Changuinola y las muertes silenciadas

Actualizado
  • 14/08/2011 02:00
Creado
  • 14/08/2011 02:00
El 23 de julio, dos días antes de lo programado, Joana Vargas sintió las primeras contracciones y supo que el momento que esperó durante...

El 23 de julio, dos días antes de lo programado, Joana Vargas sintió las primeras contracciones y supo que el momento que esperó durante 9 meses había llegado. Aunque tenía un hijo varón, soñaba con una niña y jugaba haciendo listas de nombres. Finalmente decidió que su hija se llamaría Yainelis. Eran las 9 de la noche y Joana dio la noticia a sus familiares, quienes locos de contentos llamaron un taxi. 15 minutos de recorrido y a las 9:30 madre y bebé estaban ya en el Hospital Regional de Changuinola, que atiende diariamente a 1,100 pacientes, casi todos pobres o pobrísimos, con 53 enfermeras, 5 internistas y 22 especialistas.

Mientras la ciudad dormía, adentro del centro médico la vida parecía abrirse paso. Cuando el reloj marcaba las 11:16 ingresaron a Joana a la Sala de Urgencias. Los médicos abrían y cerraban las puertas de vidrio mientras los familiares en la Sala de Espera aguzaban el oído. Cuando salió el doctor se le abalanzaron... Al llegar a este punto de la historia Francisca, la abuelita de Joana, rompe en llanto.

—El doctor dijo que había pasado algo, algo malo, que a Joana le había dado un paro cardíaco—, recuerda.

Los minutos se hicieron eternos. Las puertas de vidrio se abrían de la nada y pasaban enfermeras corriendo de un lado a otro, al grito de: ‘creo que en pediatría hay, seguro que en cuidados intensivos lo encuentras’. No tenían insumos para luchar contra la muerte. Así, por lo general, la muerte gana. Y ganó. Una hora y media después salió el doctor a decir que Joana había muerto.

-¿Por qué?, ¿por qué?, grité histérica—, se lamenta Francisca. —Mi niña no debía morir todavía, era una mujer sana que tenía todo preparado para el nacimiento de su hijita. Se había hecho todos los controles, los análisis que le pidieron y todo estaba normalito. A mi muchachita la mataron en ese hospital, me la mataron— dice sin parar de llorar.

SILENCIO CRIMINAL

Mientras en ciudad de Panamá crece el pavor relacionado con las 24 muertes ocasionadas por la bacteria hospitalaria KPC, en Changuinola, y a la sombra de aquel escándalo, sucede otra tragedia, también silenciada: la de las madres muertas al parir, la de los bebés que tan solo viven una semana y la de los que no alcanzan ni a ver la luz. Aunque todavía no hay investigaciones oficiales, familiares de las víctimas señalan como culpables a la mala praxis hospitalaria y la desatención de la CSS.

Esta verdad oculta salió a la luz el 4 de agosto, luego de que este diario filtrara un informe de la doctora Ruth Torres, subdirectora Nacional de Auditoría de los Servicios de Salud, fechado el 11 de febrero de 2011, donde revelaba al doctor Javier Díaz, director ejecutivo nacional: el alto índice de muertes en el Hospital de Changuinola, entre las que se contaban 50 perinatales y 6 maternas, desde enero de 2010 hasta la fecha, las demandas penales sobre los funcionarios y la carencia de especialistas. Díaz salió al cruce de la denuncia, no para negar los hechos o describir políticas tendientes a acabar con ellos, sino para minimizar el costo político de la publicación: ‘ese informe lo ordené yo después de que en una gira me hablaran de las muertes’. Lo cierto es que la doctora Torres ya no trabaja en la CSS.

Lo peor del caso es lo que pasó después. Luego del informe —lo haya pedido quien lo haya pedido— no se hizo nada: 20 bebés han muerto desde el 11 de febrero, e historias como la de Joana se cuentan entre las calles de esta región, ubicada a 500 kilómetros de la ciudad de Panamá, cerquita de la frontera costarricense, que alberga una población de 98 mil habitantes de distintas etnias, marcada con el signo de los pueblos abandonados por el Estado y dominados por la producción bananera. Y así, el 23 de julio, cinco meses después del informe, cuando Yainelis nació por cesárea, su madre murió por un infarto. La nena respiró por primera vez mientras Joana lo hacía por última. Yainelis lloró. Para algunos médicos el llanto es resultado de la horrible experiencia de nacer. Y Yailenis nació donde no debía, por eso nunca conocerá a Joana. Como lloraría si supiera por qué no podrá abrazar a su mamá.

OLVIDO Y CONDENA

El jueves 4 de agosto, día de la publicación del artículo que sacó a la luz las anomalías del Hospital de Changuinola, el equipo de cronistas de La Estrella ya se encontraba allá. Por una coincidencia del destino, ese día se realizaba la última Junta Directiva de la CSS para analizar la situación hospitalaria. Dirigentes y médicos se dieron cita en el hospital. Los nervios enturbiaban el ambiente y a pesar del control en la puerta, esta periodista logró colarse en la reunión, quería entender la razón de las muertes. En la calle se hablaba de pocos doctores, de falta de insumos, de maltrato y discriminación a indígenas y pobres, pero nadie sabe bien qué pasa. Era importante aclararlo. Cuando el director del hospital, Carlos Arosemena, empezó su exposición, uno de los asistentes inquirió: —¿Cómo es posible que a la Junta Directiva nos oculten información y sólo nos enteremos de estos casos 6 meses después del informe y por los medios de comunicación? ¿Qué podemos pensar de esto?’.

