Impresiones de un viaje: Ámsterdam y el aire de libertad

Actualizado
  • 14/07/2019 02:00
Creado
  • 14/07/2019 02:00
La capital de Holanda es una ciudad global con una larga historia, como todas, llena de paradojas y contradicciones. Quien la visite no se sentirá decepcionado

La primera vez que visité Ámsterdam fue por tan solo un solo día. Iba camino a Moscú, cuando menos se pensaba que la Guerra Fría se terminaría y que la Unión Soviética pasaría a mejor vida en el futuro. Corría el año 1977.

Solo un día en Ámsterdam bastó para aquel adolescente que venía de un país como Panamá que, en aquel entonces, estaba inmerso en la firma de los tratados Torrijos Carter, que ha sido una verdadera historia de éxito a pesar de las críticas que se han hecho hasta el día de hoy.

Lo cierto es que con el paisaje de Ámsterdam, sus canales, la gente en bicicleta, sus flores, y, sobre todo, con el aire de libertad que algunos confunden con libertinaje, aquel muchacho terminó de alejarse de cualquier sistema autoritario o totalitario, laico o religioso, que sacrificara la libertad y la mayoría de edad —léase Kant— del individuo.

No había regresado a Ámsterdam desde aquel entonces, solo había estado de paso por el aeropuerto Schiphol, hasta hace poco que estuve por un días recorriendo sus calles. Mi curiosidad, en el fondo, era enfrentar a aquel adolescente que visitó Ámsterdam y, desde el primer día de su estadía en la ciudad, había un diálogo interno y retrospectivo para, efectivamente, comprender la admiración y el asombro por la ciudad desde aquel día.

Encontré una ciudad que no había cambiado mucho, aunque mucha agua ha circulado bajo el puente, pero el discurso que la caracteriza es el mismo: cientos de bicicletas por todos lados. Y el aire de libertad se respira a flor de piel.

No obstante, la alcaldesa de Ámsterdam ha anunciado que se va a eliminar las vitrinas públicas dónde se ofrece sexo como servicio, pero ya en verdad esto es una reliquia marginal de una ciudad que ha venido cambiado de piel en algunos aspectos. La marihuana y hachís se ofrece en coffee shops y se comercializa en productos como el chocolate. Nadie se escandaliza.

Al entrar en el museo Rikj, donde está el emblemático cuadro de Rembrandt, Ronda Nocturna, hay que abrirse paso entre cientos de visitantes atraídos por la ciudad que le dedica este año a Rembrandt. Ir a ese museo es una etapa obligatoria, como el Louvre en París o el Museo Británico en Londres. Lo cierto es que, por las proporciones de los museos en Ámsterdam, que no tienen las dimensiones faraónicas de sus contrapartes europeas, es posible verlos casi en su totalidad, y en verdad son muy provechosos, tanto por su estructuración temática como por las obras allí reunidas. Es tener, en efecto, una historia del arte, que, sin embargo, se queda un poco corta por la muy poca presencia o representación del arte no europeo, no holandés, a pesar de la larga y amplia presencia de este país en el mundo globalizado y colonizado. Muy poco hay de las Antillas o de Indonesia.

Sin duda, Ámsterdam es una ciudad global con una larga historia y sería pueril especular, como lo hace el historiador holandés Gert Ostindie, cuánto representaba el comercio de esclavos en la economía holandesa antes de la abolición de la esclavitud en Curazao en 1863. De hecho, el capitalismo moderno, de la cual Ámsterdam era y es un productor y beneficiario, no habría sido pensable sin ese abominable tráfico de personas.

Pero, como la historia está llena de paradojas y contradicciones, la otra cara de la moneda de Ámsterdam es su liberalismo, basado en las luchas del siglo XVI para lograr la independencia frente al imperio Español, católico, pues también fue refugio de los judíos portugueses, víctimas de la inquisición. La libertad religiosa, implicaba, además, como parte del programa, la libertad de pensamiento. Es de que aquí que no debe olvidarse que aquí nació Barauch Espinoza (1632) que, con su Ética (1677), fue junto con Descartes uno de los precursores del tiempo moderno, de la crítica, del conocimiento de Dios a través de la razón.

En efecto, caminar por las calles de Ámsterdam es descubrir la presencia judía, una presencia prácticamente exterminada con el holocausto y, en este sentido, el museo Ana Frank es testimonio de esta tragedia humana, y cuya ciudad también le rinde un homenaje con un monumento a los homosexuales perseguidos y deportados en los campos de concentración.

Ámsterdam, como ciudad, rinde honor a la aspiración de la libertad y de la tolerancia. una ciudad que tampoco deja de ser parte de toda una industria de turismo de mucho éxito y que la desborda con millones de visitantes al año. Ella es víctima de su propio éxito y ya hay voces para controlar la corriente de turistas.

Lo cierto es que, quien visite Ámsterdan no se sentirá decepcionado, mismo aquellos que desean salir del discurso normal o normalizado de la ciudad turística, porque hay aquellos, sobre todo, artistas, que han desarrollado contradiscursos como el NDSM, que han creado una ciudad de artistas utilizando las instalaciones de un viejo astillero con el objetivo de promover el arte sin la presión del mercado. Su discurso no es cuánto le aporta el campo artístico al producto nacional bruto, sino que es, precisamente, el discurso clásico de toda verdadera creación artística: la libertad.

‘Encontré una ciudad que no había cambiado mucho, aunque mucha agua ha circulado bajo el puente, pero el discurso que la caracteriza es el mismo: cientos de bicicletas por todos lados. Y el aire de libertad se respira a flor de piel'.

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