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- 21/06/2025 00:00
Panamá ha sido, -desde el retorno a la democracia post invasión de 1989-, un oasis de estabilidad y paz social en la región de América Latina. Esto ha cambiado, y este cambio está relacionado tanto con un desgaste de las estructuras políticas, como con la crisis económica que el país viene afrontando luego del boom económico e inmobiliario experimentado entre 2007 y 2016, cuando el país se encontraba como el de mayor crecimiento económico de la región.
Una nueva normalidad se ha instalado, especialmente desde 2021 con una inusitada explosividad social que se ha venido incrementando y reproduciendo cada vez de forma más frecuente. Esto se evidencia en los datos publicados por la organización Armed Conflict Location & Event Data (ACLED) en su sitio web, entre 2022 y junio de 2025 se han registrado 2,007 manifestaciones en todo el país. De estas manifestaciones el 34% se registraron en la provincia de Panamá, 13.3% en Chiriquí y 12% en Colón.
Los momentos de mayor tensión social en Panamá que se registran en esta base de datos, corresponden a julio de 2022, cuando se registraron 278 manifestaciones. Luego, el pico de mayor explosividad en noviembre de 2023 (316 manifestaciones), y finalmente mayo de 2025 con 164 manifestaciones. Cabe resaltar que estas fechas estuvieron relacionadas con las protestas por el aumento del costo de la canasta básica (2021), el rechazo al contrato minero (2023) y el rechazo a las reformas de la Caja de Seguro Social (2025). Lo que denota con claridad cuáles son los temas que generan mayor crispación en la opinión pública panameña.
Pero no es solo el reflejo de los momentos de mayor agitación lo llamativo en estos datos. Excluyendo estos picos específicos antes mencionados, los datos muestran que la protesta se ha convertido en algo cotidiano. Es así como durante el período de estudio se registraron no menos de 9 y hasta 50 protestas mensuales. Hay que anotar, que esta base de datos se alimenta con noticias publicadas en medios locales y que se puede observar con claridad que no logra registrar todas las manifestaciones que ocurren en el país.
Los datos son la síntesis de una nueva normalidad, en la que ahora a la salida del trabajo encontramos casi diariamente, cierres de calles, colapso del tráfico vehicular de la ciudad, gases lacrimógenos y refriegas entre manifestantes y fuerzas del orden público. La recurrencia en los lugares, - Parque Urraca, Parque Porras, Cinta Costera, Asamblea Legislativa, Iglesia del Carmen, Vía España, Avenida Manuel Espinoza Batista, Universidad de Panamá-, y de las horas del día en que este tipo de eventos se dan han transformado estos espacios en un escaparate de la disconformidad social existente.
¿Cómo llegamos a pasar de ser un oasis de ‘estabilidad política, económica y social’ a estar en los titulares de medios internacionales por el constante conflicto? Hay dos factores principales, primero, un proceso de desmejoramiento en las instituciones y su capacidad resolutiva, segundo, una ausencia de políticas públicas que impulsaran el progreso social de las comunidades.
A esta situación de desmejoramiento institucional, hay que añadirle los crecientes niveles de informalidad y desempleo, la reducción respecto a la inversión directa extranjera, el alto nivel de endeudamiento público y de los hogares. Además, -la instauración, desde al menos el destape del caso Odebrecth-, de un permanente estado de escándalos de corrupción irresueltos por un sistema de justica que día a día va perdiendo credibilidad. Todo lo cual genera un mayor grado de incertidumbre, zozobra y desesperanza a nivel individual y social, y de desconfianza hacia el Estado y sus instituciones en general.
Estas tensiones que se reflejan a nivel social y urbano tienen un impacto también en las personas y comunidades. Los datos del Sistema Integrado de Estadísticas Criminales (SIEC) del Ministerio de Seguridad Pública así lo reflejan. De estos datos se desprende como el número de casos de violencia doméstica en los distritos de Panamá y San Miguelito se ha ido incrementado entre 2019 a 2023, pasando de 4,758 casos al inicio del período a 6,148 en la actualidad, un 30% más en 4 años. Como veremos más adelante, esto es una señal de que el deterioro no es solo social sino también individual y familiar.
De acuerdo con un artículo publicado recientemente en el diario británico The Guardian, el concepto de ‘hipernormalización’ “fue acuñado por primera vez en 2005 por el académico Alexei Yurchak para describir la experiencia civil en la Rusia soviética, la hipernormalización describe la vida en una sociedad donde ocurren dos cosas principales”.
“La primera es que la gente percibe que los sistemas e instituciones de gobierno están descompuestos. Y la segunda es que, por razones como la falta de un liderazgo efectivo y la incapacidad de imaginar cómo alterar el statu quo, la gente sigue con sus vidas con normalidad a pesar de la disfunción sistémica, con una fuerte carga de miedo, pavor, negación y disociación”.
Por un lado, disociación por parte de una población de espectadores, no vinculados con los grupos en protestas y relacionados con el sector financiero y de servicios, quienes no se involucran ni opinan de las situaciones de violencia y disrupción que se generan en su entorno inmediato. Al igual que en la antigua Unión Soviética se percibe un consenso en el cual no mencionar el tema lo desaparece,
Del otro lado, la asociación que hacen sectores de grupos populares beligerantes quienes vinculan su condición con amenazas existenciales. Un ejemplo es una publicación en X, donde un usuario señalaba que, “Boca La Caja es como Gaza”, estableciendo una asociación entre la violencia de eventos geopolíticos lejanos con las tensiones locales que se generaron recientemente entre autoridades municipales y moradores de este barrio.
En lo que respecta a la situación en los hogares, la literatura empírica más reciente muestra una relación bidireccional y robusta —aunque compleja— entre la violencia que ocurre dentro del hogar y los períodos de inestabilidad social y política. En contextos de guerra, crisis económicas, golpes de Estado, protestas masivas o restricciones sanitarias, los datos revelan aumentos de entre 20 % y 60 % en la violencia familiar, mientras que la normalización de esa violencia doméstica, a su vez, erosiona la cohesión social y complica los procesos de paz, transición democrática o recuperación económica.
La hipernormalización es una consecuencia de que durante los 35 años postinvasión, se ha dado una paulatina aceptación de los vacíos de liderazgo, autoridad y capacidad resolutiva institucional. Es la señal del desmoronamiento social, en un entorno donde el policía ya no pone boletas, el municipio literalmente ya no recoge la basura, y el agua potable ya no llega a las casas. No hay duda de que el entorno político local y global, el cambio tecnológico y generacional, así como la inestabilidad económica son señales de una ruptura del presente con el futuro que genera malestar, pero el descuido institucional, la fatiga democrática y la desigualdad agravan aún más esta crisis y están pasando factura a la estabilidad del país.
Si quieres ver una visualización sobre las manifestaciones en Panamá visita el sitio web: https://metromapas.net/