Panamá en marcha

Actualizado
  • 25/02/2023 00:00
Creado
  • 25/02/2023 00:00
En el desarrollo nacional, como aspiración social, se podría encontrar otro filón propiciador de ideales
Vista de la ciudad de Panamá

Panamá debe imponerse tareas colectivas. La precisión de objetivos que resulten comunes por causas que nos puedan identificar es todo un ejercicio patriótico, indispensable en los pueblos que padecen de intermitente anemia cívica. Sobre todo, cuando las influencias foráneas de todo género pueden perturbar algunos rasgos de la identidad nacional.

En el pasado los objetivos comunes adquirieron una personería visible. Lograda la independencia e impuestos los pactos canaleros fue germinando, paso a paso, el ideal nacional de perfeccionar la independencia y de abrogar los pactos. Las distintas generaciones del siglo XX adquirieron o heredaron tareas y compromisos identificados con los intereses soberanos del país. Los ideales eran específicos y por extenderse a toda la población tomaron el carácter de nacionales.

Alcanzada la recuperación del Canal el ideal reivindicador que aglutinó a tantas generaciones entró al reposo de los laureles, a pesar de la lesión residual intervencionista que como espada de Damocles pende en el Tratado de Neutralidad y sus enmiendas. Al respecto, el letargo de la conciencia ciudadana debe dar paso a algún tipo de acción popular y diplomática para dar fin a todo equívoco o inequívoco que nos sigue colocando bajo el paraguas del pentágono.

En razón de esta asignatura pendiente bien podría rehabilitarse el viejo propósito de perfeccionar del todo la soberanía y, por ende, levantar la bandera que promueva el repudio al Tratado de Neutralidad.

Lo inteligente es convertir el desarrollo en un ideal nacional, como en Asia, y saber que ese ideal es la suma de desprendimientos.

En este mismo orden de cavilaciones se podrían adoptar adicionalmente otras causas que se convertirían en ideales nacionales y que de ser abrazadas por el pueblo panameño tendrían un futuro identificado con el progreso y el bienestar.

Un nuevo ideal podría ser luchar por la democracia. Lograr que toda la sociedad desde las aulas escolares adquiera el compromiso de aceptar las reglas de juego de un estado de derecho. Luchar por una comunidad cada día más democrática, por un Estado más afincado en la importancia de la igualdad, por una voluntad política identificada con las alternativas de los cambios en el mando, con la vigencia de los derechos humanos y con toda exclusión del ánimo golpista. No caer en el egocentrismo político de celebrar, como en Venezuela, las frustradas acciones golpistas, celebración que lleva de modo explícito una apología del delito en lo relativo a la seguridad interna del Estado. Sin embargo, resulta ejemplar el homenaje que el miércoles último le rindieron en Alemania al rey de España por su defensa de la democracia y su repudio al golpismo del militar Tejero, súbdito nostálgico del dictador Franco.

En el desarrollo nacional, como aspiración social, se podría encontrar otro filón propiciador de ideales. En la actualidad muchos países asiáticos han encontrado puntos de encuentro y de unidad en toda política consensuada de desarrollo nacional. En Malasia, muy a pesar de su régimen antidemocrático, existe un acuerdo entre todos para convertir ese país en tierra de primer mundo plenamente desarrollado. Allí todo está en función de ese ideal y con fechas precisas para llegar a las metas.

En esta etapa las definiciones son necesarias. Para la Iglesia el desarrollo es el nombre que recibe la paz. Desde mi punto de vista, desarrollo nacional debe recibir el nombre de movimiento reivindicador de los derechos del pobre. He allí la medida de todos los intereses y de todos los propósitos. Es la vieja y olvidada teoría antropocéntrica, pero simbolizando al hombre en su pobreza.

Igualmente, el Estado tendrá que reivindicar su gestión planificadora y no hacer renuncia de ella. Es su deber. El argumento de que todo Estado es por naturaleza corrupto resulta, como toda generalización, un error hecho axioma. ¿Acaso el Banco Mundial no está denunciando en estos momentos a 100 empresas e individuos por actos de fraude y de corrupción? Entre 1999 y 2004 el Banco Mundial formuló 300 o más denuncias similares (ver La Prensa de 7.2.07). Esa decisión del Banco Mundial no quita al sector privado su protagonismo indispensable, esencial en toda política de desarrollo, y lo del Banco Mundial contra centenares de empresarios no debe permitir ninguna generalización. Es preciso que en el centro del diálogo se coloque un semáforo de entendimiento, como lo sugería el economista Prebisch, de modo que se acuerden las luces rojas y las verdes para cada uno de los gestores del desarrollo. Cada cual –Estado, empresa y sociedad civil– conocería su senda y nadie iría contra vía.

Lo inteligente es convertir el desarrollo en un ideal nacional, como en Asia, y saber que ese ideal es la suma de desprendimientos, de condiciones y de concesiones debidamente consensuadas. Además, una política de desarrollo consolidaría una integración espiritual interna y sin ella toda integración con el mundo exterior podría correr el riesgo –nuestro país– de ser absorbido o manipulado por los intereses de otros países más conscientes de su destino.

Un desarrollo para ser nacional no puede ser vestido con marcas antinacionales y sería antinacional si descansa en la venta, hipoteca o alquiler de las riquezas del istmo o en otra clase de gravamen de novísima escritura. Por eso pienso que ha llegado la hora de acordar los objetivos de un Panamá en marcha en lo educativo –motor esencial–, económico, político y social, teniendo por divisa la solución de los graves problemas nacionales. ¡Ni más ni menos!

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