Ocho días antes de su reapertura la catedral de Notre Dame de París desveló su nuevo “resplandor” al mundo durante una visita del presidente francés, Emmanuel...
- 14/11/2019 11:00
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Son las 9:00 a.m. del viernes 14 de noviembre de 2008. El teléfono suena mientras sorbo un poco de café. Atiendo la llamada en mi oficina de Asistencia Administrativa del Órgano Judicial en La Chorrera. Por el tono de preocupación del periodista Pedro Ferrín, intuí que algo sucedía
—Acabo de oír un flash noticioso. Dicen que Carlos Iván Zúñiga falleció… sé que eres allegado a él, trata de confirmar…
No recuerdo a quién llamé tras colgar, pero la información era cierta. Me retiré. Al día siguiente me trasladé a la casa de Carlos Iván en San Francisco. Al tocar la puerta, me recibe Gloria Zúñiga de Preciado —su hija—, quien me pregunta: “¿Lo llegaste a ver?”. Sus brazos me estrecharon tras mi negativa. Una semana antes, había ido a visitar a Carlos Iván y ella me informó que en aquel momento estaba durmiendo, pero justo al partir de allí, Gloria regresa a la habitación y me relata: “Cuando entré al cuarto de mi papá me preguntó que quién era… Alexis Sánchez, le dije, tras lo cual me pidió que te dejara pasar. Cuando salí a buscarte, ya te habías ido”, contaría. Posteriormente, arribó su esposa Sydia.
Me lo presentó mi primo Rodrigo Sánchez Conoan —Yoyi—, quien había ingresado a las filas del recién formado Partido Acción Popular (PAPO). En tiempos de inscripción del partido me lo encontraba cuando se acercaba a la mesa de la papaya del viejo Café Boulevard Balboa.
La primera vez que escuché el nombre de Carlos Iván fue durante un tarde en la oficina de los abogados Chavarría, Rodríguez y Sánchez. Me interesé por el caso del magnicidio de José Antonio Remón Cantera. Yoyi me recomendó buscar un libro que se llama “El caso Guizado: un alegato para la Historia”, que fue la tesis doctoral de Carlos Iván en el Perú. Finalmente lo encontré entre un montón de ejemplares de la Librería Universitaria. Cierto día se lo mostré a Carlos Iván, y sorprendido me diría: “pensé que no había”, y al decirle que era el único que encontré hubo una sutil respuesta: “¡Te salvaste!”.
Cada vez que encontraba algo nuevo relativo al magnicidio de Remón Cantera, se lo mostraba a Carlos Iván, con quien me encontraba en el café. Las investigaciones llevadas a cabo por William Wade, jefe de seguridad de la Embajada de Estados Unidos en Panamá, durante la noche del magnicidio, habían sido incorporadas a las pesquisas realizadas por la Comisión Warren, que investigó el crimen del presidente John Fitzgerald Kennedy. Le mostré el informe, el cual leyó detenidamente. “Mantenme al tanto”.
En otra ocasión compartí con él las revelaciones que me hiciera Jack Vaughn, ex embajador de Estados Unidos en Panamá, enviado para restaurar las relaciones entre ambos países después de los hechos acaecidos el 9 de enero de 1964. Vaughn había estado en el hipódromo de Juan Franco el 2 de enero de 1955. Se había retirado 15 minutos antes del magnicidio.
En una ocasión, mientras almorzábamos en el Café Boulevard, constaté que el doctor no había tocado su ensalada de lechuga. Después de hacerle la observación respondió: “Mi madre me dijo que lo que no pasa por candela en la calle no se come”.
En uno de estos encuentros escuché sus relatos de la visita de Fidel Castro a Panamá en 1948, y de las atenciones brindadas a Enrique Ovares, presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, que acompañó al líder de la revolución cubana.
30 de diciembre de 1999, 6:00 p.m. Me encuentro junto a Carlos Iván. Entre sorbos de café seguimos el noticiero en la mesa de la papaya. Al ver un adelanto de los actos programados para el día siguiente, Carlos Iván espeta: “Alexis, mañana voy a la tumba de Ascanio Arosemena y de los mártires a colocar una ofrenda y darle las gracias por la salida del último norteamericano de la Zona del Canal”.
