Evaluando la reunión del Consejo de Seguridad en la ciudad de Panamá

Publicado en la “Revista Jurídica Panameña” No. 2, mayo – agosto 1973

Si evaluamos, aunque tan solo lo hagamos desde un ámbito estrictamente regional y doméstico, las interesantísimas sesiones que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas acaba de tener en esta ciudad, tendremos que concluir afirmando que han sido, sin duda alguna, de positivo beneficio para América Latina, en general, y para la República de Panamá, en particular, tanto en lo nacional como en lo internacional.

Decimos lo primero porque el solo hecho de que un país de esta área geográfica haya sido escogido para tal reunión, la segunda que celebra el Consejo fuera de su sede, está de por sí indicando que la América Latina, que nuestra América, está dejando de ser el continente de las esperanzas para convertirse en tierra de realizaciones. Además, y esto es importante, la solidaridad y gallardía que en todo momento pusieron de manifiesto los representantes de los Estados latinoamericanos es algo que conmueve y emociona, sobre todo a los que nos habíamos cansado de verlos litigar entre ellos por cuestiones de escasa o relativa importancia, y doblegarse sumisos ante el querer y la voluntad del Departamento de Estado. Y es que esa falta de unidad que se ha manifestado en el seno de la Organización de los Estados Americanos, al igual que ese sometimiento degradante, han respondido en gran medida a hechos y circunstancias que, aunque un poco ajenas, no por ello deben ser olvidadas.

Los Estados Unidos impulsaron el panamericanismo moderno cuando se encontraban fuertemente unidos: De la confederación habían pasado a la federación y la guerra de secesión pertenecía al pasado. La situación en la América Latina, por el contrario, era distinta: no había unidad, no existía conciencia de que la solidaridad hispanoamericana y latinoamericana eran fundamentales si queríamos cumplir, sin humillaciones, con nuestro destino histórico. Resultado de todo ello fue un panamericanismo desigual y desproporcionado. Por un lado, Estados Unidos de América con un inmenso poderío político, militar y económico. Por el otro, una América Latina dividida, incapaz de hablar de igual a igual con la América del Norte, por lo que sucedió con Estados Unidos lo que Bolívar temió con respecto a Inglaterra, o sea, que aquella nación se convirtió en soberana de las conferencias panamericanas; su voz fue la más penetrante y su voluntad y sus intereses constituyeron el alma de la Organización de los Estados Americanos, la cual no se atrevió a disgustarla para no buscar ni echarse encima un enemigo irresistible. Hoy, sin embargo, a ciento cuarenta y seis años de distancia del Congreso Anfictiónico de Panamá, la ciudad de Panamá ha sido escenario de la resurrección de América Latina, porque no otra cosa se puede esperar, después de haber contemplado el bello espectáculo de una solidaridad resplandeciente, cuya ausencia tanto daño ha causado al desarrollo social y económico de nuestros pueblos. En cuanto a los beneficios para la República de Panamá, dijimos que estos se han dado, tanto en lo nacional como en lo internacional. Desde el primero de estos aspectos, si se miran tan solo las sesiones del Consejo de Seguridad desde el punto meramente educativo, un sector apreciable de nuestra población ha visto y aprendido, a través de la televisión cómo opera y funciona dicho Consejo. El pueblo panameño ha podido, además, darse cuenta por propia percepción, ante la actitud intransigente de Estados Unidos, que la lucha de Panamá no es fácil. Es, por el contrario, una lucha dura. Esa actitud intransigente, por otra parte, ha debido enseñarle a no dejarse sorprender, como en el pasado, por las sonrisas y voces de simpatía que frecuentemente nos muestran y dirigen los funcionarios norteamericanos. Esas sonrisas y voces de simpatía no son sinceras ni espontáneas. Son sencillamente el resultado de una posición política en un momento dado. Dicho en otros términos, nos las dedican mientras no atentemos contra la existencia y tranquilidad del enclave colonialista que ellos han establecido en parte de nuestro territorio. Pero de pretender nosotros reivindicar derechos que son inalienables para nuestra república, de intentar poner fin a unas relaciones producto de una acción fraudulenta y dolosa de Teodoro Roosevelt y de su secretario de Estado, una contorsión en el rostro reemplaza de inmediato a la sonrisa y las voces de simpatía son sustituidas por actos o palabras de amenaza. Esta es la verdad dicha sin eufemismos.

Y es que cuando las grandes potencias consideran que sus intereses esenciales se encuentran en peligro, justifican todos sus actos, por abominables que sean, con un supuesto “derecho de necesidad” y son duras, pero muy duras, con los que osen poner en peligro tales intereses, por más que estos actúen en ejercicio legítimo de un derecho y les hayan constantemente demostrado, a través de su historia, lealtad y desprendimiento. Los Estados Unidos de América ya han dado buenas pruebas a Panamá de la dureza de que son capaces, tanto en el terreno diplomático como en el militar. En el terreno diplomático las habían venido dando, a puerta cerrada, desde el instante mismo en que nos impusieron el Tratado Hay –Bunau Varilla. En las sesiones del Consejo de Seguridad celebradas en esta ciudad, Panamá obligó a darlas ante el mundo entero. En el terreno militar, el 3 de noviembre de 1959 y el 9 de enero de 1964, principalmente, hablan por sí solos.

