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- 11/06/2022 00:00

Cuando Roberto Díaz Herrera confesó que en su residencia se había consumado el fraude electoral de 1984, se ratificó con un testimonio excepcional lo que ya sabía toda la población. Lo extraordinario es que la confesión no fue capitalizada políticamente por el coronel retirado, como seguramente él esperaba.
En el camino se interpuso una rápida decisión del Dr. Arnulfo Arias. En efecto, al día siguiente de las espectaculares declaraciones, muy de mañana, se presentaron a Radio Mundial los panameñistas Guillermo Endara y Jorge Pacífico Adames, en el preciso momento en que yo desarrollaba mi diario programa de opinión.
Los mencionados caballeros me solicitaron los micrófonos y una vez complacidos, anunciaron que el Dr. Arnulfo Arias había salido de Boquete para trasladarse a las oficinas de los magistrados del Tribunal Electoral con el propósito de solicitar la inmediata revisión del resultado electoral de 1984 y la consiguiente entrega a su persona de la banda presidencial. A renglón seguido pidieron al pueblo civilista que se congregara frente a la emisora KW Continente para marchar de allí al despacho electoral.
Una vez los voceros del panameñismo cumplieron su misión, yo continúe con mi programa y lo consagré a comentar la oportuna decisión del doctor Arias. En la medida en que iba profundizando mis comentarios sobre los momentos espectaculares que se vivían y que se veían venir, se desarrollaba en mí una meditación paralela en torno a los instrumentos y símbolos de lucha del movimiento civilista, porque se encontraba huérfano de esos símbolos que podían unir las acciones populares.
Entre la palabra y la meditación paralela, mi memoria me llevó a la plaza San Martin, de Lima (junio de 1956). Millares de apristas se congregaron en esa inmensa plaza con el fin de escuchar al gran líder peruano Ramiro Prialé.
Se vivían los momentos finales de la dictadura de Manuel Odría y el aprismo se encontraba ilegalizado y perseguido.
La concentración y la presencia de Prialé eran todo un desafío.
Aquella multitud esperaba al orador y también, seguramente, la represión. De pronto en un balcón surgió la estampa y el verbo de Prialé.
“Nosotros, dijo, los semi-ciudadanos del Perú...”. La frase fue cortada por el delirio de la multitud y de súbito toda la plaza era una inmensa sábana blanca.
Eran los pañuelos que desde 1930 simbolizaban el saludo aprista. Mi visión juvenil quedó embriagada de emoción y dije para mí: “algún día las multitudes de mi patria saludarán a la democracia enarbolando al tope de sus sentimientos el pañuelo blanco de las multitudes apristas”. Fue así como aquel día, luego de la visita oportunísima de Endara y de Adames, dije al pueblo a través de Radio Mundial: “Panameños, pido que a partir de este momento el pañuelo blanco agitado con emoción sea el símbolo de nuestra lucha”.
Era tal la sintonía de Radio Mundial que al mediodía de aquella fecha salimos en romería por calle 50 todos los dirigentes políticos de la oposición, de las oficinas de Guillermo Endara, donde nos reuníamos constantemente, con pañuelos blancos agitando el cálido aire de nuestra tierra. Mi sorpresa fue inmensa cuando observé que de los balcones de calle 50, de vía Brasil y de otras calles y avenidas topadas a nuestro paso, se agitaba el pañuelo blanco como saludo, como adhesión, como solidaridad y como símbolo de una lucha.
Desde entonces no cesaron los pañuelos, los pitos y las pailas, y desde entonces, hasta el día en que la dictadura octubrina fue aniquilada, el pañuelo blanco era también para los militares el “arma mortífera” de la oposición.
En mi recorrido mental por todas las instancias vividas, durante aquellos días lúgubres, tuve otra estación de sublime remembranza y lo digo no por torpe vanidad, sino para puntualizar los hechos. Nunca he olvidado el impacto que produjo el 13 de diciembre de 1947 la marcha de las mujeres panameñas para condenar el convenio de bases y para expresar su solidaridad muchachada patriótica que lideraba la Federación de Estudiantes.
Aquello fue algo nunca visto en Panamá. Era la presencia masiva y enaltecedora de la mujer panameña en la dilucidación de los problemas nacionales.
La revista Épocas y los diarios nacionales recogieron en comentarios y fotos para la historia aquel desbordamiento del honor femenino en homenaje a la patria.
En las jornadas civilistas contra la dictadura quise actualizar aquella victoriosa presencia de la mujer panameña y propuse a los partidos políticos y a los afines de las organizaciones cívicas una marcha de la mujer civilista. El acto se realizó con el fervoroso entusiasmo de todos. Aquello fue impresionante. Los vestidos blancos y los pañuelos volvieron a instalarme en la plaza de Santa Ana y en la plaza San Martín de Lima. Esa manifestación fue un prodigio de la dignidad femenina, fue un plebiscito del honor, fue un derroche de belleza ciudadana, fue una exquisita sublevación cívica de la mujer demócrata panameña
En mis actuales horas crepusculares voy rumiando muchos hechos que sumados fueron construyendo el gran edificio de nuestra democracia.
Es bueno hacerlo porque si quien puede hacerlo teniendo buena memoria no lo hace, se pinta de olvido la verdad y por olvido se corre el riesgo de que otros, audaces y desvergonzados, falsifiquen la historia.
En estos días por muchos motivos adicionales he traído a la memoria aquel episodio aprista de la plaza de San Martín, porque fue ejemplar, porque fue razón de imitación saludable y porque nos entregó un pañuelo blanco como símbolo de lucha por la democracia. Y sin duda, como señal de franca reciprocidad, por gratitud y por solidaridad, ese pañuelo, ante la destrucción de tantos pueblos, lo elevo a la cima de mi corazón para saludar a los peruanos y a su ilustre y tenaz mandatario, en estos momentos de tragedia y de dolor, con la misma intensidad como nos saludamos los panameños durante los días ignominiosos de la dictadura.

El artículo original fue publicado el 1 de septiembre de 2007