La moda que nace entre los barrotes

  • 10/11/2017 01:06
Fueron mujeres condenadas por hurto o narcotráfico las que confeccionaron los vestidos que lucieron la canciller Isabel de Saint Malo y la primera dama, Lorena Castillo en representativas fiestas públicas. Entre las rejas, algunas admiten su falla y otras dicen ser inocentes

Ocho máquinas de coser planas, una de cierre, dos de bordados y muchos rollos de hilos y telas sobre las mesas. Un grupo de mujeres vestidas con suéter blanco y jeans conversan y se ríen. Lo que menos se podría pensar es que pagan condena por narcotráfico. Mucho menos que sus manos hicieron las costuras de los trajes que vistieron la canciller de la República, Isabel Saint Malo; la primera dama, Lorena Castillo de Varela, y otras ministras de Estado, el 3 de noviembre del año pasado.

‘Nos estamos preparando para sacar la segunda colección de vestidos, que será en marzo',

JOHANA ORTEGA

COORDINADORA DE INTEGRARTE

Las mujeres del gabinete de Juan Carlos Varela buscaban posicionar ‘Integrarte', la primera marca penitenciaria de ropa que se confecciona en el Centro Femenino de Rehabilitación Cecilia Orillac de Chiari.

En este penal, abreviado como la cárcel de mujeres, están las mujeres que confeccionan estos vestidos.

Karen Cruz, madre de dos hijos (un varón de ocho años y una niña de seis), ha cumplido treinta meses de una condena a cincuenta por hurto. El miércoles confeccionaba unos manteles individuales y portavasos de tela.

La detenida es hija de una educadora y modista, de quien aprendió las primeras técnicas de costura y aunque antes no le puso mucho empeño, dentro de la cárcel ha decidido ‘perfeccionarse'.

En mayo se incorporó al programa Integrarte, luego de pasar los cursos de modistería y de haber avanzado en la carrera de diseño que ofrece la Universidad de Panamá (UP) dentro de la cárcel de mujeres. No pudo continuar los estudios porque no aparecen sus créditos del duodécimo grado, que cursó en una escuela nocturna, y la UP se los exige; eso sí, lo poco que aprendió en sus primeras clases hoy lo aplica en el taller.

Cruz es delgada, de tez blanca y, aunque no lo aparenta, es de origen ngäbe. Residía en Santa Ana, donde actualmente vive su hijo al cuidado de sus dos hermanas. La niña está con su madre en la provincia de Chiriquí. ‘Aquí he aprendido, incluso, a hacer diseños propios de la vestimenta ngäbe, que es mi origen, y por la cual nunca me llegué a interesar', reconoció. Cuenta que entiende algunas palabras de la lengua ngäbe y que su hijo sí la habla.

Las labores en el taller se inician a las ocho de la mañana y terminan a las cuatro de la tarde, cuando todas deben regresar a sus celdas.

Este miércoles, además de las labores cotidianas en el taller, el grupo de mujeres se preparaba para hacerle barra a una de sus compañeras que participaría en un concurso interno de oratoria para elegir a la representante de ese centro femenino en el concurso nacional de detenidas, que se realizará el 30 de noviembre en el auditorio del Tribunal Electoral.

Zenovia Vanterpool es la elegida para representar al grupo y antes del concurso elaboraba bolsas de telas, otra de las prendas que se confeccionan en el taller, que luego son vendidas en las ferias nacionales y en los dos locales que tiene el Ministerio de Gobierno para mercadear los productos: en la sede principal de la entidad, en el Casco Antiguo, y en la sede del Sistema Nacional Penitenciario, en la avenida Balboa.

Vanterpool, hija de una estadounidense con un panameño oriundo de Bocas del Toro, alega que su condena a veinte años por tráfico internacional de drogas es injusta.

Después de trabajar como enfermera en Virginia, Estados Unidos, durante 35 años, se pensionó tras sufrir un accidente y en 2012 decidió regresar a Colón, de donde es oriunda, según dice. Al año siguiente, viajó a Cuba para un ritual de santería y fue detenida por las autoridades cubanas, quienes la vincularon con un caso de drogas en el que estaba implicado un joven cubano a quien le hicieron un decomiso de drogas.