Refiriéndonos ahora al aspecto internacional, Panamá no solo supo concentrar la atención de la comunidad de naciones en las causas de conflicto con Estados Unidos. Dio a conocer, al mismo tiempo, su desigual lucha contra el coloso del norte, así como las muchas injusticias que campean en las relaciones existentes entre los dos países.

Es cierto que Estados Unidos de América vetó un proyecto de resolución, por el cual el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tomaba “nota de la disposición manifestada por los gobiernos de Estados Unidos de América y de la República de Panamá, de hacer constar en instrumento formal un acuerdo sobre la abrogación de la Convención del Canal Ístmico de 1903 y sus enmiendas, y la celebración de un tratado justo y equitativo respecto al actual Canal de Panamá que llene plenamente las legítimas aspiraciones de Panamá y garantice el pleno respeto a la soberanía efectiva de Panamá en todo su territorio”. Mas ese veto, contrario a lo que podría pensar a primera vista cualquier observador superficial, constituye uno de los mayores reveses de la política exterior norteamericana y un gran triunfo diplomático para Panamá. En efecto, téngase presente por una parte que el veto de los Estados Unidos significa que ellos fueron los únicos, como en efecto lo fueron, que votaron en contra del proyecto. En otras palabras, tuvieron que echar mano de un privilegio que otorga la Carta de las Naciones Unidas a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, privilegio este que ha sido repudiado por la conciencia internacional por desvirtuar el principio de la igualdad jurídica de los Estados y que ha sido fuertemente criticado por el mismo Estados Unidos, hasta el punto de que desde que se creó la Organización de las Naciones Unidas hasta nuestros días, ha hecho uso del veto tan sólo en tres ocasiones. Ha sido práctica de la política exterior norteamericana abstenerse, por consiguiente, de aplicarlo.

Constituye, por otra parte, un gran triunfo diplomático para Panamá, porque la resolución, originalmente presentada por Panamá y Perú, fue, además, copatrocinada por Guinea, India, Indonesia, Kenia, Sudán y Yugoslavia; y al momento de ser votada recibió trece votos a favor, una abstención, la de la Gran Bretaña, y el veto, como dijimos, de Estados Unidos. Trece de los quince miembros del Consejo de Seguridad se manifestaron, por tanto, solidarios con las aspiraciones panameñas, lo que implica una dura crítica al régimen colonialista que los Estados Unidos de América han establecido en la Zona del Canal. Trece de los quince miembros del Consejo de Seguridad han dicho pública y oficialmente a Panamá, que ella no está sola en su lucha. Que en la medida en que las normas del Derecho Internacional Público lo permitan, ella cuenta con el respaldo de esas trece naciones, porque la lucha de Panamá es una lucha justa. Y esto, de más está decir, debe ser de gran valor para nosotros por más que el materialismo norteamericano no sea capaz de comprenderlo.

Panamá, uno de los países más pequeños del mundo, uno de los países de menos población, el 21 de marzo de 1973 salió del Consejo de Seguridad en brazos de trece de los quince miembros restantes de dicho organismo, pese a que nada tiene que ofrecer, aparte de su buena fe. Los Estados Unidos se quedaron, por el contrario, solos, a pesar de su inmenso poderío político, militar y económico, como solo se quedan los muertos que en vida no supieron realizar buenas acciones. ¡Y así pretenden dirigir el mundo!

Ficha

Nombre completo: Julio E. Linares

Nacimiento: 7 de agosto de 1930. Ciudad de Panamá

Fallecimiento: 27 de octubre de 1993. Nueva York

Ocupación: Diplomático y político

Resumen de su carrera: Dictó la cátedra de Derecho Internacional Público en la Universidad de Panamá, donde fue secretario, vicedecano y decano interino. Fue diputado en la Asamblea Nacional, miembro principal del Consejo Nacional de Relaciones Exteriores, presidente de la junta directiva del Instituto de Vivienda y Urbanismo y de la Junta de Control de Juegos; ministro consejero de la Delegación Permanente de Panamá ante la ONU; gobernador de Panamá ante el Banco Mundial; representante titular de Panamá ante el Consejo Interamericano Económico y Social, y ante la V Asamblea de Gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo, donde fue elegido presidente. Fue ministro de Relaciones Exteriores, ministro de Hacienda y Tesoro y ministro interino de Trabajo y Bienestar Social. Socio del bufete de abogados Tapia, Linares y Alfaro; presidente del Club Unión; presidente del Partido Nacionalista; secretario general del Instituto Hispano-Luso-Americano de Derecho Internacional; miembro del International Law Association; de The American Society of International Law; de la Academia Panameña de Derecho; del Colegio Nacional de Abogados; del Instituto Panameño de Cultura Hispánica; de la Sociedad Bolivariana de Panamá; del Instituto Latinoamericano de Estudios Avanzados; de la Academia Panameña de la Historia; de la Asociación Argentina de Derecho Internacional; del Club Activo 20-30 de Panamá y del Club Kiwanis de Panamá. Obras: “La Casación Civil en la Legislación Panameña” (1968), “Derecho Internacional Público” (1977), “Tratado concerniente a la neutralidad permanente y al funcionamiento del Canal de Panamá” (1983) y “Enrique Linares en la historia política de Panamá (1869-1949) - Calvario de un pueblo por afianzar su soberanía” (1989).

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