Las respuestas no se hicieron esperar. Arosemena explicó que el hospital ‘se quedó pequeño para el servicio a la población. No es suficiente la proporción entre pacientes y médicos. Además, muchas de estas mujeres son indígenas, sin educación, viven muy lejos del hospital y no llegan a los controles’. Las excusas son válidas teniendo en cuenta la precariedad del lugar, pero lo cierto es que los habitantes de Changuinola, en pleno auge económico del país, siguen condenados al olvido estatal y a la mala atención de la salud pública, a pesar de que el presupuesto es de 861 millones de dólares.

Cuando el fotógrafo decidió registrar la reunión y el flash lo delató, las autoridades sacaron a los periodistas. —Es una reunión privada —dijeron—. Es raro: se estaba hablando allí de la salud pública.

Afuera, el calor agobiaba. Roberto López, presidente de la Asociación de Jubilados de Changuinola, esperaba alguna información de parte de las directivas. Al enterarse de la presencia de La Estrella comentó: —Nosotros solo existimos para el Estado cuando aportamos muertos o tuertos y cuando los medios cuentan esas tragedias. Ahí sí vienen todos a hacer investigaciones y preguntar si vivimos y cómo vivimos. De lo contrario, podemos morir sin que a nadie le importe. Gústenos o no, en esto se ha convertido nuestro Panamá.

Es precisamente por esa invisibilización que la prima de Joana, Letty, vivió una tragedia similar, tal vez peor que la suya, y su historia ha quedado en el silencio y la impunidad durante un año.

Letty Vega tuvo la desgracia de nacer pobre en un país donde la salud pública se ha convertido en la aduana de la muerte.

LOS ENTIERROS DE AGOSTO

El pasado domingo el sol resplandeciente de Changuinola fue desplazado por la lluvia. El cielo lloró mientras las nubes cubrían el paso de la vieja camioneta Toyota, típica camioneta de mudanzas, que transportó a Joana en su último viaje, desde la iglesia Pentecostal del Pescado, en El Empalme, hasta el Cementerio de Guabito, vía Las Tablas.

Entre las plantaciones de banano y los letreros de la compañía donde trabajaron sus tíos, Joana atravesó el poblado que 22 años antes la vio nacer. A dos metros de distancia, un auto seguía a la camioneta. Desde adentro, la abuela miraba el ataúd de su nieta y se lamentaba.

Mientras las lágrimas de la familia de Joana se mezclaban con las gotas de lluvia, Constanza, madre de Letty y prima de Joana, abrazaba a Francisca. Conoce en carne propia este dolor. Por eso dice tristemente: ‘esto es duro, es muy duro enterrar a una hija que tiene salud y toda una vida por delante’.

Letty era maestra de matemáticas, habitaba en Las Tablas, a una hora y media de Changuinola, con su esposo, su hijito Rubén de 4 años y sus padres. Vivía para enseñar y le gustaba criar puerquitos para vender. Era de las personas que Panamá necesita. En el 2009 quedó embarazada de su segunda bebé: Melanie. ‘Una niña sana’, que nació el 11 de mayo de 2010 en un parto natural y sin complicaciones. Madre e hija salieron tranquilas del hospital, con la balanza inclinada del lado de la vida y la suerte jugando a su favor. No sabían que esta salida era sólo una tregua del destino. Una bacteria estafilococo se había apoderado del cuerpo de Letty después del parto. Dermatitis, ‘alguna alergia que cogí en el hospital’, decía ella con la jovialidad que la caracterizaba. Pero a los pocos días las risas menguaron. Hacia el 18 la infección se había regado por toda su espalda. Le ardía, le dolía y no la dejaba disfrutar de su reciente maternidad. Por eso decidió ir al médico una vez más.

El hospital de Las Tablas es pequeño y a las 10 de la mañana se cierra la atención. ‘En este país hay horarios para enfermarse’, bromeó Letty cuando el médico le dijo que no había cupo para atenderla, a pesar de sus síntomas: ‘venga mañana antes de las 10’. Entonces ella se dirigió hacia Changuinola. Mala elección.

Letty no sabía que las 53 enfermeras, 5 internistas y 22 especialistas de ese hospital deben turnarse, doblarse, sobreexigirse para cubrir la necesidad de toda la población, ‘no siempre estamos de buen humor, a veces queremos irnos de este lugar, todo depende de las condiciones en las que uno se encuentre’, reconoce uno de los doctores.

Lo cierto es que en Changuinola, luchando contra la infección bacteriana, la sentenciaron. Le mandaron dos inyecciones: Adrenalina y Clorfeniramina. Le aplicaron una y, ‘aparentemente la muchacha resultó ser alérgica’, dice un doctor al leer el cuadro clínico. A partir de allí Letty quedó en coma.

La profesora de Matemáticas, alegre, bromista, jovial y trabajadora, que criaba puerquitos para el cumpleaños de su hijo, fue condenada a una cama, con tan solo 24 años. El diagnóstico: encefalopatía anoxo isquémica con paro cardiorrespiratorio. ‘Una enfermedad ocasionada’, dice su madre, recordando el peregrinar de los siguientes dos meses, trasladando a Letty de hospital en hospital con la esperanza de que volviera a ser ella. De Changuinola a David y de vuelta a Changuinola. Hasta que finalmente decidieron llevarla al Complejo Hospitalario Arnulfo Arias Madrid. Allí murió, el 14 de agosto de 2010. Su débil salud no soportó la fiereza de las bacterias y adquirió una nosocomial en un pulmón, que terminó de matarla.

El cuerpo de Letty descansa a diez metros de la tumba donde el pasado domingo enterraron a Joana. Ambas murieron por causas que nadie entiende, víctimas de un sistema que las olvidó, condenándolas a su suerte.

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