Un reino a base de sopa y pesca’o frito

Actualizado
  • 03/11/2013 01:00
Creado
  • 03/11/2013 01:00
Un día del año 2000, no recuerda exactamente cuál, salió a la ventana de su casa y escuchó una voz que le dijo: ‘Esa es tu esquina, allí...

Un día del año 2000, no recuerda exactamente cuál, salió a la ventana de su casa y escuchó una voz que le dijo: ‘Esa es tu esquina, allí está lo que me estabas pidiendo’. Miró a la distancia y lo único que visualizó fue un terreno lleno de basura. ‘Pongo mis manos en el fuego que quien me habló fue Dios, se lo juro’, relata Pedro Rodríguez, mejor conocido como ‘Sorolo’. Cuando amaneció se dispuso a limpiar el solar e inició la construcción de su negocio.

La singular escena ocurrió en su segunda estadía en El Chorrillo. Del barrio que ‘Sorolo’ conoció de niño queda poco. Las casas de madera donde habitaban los trabajadores antillanos traídos para la construcción del Canal, y que luego fueron ocupadas por familias panameñas, fueron consumidas por el fuego de la invasión estadounidense del 20 de diciembre del 1989. Después de la reconstrucción del ‘barrio mártir’, centenares de chorrilleros fueron reubicados en las afueras de la capital. ‘Sorolo’, hoy de 75 años, no había comenzado a edificar su reino.

—Ya no hay tiroteos, la gente entendió que por sus hijos tenían que cambiar, tú me entiendes —cuenta Rodríguez mientras come un trozo de carne bañado en salsa de tomate. Ocupa una de las siete mesas alargadas que tiene su restaurante, ‘Fonda Doña Juana’. Juana en honor a su madre fallecida.

Pero eso es ahora, hace pocos años, en los primeros tiempos postinvasión, las bandas de delincuentes intentaron cobrarle para que siguiera vendiendo comidas o que él les pagara cajas de cervezas. A ambas cosas se negó, utilizando la valentía como arma.

CÓMO SE HIZO AMIGO DE ISMAEL RIVERA

Cuando el chorrillero recorría las calles vendiendo periódicos a cinco centavos, tres para la empresa y dos para él, o limpiando zapatos —a finales de la década del 40— le pidió a Dios una mansión de dos pisos y un restaurante. Luego, cuando era veinteañero, quiso conocer a Ismael Rivera. Esto también se lo encargó al Creador.

El 11 de octubre del 1969 se le cumplió la última petición: El régimen militar organizó una fiesta para celebrar el primer aniversario del golpe de Estado. Esa noche, ‘Sorolo’ se fue al Estadio Olímpico Juan Demóstenes Arosemena, donde se presentaba ‘El Sonero Mayor’, un guarachero que no solo le gustaba a él, sino que hacía mover el cuerpo a gran cantidad de panameños.

—Papa Dios me guió hasta el carro de Ismael. Él estaba acompañado del artista nacional Jhonny Pal. Jhonny le dijo: ‘Ismael, quiero que conozcas a Sorolo’. Ismael se me quedó mirando, y dijo: ‘Yo me voy con Sorolo’.

El hoy restaurantero recuerda que faltaba poco para las doce de la noche cuando llegaron a su casa.

—Ismael me dijo: ‘Me siento mal, búscame un morir soñando’.

‘Sorolo’ fue a la tienda y compró los ingredientes para la bebida (de origen dominicano) para que su madre la preparara. El salsero se tomó la bebida y ‘Sorolo’ lo llevó al hotel Premier de la avenida Central. ‘Al día siguiente lo visité y estaba con su problema, le hablé que en la costa atlántica había un Cristo milagroso’. ‘¿Y eso qué es?’, preguntó él.

Al día siguiente, cuenta, Rivera fue contratado para el carnavalito en Colón. Antes de llegar a la cabecera de la provincia, ‘Sorolo’ le dice al conductor que se desvíe hacia el pueblo de Portobelo.

—En la puerta de la iglesia Ismael se tropieza y entra de rodillas. Se había desvanecido en llanto. El lunes, cuando ayudaba a mi mamá con las frituras en El Chorrillo, aparece el chofer de Ismael —relata.

‘Dice Ismael que vayas al hotel’, le dijo el hombre.

—Ismael pidió que no nos molestaran en la habitación. En el cuarto había una toalla de tamaño mediano, caucho y heroína. Él cogió eso y me lo puso en las manos: ‘No uso más esto, hermano, tíralo a la basura’– me pidió.

‘Sorolo’ dice que el Nazareno curó de la adicción al ‘Sonero Mayor’ en poco menos de 24 horas.

A LOS ‘ESTEIS’ , POR TIERRA

En 1972, ‘Sorolo’ reunió $400 y se marchó para Nueva York solo con lo que tenía puesto. Su mente iba concentrada en hacer una vida allá.

En ‘el norte’, comenzó una nueva etapa. Sin documentos, lo emplearon en una fábrica de ropa. En Panamá quedaron sus tres hijas pequeñas, sus padres y otros familiares.

El día libre buscó el trozo de papel donde tenía escrita la dirección de la suegra de Ismael y se echó a andar. ‘Él no está, se fue hace poco para su casa de la calle 92’, le dijo la señora a ‘Sorolo’. ‘Me fui mirando las paredes, hasta que di con la dirección’.