Recuerdo el día que se celebró la Convención del Papo en el Restaurante Lung Fung. Cuando mi madre y yo nos preparábamos para salir hacia la convención desde La Chorrera, mi padre, quien no iba a poder acompañarnos por motivos de trabajo, envió una nota escrita en una hoja de papel amarillo para Carlos Iván. No se hizo esperar el regaño de mi padre, al percatarme de que utilizaba una hoja de esas con las que se envolvía el pan en aquellos tiempos. “¿Usted le va a escribir una nota al Doctor Zúñiga en ese papel? Espérese que le consigo una hoja blanca”. “No te metas en cosas que no te incumben”, ripostó mi padre, quien procedió entonces a doblar la hoja y a entregársela a mi progenitora. “Entrégale eso a Carlos Iván de mi parte”, zanjó.
Vestida en un traje decorado con papos, le entregó la nota a Zúñiga, quien después de leerla procedió a doblarla y guardarla en el bolsillo de su saco.
En mis memorias también está presente otra visita al doctor Zúñiga, en esta oportunidad para entregarle el informe final de la Comisión de la Verdad.
Al menos esa era mi intención inicial. Pero me acompañó un legislador suplente del Partido Revolucionario Democrático (PRD) de La Chorrera, quien buscaba una oportunidad para conocer a Zúñiga.
El doctor me recibió junto a su esposa Sydia Candanedo de Zúñiga. Al invitarme a sentarme con ellos a compartir el desayuno, me preguntó: “¿Dejaste a alguien en el carro?”.
-Doctor, él es PRD y legislador suplente…
-No importa, al adversario hay que traerlo a nuestro bando…
-Héctor, dice Carlos Iván que te invita a desayunar.
El apellido de Héctor era Rodríguez. Hoy nos hemos distanciado por motivo de la posición de cobros ilegales de impuestos kafkianos por uso de baños y peaje de salida de la Terminal de Albrook.
“Cuando Carlos Andrés Pérez visitó a Omar Torrijos en Panamá, siendo presidente de Venezuela, me comunicó que quería visitarme, ya que somos compadres”, rememoró Zúñiga en aquella oportunidad. Torrijos le solicitó a Carlos Andrés Pérez que me transmitiera que me ofrecía la embajada de Panamá en Venezuela, solicitándome que me convenciera por nuestra amistad y compadrazgo”.
El presidente venezolano resultó ser muy convincente. “Carlos Iván, Torrijos te ofrece la embajada de Panamá en Venezuela. Para mí sería un gran honor que tú, mi amigo y compadre, seas el embajador de Panamá en Venezuela”. Zúñiga puso una sola condición para acceder a lo solicitado: que Torrijos nombrara a Tomás Palacios Salinas como primer secretario de la embajada.
Andrés Pérez pidió que le repitiera el nombre de la persona a designar y lo apuntó en una libreta. Antes de dar por concluida la reunión, Sydia llamó al presidente aparte para advertirle que no hiciera caso a su esposo. “Tomás Palacios Salinas es uno de los que Torrijos asesinó”. No fueron capaces de reprimir una carcajada.
Zúñiga pasó los últimos meses de su vida en un apartamento en San Francisco. Allá lo fui a visitar, cargando dos bolsas de supermercado llenas con mangos papayo que me había regalado el ingeniero agrónomo Diego Navas. Lo estuve esperando en vano, ya que se encontraba en el hospital. Dejé los mangos con el portero del edificio. Después me contaría Sydia que todos los días la mandaba a preparar batidos con dicha fruta, a la que era aficionado.
Su entierro fue en Penonomé, pero me fue imposible asistir. En La Chorrera, mi pueblo, me ubiqué en La Espiga, donde presencié el paso del féretro. Le dije al chófer que siguiera la caravana. Al detenerse los carros saludé a Sydia y le hice entrega de una bandera panameña con un cartelón. El conductor aprovechó para cargar unas cajas de agua que había mandado a enfriar. Posteriormente, en 2014, pude visitar su tumba durante una gira de trabajo a los tribunales de justicia en Penonomé.
El día de la misa de despedida en la Catedral Metropolitana, el magistrado Harley Mitchell lo inmortalizó: “Con la partida de Zúñiga desaparece parte del paisaje de la Nación que será difícil de reponer”.