 13 mil soldados destinados en Panamá se les sumarían otros 13 mil provenientes de Estados Unidos. 350 aviones y helicópteros sobrevolarían la ciudad a la vez, transportando tropas, armamento y realizando maniobras de guerra. Nunca habían probado en el terreno las capacidades de coordinación para un ataque de estas características pero corrían con la ventaja de los avances tecnológicos y del largo entrenamiento que habían desarrollado en el campo. Atacarían por aire y por tierra, también habría misiones especiales que llegarían por mar. Las principales instalaciones de las Fuerzas de Defensa figuraban en la lista de objetivos: el Cuartel Central, Tinajitas, Río Hato, el aeropuerto de Paitilla, Tocumen, Coco Solo en Colón. En pocas horas tomarían total control de Panamá.

-¿Por qué no debemos solamente deshacernos de Noriega?- inquirió el presidente, sentado bajo un cuadro con la figura de Abraham Lincoln llamado The Peacemakers.

Capturar a Noriega y presentarlo ante la justicia se presentaba como la opción más sencilla. Sin embargo la operación tenía sus complejidades. No lograban conocer con absoluta certezas sobre los movimientos del líder panameño. Astuto como el demonio se les escapaba en los traslados y lograba evitar la filtración en sus comunicaciones. Podían definir solo el 80% de sus movimientos. En el plano político, las consecuencias de secuestrar al líder de un país extranjero eran impredecibles. Tampoco encontraban un sucesor. Los informes de inteligencia sobre los 20 oficiales más importantes de las Fuerzas de Defensa los relacionaban a todos con torturas y asesinatos.

-No podemos permitir que surja otro Noriega. Hay que acabar con las Fuerzas de Defensa. Si se mira con detenimiento, un ataque masivo es menos riesgoso que un esfuerzo pequeño- deslizó Powell.

Anunció que minutos antes de la invasión se pondría en marcha el operativo de rescate de Kurt Muse, por el que la CIA presionaba a Bush desde hacía tiempo. Blue Spoon incluía una segunda fase llamada “Promoción de la libertad” que contemplaba una estrategia post invasión para la reconstrucción institucional. Pensaban nombrar a la nomina ganadora de las elecciones de mayo encabezada por Guillermo Endara al frente de un nuevo gobierno civil. Powell se negó a dar precisiones sobre las bajas estimadas. Dijo que sucederían cosas horribles, cómo en toda guerra. Pero que mejor preparados no podían estar. No hablaron de la muerte de civiles panameños.

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