Racionalidad, globalización, identidad*

Actualizado
  • 15/04/2018 02:01
Creado
  • 15/04/2018 02:01
A pesar de su base imprecisa y subjetiva, la racionalidad funcional es la clave de la convivencia humana porque, de hecho, controla, modera y manipula los impulsos básicos

El tema racionalidad, ‘globalización' e identidad me permite pergeñar algunas reflexiones en forma muy socrática sobre la inteligencia humana y su relación con el cambio social. Cuando digo socrático lo que quiero decir es que todo lo que diga a partir de este momento no debe ser percibido como respuestas definitivas sino como grandes interrogantes. Al igual que el viejo maestro —me refiero a Sócrates— pienso que los que dudan están mucho más cerca de la verdad que aquellos que simplemente repiten ‘verdades' como papagayos.

LA INTELIGENCIA HUMANA

Podríamos empezar por decir, aprovechándonos de algunas licencias más poéticas que de rigurosa exactitud, que la inteligencia humana opera en varios niveles. Podemos, por ejemplo, identificar una racionalidad sustancial y una racionalidad funcional, ambas tan estrechamente unidas entre sí y al mismo tiempo tan distan- ciadas, que sería muy difícil saber con precisión cuándo se hace uso de la una o de la otra.

Y, por supuesto, la primera interrogante que surge es la que presupone la afirmación dada: ¿Qué es racionalidad sustancial y qué es racionalidad funcional?

LA RACIONALIDAD SUSTANCIAL

La racionalidad sustancial se emparenta directamente con el lenguaje y los métodos científicos. Se trata del esfuerzo que hace la mente humana por alcanzar la ‘verdad'; por manejar las esencias, no las apariencias; por no confundir los efectos con las causas: procedimiento que explora el entorno biopsicosociocultural al margen de toda apreciación ética o convencional. Es un modo de procesar lo más exacta y mensurablemente posible los fenómenos de la naturaleza y la sociedad transportados a través de los sentidos hasta las neuronas humanas.

El interés de la racionalidad sustancial es la verdad, no la función social ni la moral que la sustenta; mucho menos las querencias, deseos y sentimientos que puedan albergar los humanos en un momento dado. Saber sustantivo, pues, no adjetivo. A la ciencia los sentimientos le son irrelevantes.

La racionalidad sustancial - para abreviar -es el fundamento de las llamadas ciencias exactas. Se pretende que también lo sea de las ciencias sociales.

RACIONALIDAD FUNCIONAL

En cambio, la racionalidad funcional tiene que ver con la ética y los valores culturales. Tiene que ver con sentimientos, creencias, tradición, costumbre, dogmas, prejuicios, adhesiones ideológicas. Tiene que ver con la cultura a la que se pertenece. La racionalidad funcional se liga estrechamente a los sistemas de información y normas que sirven a los individuos para organizar la vida en comunidad y salvaguardar intereses comunes. Una manera de pensar según el sistema de códigos creado de antemano por los seres humanos; discurrir según la codificación generada por la convivencia social prolongada. Es lo que crea el llamado espíritu de cuerpo. Es lo que permite organizar desde un club social hasta una nación. Su eficacia depende de la fe, de la confianza, de la aceptación del discurso establecido, de las llamadas reglas del juego, de las reacciones instaladas en nuestras mentes como reflejos condicionados, de la capacidad de tomar como ciertos e inmutables los contenidos ideológicos, convencionales, e incluso maniqueos de la herencia cultural, en términos generales, y de las adhesiones a formato s ideológicos transitorios, en particular.

Contenidos susceptibles, como puede verse, a toda clase de manoseos subjetivos.

Desde la perspectiva de la racionalidad sustancial, una superficie mide tanto por tanto, y punto. En cambio, desde la perspectiva de la racionalidad funcional, que es el mundo de la opinión, de los intereses y simpatías —de la doxa, dirían los griegos— la misma superficie puede calificarse de muy distinta manera: grande, chica, fea, hedionda, imbécil y cuanto adjetivo contengan los idiomas, dialectos y jerigonzas habidas y por haber.

