Este evento que se vio fundamentalmente desde América, empezó sobre la medianoche de este viernes 14 de marzo y llegó a su máximo sobre las 3 de la mañana,...
- 16/08/2015 02:00
- 16/08/2015 02:00
Para David, el poeta, era un poco incómodo… No, incómodo es demasiado ligero. Digamos que era traumatizante… Tampoco, traumatizante no es preciso; quiero decir que era una jodienda (¡esa es la palabra!)... cuando los gatos callejeros se paseaban por su sala como pedros (perros) por su casa. David y su esposa eran afines en casi todo menos en el porfiado amor que ella sentía por esos felinos arrogantes. Los rescataba de su vida de vagabundos y los quería y defendía a tal punto que David sentía que su única función en el hogar, que humildemente habían levantado entre ambos, era hacer sentir como miembros de la realeza a esos animales de movimientos pretenciosos. Era una pena cuando su esposa lo sorprendía pateando a algunos de ellos: ‘¡No seas cruel! ¡Eres un bárbaro!', le gritaba, luego lo recogía y lo acariciaba en la cabecita y, al tiempo que lo protegía en su regazo, el felino (David estaba seguro de que no eran figuraciones suyas) le enseñaba sus colmillos y maullaba algo en su idioma; se burlaba de él el muy desgraciado. A la hora de cenar su mujer se ocupaba amamantándolos y él tenía que sentarse a comer solo.
Un mes llegó a haber siete gatos en la casa. Al mes siguiente, veinticuatro.
La trifulca definitiva se dio cuando una de las odiosas mascotas se trepó en la cama y, mientras David leía I ntroducción a la Psicología de Jerome Kagan y Julius Sega, puso su insolente hocico en el vaso de leche que siempre lo acompañaba en sus lecturas. Lo siguiente fue una persecución implacable; el libro de psicología quedó desparramado contra la pared. Por supuesto que el gatito se libró del librazo; salió volando de la recámara y David detrás de él. Su agilidad era envidiable: David se dio cuenta de ello cuando resbaló y su mandíbula rebotó en los mosaicos, mientras el felino saltaba del piso a la mesita de la computadora y de allí a los brazos de su protectora.
—Está comprobado que eres un bárbaro; eres insoportable— dijo.
—¡Tus asquerosas mascotitas me tienen harto, carajo! –gritó David desde el suelo.
—¡Está bien, mañana mismo se acaba este problema! -gruñó y se dio la media vuelta.
David estuvo solo en la casa toda la tarde. Se puso hielo en la mandíbula y se acostó un rato. Su esposa regresó en la noche, entró a la recámara y puso algo en su lado del armario y salió sin mirar a David. En seguida se levantó y fisgoneó el cubículo; lo que vio le devolvió la confianza: había comprado un frasquito de veneno. Después de todo, se dijo, es lo suficientemente sensata para darse cuenta de que esos gatos terminarán acabando con nuestro matrimonio.
A la media noche hicieron el amor y todo fue menos frío que los meses pasados. Temprano en la mañana despertaron sin decirse una sola palabra, pero sonriéndose el uno al otro. Ella fue al armario, tomó el frasquito en sus manos y fue a la cocina con la fila de gatos detrás, metiéndose entre sus tobillos y maullando como locos. Hubo rumor en la estufa. Regresó a la recámara con el desayuno en una bandeja.
—¡Vaya! ¡Gracias! —exclamó David.
—¿Cómo saben los huevos, cariño? —preguntó la mujer
—Están buenos.
No se sabe que habrá sido lo último que haya visto o pensado David, pero de seguro habrá visto una sonrisa felina en el rostro de su esposa y veinticuatro gatos saltando a la cama y que procedieron a lamerle todo el cuerpo. Son conjeturas. Seguro, eso sí, que sintió un ardor inconcebible en la boca del estómago.
MÚSICO Y POETA