—Ahí viene uno de los tuyos —le dijo Ernesto Batista, un amigo del salsero que abrió la puerta.

—¡Dios mío, pero ese es ‘Sorolo’! —exclamó Ismael—. Y, aunque no tocaba ningún instrumento, le abrió una vacante en la orquesta. Desde aquella noche lo presentó como su hermano.

Así pisó el terreno artístico ‘Sorolo’: ‘Ismael me pagaba lo mismo que le pagaba a una primera trompeta, $200 por baile. Él cobraba $5,000. Yo trabajaba en la fábrica y los fines de semana en la orquesta’.

‘Sorolo’ vivió en Estados Unidos hasta 1997, cuando se jubiló de la fábrica de ropa. A su regreso se instaló nuevamente en El Chorrillo, donde permanece unas siete horas al día vigilado por los retratos de su amigo salsero que siempre le pedía su opinión hasta para las cosas más nimias: ‘Soro esto, Soro aquello, Soro qué te parece este tema...’.

A LA SOMBRA DE LOS 15 PISOS

El negocio de ‘Sorolo’ está en una esquina, cerca de la calle 27 –una de las tres calles del barrio– sobre un terreno que él no sabe cuántos metros tiene, pero que si alguien le paga $150,000 lo vende.

Desde la puerta, más adecuada para que entre un carro que para que ingresen clientes que compran comida, quedan expuestas las entradas del negocio: siete mesas rectangulares con sillas de madera y metal y bancos, un equipo de sonido, fotografías y recortes de varios tamaños.

Cerca de la mesa donde come su bistec hay una ventana alargada por donde se cuela el paisaje: los edificios llamados ‘Los 15 Pisos’, otros más pequeños; las personas que esperan la ‘chiva’; y un hombre de cabello tan largo que le roza la espalda y con el pecho lleno de trapos, se pasea de un lado a otro.

‘Sorolo’ asegura que cocina, pero es su esposa Fabiola la que no deja que nadie entre a donde se preparan los alimentos.

Mientras habla de cómo nació su amor por las artes culinarias, Fabiola muestra con orgullo todas las reliquias que decoran la ‘Fonda Doña Juana’.

En las cuatro paredes hay fotografías y recortes de diarios. Siempre es ‘Sorolo’ con artistas, deportistas y políticos. El Ismael que aparece en primer plano es el atractivo que ha atraído a Discovery Channel a viajar hasta El Chorrillo a conocerlo, a preguntarle por lo que comía el ‘Sonero Mayor’ en Panamá, y filmar los tesoros que cuelgan de las paredes que huelen a pescado frito, a sopa de carne. A una amistad que ha sobrevivido a la muerte.

Cuando habla del negocio, ‘Fonda Doña Juana’, se baña de un optimismo que muele muros y fronteras. Dice que está remodelando el local y que si alguien le contrata para alimentar a 200 personas lo puede hacer sin contratiempos. Cuando se le pregunta por los clientes diarios, no tiene la cifra de cuántos son, pero asegura que todos son de afuera, y enumera las entidades públicas donde laboran sus comensales. El plato más vendido es la sopa de porotos con verduras y arroz blanco.

Los clientes llegan y la tarea de ‘Sorolo’ parece ser protocolar. Dos ayudantes sirven los platos y la esposa cobra. El propietario, desde el cabezal de una de las mesas rectangulares, saluda a los guardias que le hablan desde la acera y a los parroquianos que le preguntan por su salud. Una joven entra con una bebé en brazos y le pregunta si regresa más tarde.

—Siéntese —le pide a la madre de la pequeña.

Rodríguez se acerca a la niña, le pone sus manos en la cabeza y articula una serie de códigos sanatorios.

—Es el tercer santiguo, tiene mal de ojos la reina —explica.

EL BARRIO, MAÑANA

Después de vivir en zozobra por más de 20 años, desde hace unos meses se viven momentos de tranquilidad en El Chorrillo, dice. Los años siguientes a la invasión, las balaceras y robos alzaron un cerco sobre el barrio. Este caos fue creado, piensa ‘Sorolo’, porque los padres no le prestaban atención a los hijos, porque las madres modernas no le revisaban las tareas a los chiquillos y porque la gente se hace la vida un ‘mafá’.

Otros consideran que el cambio llegó cuando esta administración gubernamental trajo las unidades pacificadoras, como las que redimen las favelas brasileñas y los jóvenes encontraron empleos en las construcciones de los megaproyectos estatales. Uno de estos, la Cinta Costera III, se levanta a pocos metros del barrio.

—Por ahí dicen que los pobres tendremos que salir de El Chorrillo —cuenta ‘Sorolo’, quien asegura que tiene una casa de dos pisos en Arraiján, como se la pidió a Dios, al igual que le pidió conocer a Ismael Rivera. Considera que la amistad con ‘El brujo de Borinquen’ fue el pago por haber ayudado a un alma en pena.

Pedro Rodríguez —‘Sorolo’, como le llamó su abuelo paterno desde que era un niño— es un hombre grande que reina en un negocio pequeño, es un rey que por corona lleva el cabello al rape, es un empresario que mira la telenovela antes de dormir y que dice no entender a la gente que no tiene aspiraciones.

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