RACIONALIDAD Y CONVIVENCIA HUMANA

Sin embargo, a pesar de su base imprecisa y subjetiva, la racionalidad funcional, como he sugerido, es la clave de la convivencia humana porque, de hecho, controla, modera y manipula los impulsos básicos; prefigura el proceso de humanización y garantiza la estabilidad —cohesión y gobernabilidad con sus consabidos flujos y reflujos— de esa estructura social mejor conocida como el establishment. Y nadie, aun adversándolo, puede vivir al margen del establishment .

La racionalidad funcional opera en nuestro cerebro según un sistema de normas y creencias, de convencionalismos creados y transmitidos de generación en generación, para preservar la existencia de una comunidad de intereses, llámese familia, tribu, clan, nación, patria, identidad, cultura o, como se vislumbra en el futuro, civilización planetaria. Es decir, de acuerdo con un sistema de ideas orgánico que obliga a todos por igual, por vía del aprendizaje, a pensar, vivir y comportarse de una determinada manera y aun cuando aparezca encubierto —con un propósito específico: la supervivencia humana.

A los individuos se les proporciona indistintamente, desde antes de nacer, proteínas y conocimientos, valores, ideologías y hasta sentimientos, condicionantes de conducta, ineludibles, no tanto por la veracidad sino por su eficacia en garantizar una relación de convivencia lógicamente articulada, aceptable —conflictiva o pacífica— entre semejantes, en sitio y periodo histórico dado.

IDENTIDAD Y RACIONALIDAD

La racionalidad funcional nos otorga una manera de ser, una naturaleza dentro de la diversidad humana. Per- mite la vida orgánica de los individuos y el establecimiento de relaciones de convivencia bajo formas asociadas en diversos planos. Todo lo cual significa soportar- nos los unos a los otros; ordenar los intercambios genéticos con economía de traumas; vestir y, además, vestir de determinada manera; usar tenedor y cuchillo, cuchara o palillos para comer; ir a misa los domingos, no robar las gallinas del vecino, conducir el vehículo por el carril derecho de la vía, hacerse el papanicolau, o ‘hacerse el chivo loco' como muchos panameños para evadir responsabilidades, vacunar a los infantes, sorprender a los conductores incautos con un sorpresivo: ‘bien cuida'o, jefe'. Todas esas son manifestaciones de la racionalidad funcional. El idioma, los mandamientos, las costumbres, las leyes, los gustos, el perfil que buscamos en la pareja para formar familia y hasta la tabla de multiplicar constituye el arsenal que configura, en nuestro cerebro, la racionalidad funcional.

Se nos enseña a vivir, a pensar, a sumar, a leer, a producir, a reproducirnos, a celar a la pareja. Se nos convierte en padres e hijos, agricultores, poetas, maestros, ingenieros, astronautas incluso maleantes o drogadictos —a través de un complejo y sistemático aprendizaje, proceso que se inicia desde que el embrión humano, como ya dije, se encuentra en el vientre materno.

Se nos enseña que Dios existe, que dos y dos son cuatro, que matar es malo, que la curva es la distancia más corta entre dos puntos, que la libre empresa es el motor del desarrollo, que ser panameño es lo opuesto a norteamericano y, encima, lo mejor del mundo. Se cultiva nuestro gusto por la cumbia, se nos obliga a aprender de memoria el himno nacional, a reverenciar la bandera, a conocer la historia de los próceres de la independencia. Se nos enseña a relacionarnos con otros grupos étnicos y otras culturas y otras ideas. Se induce a compartir conocimientos, experiencias y mercancías con gente de otras comunidades y otros modelos de vida. Así por el estilo. Por esta vía se establecen los parámetros mediante los cuales nuestra identidad se configura más como proceso que como producto acabado. Sin en este aprendizaje no seríamos lo que somos: no seríamos humanos, no seríamos panameños.

*Fragmento, artículo del libro ‘Asuntos del Ámbito Humano'

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