Ocio y ciudadanía en Aristóteles

Actualizado
  • 08/06/2019 02:00
Creado
  • 08/06/2019 02:00
Aristóteles no concibió al ciudadano exclusivamente como aquél que participa de la vida cívica de una polis. En la medida que para el filósofo griego no se puede separar el elemento ético del político, la ciudadanía también implica la posesión de ciertas virtudes, mismas que a su vez necesitan del ocio, terreno fértil sobre el cual estas germinan y que el Estado debería garantizar

Es un hecho ampliamente admitido entre los lectores de Aristóteles que no se puede entender sus nociones políticas separadas de su filosofía moral. Ciertamente, Aristóteles parece sugerir en el libro décimo de su Ética Nicomáquea que su filosofía moral es una especie de prefacio a su Política. Sin embargo, dicha relación es rara vez advertida en los análisis de las nociones políticas aristotélicas. Tomemos como ejemplo la noción aristotélica de ciudadanía. A menudo, los análisis sobre dicha noción ponen mayor énfasis en la idea de participación política, esto es, un determinado individuo podría ser considerado ciudadano de un Estado determinado en la medida en que se involucre en sus asuntos públicos.

Como lo vemos, no obstante, dicho excesivo énfasis en la participación en la vida pública de una comunidad responde a las exigencias y preocupaciones de la democracia moderna, soslayando la dimensión ético-política de la noción en cuestión. Por ejemplo, se pasa por alto, con frecuencia, la importancia de tener tiempo de ocio para el desarrollo de ciertas virtudes requeridas para convertirse en buen ciudadano. De igual modo, el ocio parece ser también un requisito para ocupar cargos públicos y participar activamente de la vida pública de la comunidad. En tal sentido, en lo próximo examinaremos la relación entre ocio y ciudadanía en Aristóteles.

Ética y política, según Aristóteles, forman parte de lo que denominó ‘la filosofía de las cosas humanas' (Aristóteles 1181b). En efecto, uno de los tópicos centrales de la Ética Nicomáquea y la Política de Aristóteles es, junto a la idea de virtud, la búsqueda y consecución del bien supremo o Eudaimonia, es decir, el florecimiento humano (o felicidad) yace en el núcleo de dicha filosofía de los asuntos humanos. La felicidad, a su vez, consiste en adquirir excelencia (virtud) en el carácter y el desarrollo de ciertas facultades intelectuales, las cuales no pueden alcanzarse fuera de los márgenes de una comunidad dada, pues es precisamente la búsqueda de tales fines lo que lleva a los humanos a organizarse en comunidades (ciudades). Como consecuencia, la ética y la política están inseparablemente unidas, y sería un error interpretar la noción Aristotélica de ciudadanía (la condición de ser ciudadano) sin considerar su dimensión ética.

De igual modo, es importante darse cuenta de que cuando Aristóteles define ‘ciudadano' como aquel que participa en la vida cívica y puede a su vez ‘gobernar y ser gobernado', no quiso decir, como señalan algunos lectores, ‘aptitud para el cargo' (Walzer 1989, 214). Pues ser ciudadano, en la medida en que está asociado a diferentes prácticas sociales —incluyendo el reparto de justicia equitativamente— en las que los seres humanos actúan los unos sobre los otros, requiere la posesión de ciertas virtudes. De hecho, para Aristóteles, la justicia es la virtud más importante en ese sentido, pues, dicho por el mismo, ‘el que la posee puede hacer uso de la virtud con los otros y no sólo consigo mismo', es decir, se exhibe en relación con los otros (Et. Nic. 1129b.30). Es fundamental apuntar que la justicia, como virtud, no consiste únicamente en actuar conforme a las leyes —que deberían ser justas si el régimen es legítimo— sino también está relacionado a la habilidad de reconocer dónde reside el justo (exacto) medio o balance (Et. Nic. 1133b.20), lo cual es la condición fundamental para obrar de manera virtuosa. Dados estos puntos, se ve claramente que la concepción aristotélica de ciudadanía involucra el desarrollo de ciertas virtudes, de modo que se convierte en un asunto ético.