A pesar de que ella acepta que conoce al joven, asegura que nada tuvo que ver con los hechos. ‘Las autoridades cubanas alegaron que yo fui quien le llevó la droga', dijo.

Después de estar cuatro años presa en la isla, fue extraditada a Panamá hace dos años y está a la espera de una audiencia para revisar su caso, porque insiste en su inocencia.

‘Pedí que me extraditaran a Panamá para apelar mi caso porque fue una equivocación', insiste.

Vanterpool, de 52 años de edad, practicó toda su vida la modistería, pero confeccionando artículos de la casa, y desde que empezó el programa Integrarte se ha especializado. ‘He aprendido a realizar cosas como las bolsas', dijo.

Su plan es comenzar con una pequeña fábrica textil cuando salga de la cárcel y espera llevarse a algunas de sus compañeras a trabajar cuando cumplan su condena, esas compañeras que corearon su nombre el miércoles durante el concurso de oratoria, en el que quedó en segundo lugar.

Por narcotráfico también fue condenada a cinco años y cuatro meses Eduviges Orostegui, quien le daba los últimos detalles a un cinturón de tela con diseños ngäbe que son usados en un vestido de mujer.

Orostegui, de 65 años, dijo que visitaba Panamá desde la época en que gobernaba Manuel Antonio Noriega, pero, según ella, nunca le dio por traficar.

Por la ambición, alega la mujer de nacionalidad colombiana, ‘cayó' a los 60 años de edad por tráfico. Ha cumplido cuatro de los cinco años y cuatro meses de condena, tiempo que se vence en octubre de 2018. Durante este tiempo en la cárcel ha aprendido a hacer molas con diseños ngäbe, tembleques y otras prendas de vestir.

Yelen Fernández, con doce años viviendo en Panamá, había adquirido la residencia. Ha cumplido dos años de los diez de la condena por narcotráfico. También dice que es inocente. Su ‘pecado', explicó, fue hacerle un favor a una amiga al alquilarle un auto, pero terminó en la cárcel.

Según narró, su amiga le dijo que el auto se lo habían robado y cuando fue a presentar la denuncia, se enteró de que el vehículo había sido encontrado con un cargamento de droga. La fiscalía la acusó porque su nombre aparecía en la arrendadora.

Fernández es chef. Manejaba un negocio propio de venta de comida y dentro del taller es la única que sabe utilizar la máquina de bordados, conocimiento que adquirió de otra detenida que al cumplir su condena salió en libertad. En esa máquina se cosen los bordados del equipo y también los que se le programan, a través de la memoria USB.

Allí que se confeccionaron los bordados de los vestidos que usan los trabajadores del restaurante Maito.

Fernández es la encargada de usar esa máquina y también será la responsable de entrenar a otra detenida, aunque hasta el momento no tiene ninguna candidata interesada.

Fernández muestra cada diseño de bordado que tiene la máquina y que logra aplicar en las telas que le piden, mientra su mascota, una gata llamada ‘Lupe', se le sube a las piernas.

Como estas hay otras historias que se pueden contar del Centro Femenino de Rehabilitación. El programa Integrarte lo forman 96 presos y presas de las cárceles La Joya, La Nueva Joya, las de Penonomé, David, Tinajita y el Centro Femenino.

Las prendas de vestir no solo son confeccionadas por mujeres, pues algunos hombres han aprendido sobre modistería en estos trece meses que tiene el programa. ‘La idea es que los detenidos aprendan una actividad que puedan utilizar cuando recobren su libertad', explica Johana Ortega, coordinadora de Integrarte, que tiene cuatro líneas de productos: vestidos, accesorios (bolsas, carteras, sombreros y collares), muebles (camas, libreros) y artesanías.

La próxima exhibición de estos productos será en la Feria de La Chorrera, que se realiza en el mes de enero próximo, y es la primera de la temporada de verano en el país.

Las diseñadoras que confeccionaron los vestidos que lucieron Saint Malo y Castillo el año pasado recobraron su libertar. Ahora, Karen Cruz se entrena como la responsable de diseñar la segunda colección, que será lanzada en marzo próximo.

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