Si bien es cierto que Aristóteles hizo ciertas distinciones relacionadas a los tipos de virtud, no es menos cierto que las virtudes se encuentran tan cercanamente relacionadas que un determinado individuo no podría poseer una sin poseer otra (Et. Nic. 1144b.20). Además, dado que los seres humanos no se desarrollan en el vacío, sino en comunidades, la vida humana es fundamentalmente ética, es decir, una vida humana activa presupone la práctica de las virtudes hacia otros y uno mismo. Las virtudes, entonces, son uno de los aspectos más importantes de la visión aristotélica de ciudadanía. Por tal razón, para Aristóteles, las ciudades deben garantizar educación a sus ciudadanos, enfocados en el desarrollo de las virtudes (Pol. 7.1333a-b). En otras palabras, las virtudes rebasan el plano de lo individual, siendo de carácter colectivo, político, pues la vida en comunidad se sostiene sobre ciudadanos que obran de manera virtuosa.

Como ya hemos visto, uno de los requisitos fundamentales para ser un buen ciudadano es el ejercicio de la virtud, para lo que se requiere, de manera similar, tener tiempo de ocio para su desarrollo y ejercicio, y con ello participar de mejor manera en la vida pública (Pol. 2.1273a). En tal sentido, como afirmaba Aristóteles, ‘se necesita ocio para el nacimiento de la virtud y para las actividades políticas' (Pol. 7.1329a). En efecto, otro aspecto central de la concepción aristotélica de ciudadanía es el ocio o estar libre de ocupaciones triviales. Dicho tiempo de ocio debe entenderse no como un requerimiento individual, sino como colectivo, de la ciudad, pues una ciudad que no puede disfrutar de la paz y las posibilidades que brinda el ocio podría no estar bien gobernada. Por tal razón, la ciudades deben proveer a sus ciudadanos de espacios para el aprovechamiento de tales períodos de tiempo (lesche y palaestra, son ejemplos) para el desarrollo de la virtud (Pol. 8.1337b). En efecto, para Aristóteles, las maneras de aprovechar los momentos de ocio deben ser objeto de la más cuidadosa investigación. Asimismo, mantener a sus ciudadanos desprovistos de tiempo de ocio (Aristóteles utiliza la tiranía como ejemplo) podría resultar la estrategía de un régimen ilegítimo (Pol. 5.1313b).

Lo dicho hasta aquí muestra que el ocio es un elemento esencial de la concepción aristotélica de ciudadanía. Sin duda, para participar activamente de la vida cívica de la ciudad, un ciudadano debe poseer y practicar ciertas virtudes (justicia, prudencia entre ellas), pero, para tales fines, debe contar con tiempo de ocio para su pleno desarrollo como ciudadano. Aunque las condiciones aristotélicas para la ciudadanía, se ha dicho, representa un criterio excluyente que deja de lado a una gran cantidad de gente (mujeres, niños, personas de edad avanzada, extranjeros) o, incluso peor, que presupone y justifica la esclavitud (cf. Martínez 2013), nos parece que dichas críticas no hacen más que poner énfasis en un aspecto trivial, esto es, el hecho de que Aristóteles pertenecía a la antigüedad en la que la institución de la esclavitud era funcional y que su filosofía, en ese sentido, es un subproducto de tales circunstancias. En otras palabras, ¿por qué deberíamos esperar que Aristóteles defendiese algo diferente, haciéndose eco de exigencias históricas actuales?

Indudablemente, el valor genuino de la concepción aristotélica de ciudadanía —o al menos la que hemos presentado— radica en el hecho de que nos dice que una ciudad que no garantiza una buena vida a sus ciudadanos no funciona bien y, probablemente, se encuentre mal regulada y pobremente gobernada.

De igual modo, es importante darse cuenta de que cuando Aristóteles define ‘ciudadano' como aquel que participa en la vida cívica y puede a su vez ‘gobernar y ser gobernado', no quiso decir, como señalan algunos lectores, ‘aptitud para el cargo' (Walzer 1989, 214).

Lo dicho hasta aquí muestra que el ocio es un elemento esencial de la concepción aristotélica de ciudadanía. Sin duda, para participar activamente de la vida cívica de la ciudad, un ciudadano debe poseer y practicar ciertas virtudes (justicia, prudencia entre ellas), pero, para tales fines, debe contar con tiempo de ocio para su pleno desarrollo como ciudadano.

Aristotle. (1934):

Aristotle. (1944):

Balot, R. K. (2006):

Martínez, J. (2013):

Owens, J. (1981):

Pocock, J. G. A. (1995):

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