El color de la nostalgia

Actualizado
  • 29/06/2014 02:00
Creado
  • 29/06/2014 02:00
De las calles de Santa Ana a las playas de Acapulco hasta el caos religioso de la India

Hay tres lugares que han marcado la carrera pictórica de Luis Aguilar Ponce: México, la India y el barrio de Santa Ana. El imaginario santanero, compuesto por texturas, olores, imágenes y formas de todo tipo, se convirtió en fuente de inspiración. Pero necesitaba la teoría para plasmarlo en un lienzo, lo que efectivamente aprendería después, durante sus siete años de estudio en México.

Luego, en el caos de deidades y costumbres de la India, terminó de absolver los colores y las formas que transformarían su arte para siempre, convirtiéndolo en lo que es hoy en día: una fusión entre lo abstracto y lo figurativo, entre las rígidas formas geométricas y las sutiles siluetas que conforman la anatomía humana.

PINCELES TARDÍOS

Es un conocimiento que durante los últimos cinco años ha sido capaz de transmitir a un grupo de estudiantes de la Universidad Laboral y de la Tercera Edad. Con una edad promedio entre 65 a 70 años, los pupilos de Aguilar Ponce son profesionales jubilados que nunca han estado en una escuela de arte. El pintor trata de ofrecerles a sus alumnos una atmósfera distinta a la que reina en un centro didáctico.

Son dos horas de ‘amabilidad, convivencia y cordialidad’, que el grupo trata de aprovechar al máximo, como se podrá apreciar en la exposición Lienzos y colores , que se exhibirá hasta fin de mes en la Galería Mery Palma.

Más allá de una formación artística, el taller que dicta Aguilar Ponce sirve como terapia a quienes participan en él, permitiéndoles alejarse de vicios como el juego y la promiscuidad sexual. ‘Lo bueno es a que esa edad nadie te puede echar cuentos, la gente ya no oculta quienes son’, afirmó el artista.

PINTOR DE ARRABAL

Aguilar Ponce nació y creció en el barrio de Santa Ana, en ‘la casa de Pepino’, en una de las pocas residencias de madera que todavía quedan en la Avenida Ancón. En esa caserón tuvo que convivir con chinos, darienistas, colonenses y jamaiquinos. ‘Toda esa convivencia con la comunidad, con las películas que se proyectaban, con las bailarinas cubanas y venezolanas de la época, con los cuartetos de guitarra, me proporcionó un toque artístico’, rememora Aguilera Ponce.

Cada tarde el artista salía del Nido de Àguilas y se aventuraba por el laberinto de calles de Santa Ana, El Chorrillo y Barraza. Luego pasaba por el Cementerio Amador. Ahí llegaba buscando resguardo del bullicio y el movimiento de las calles. Incluso se quedaba a estudiar, atraído por el trabajo de un vecino de Patio Pinel, que esculpía figuras en mármol. ‘Había como una chispa artística en la comunidad, que despertó mi sentido artístico’, afirmó.

ARTE EN TRANSICIÓN

La exposición ‘Lienzos y colores’ incluirá algunas obras recientes de Aguilar Ponce, que se situán entre ‘lo figurativo y lo abstracto’. A diferencia de los desnudos que dibujaba antaño, los que realiza ahora se sitúan en la frontera ‘entre lo geométrico y la figura humana’. ‘Yo enseñaba desnudos. Mis clases de arte eran con objetos vivos, con mujeres y hombres en mi estudio. El problema era que en aquella época no todo el mundo se atrevía a tener un desnudo en su casa’, expresó.

Recuerda que en una oportunidad una mujer celosa le clavó un cuchillo a un desnudo que el pintor le había regalado al esposo de ella. ‘Te lo arreglo y seguro que te lo va a volver a acuchillar’, recuerda que le advirtió en esa ocasión al dueño del retrato. Sus desnudos eran tan cotizados que incluso el ex general Manuel Antonio Noriega poseía un par.

Cansado de lidiar con este ‘tabú’, el pintor decidió explorar otras temáticas, que al final terminaron enriqueciendo la variedad y el alcance de su obra pictórica. Aún así, Aguilar Ponce todavía se considera un especialista en la figura humana, producto de una formación artística que se inició años atrás en México, cuando retrataba a niños, jóvenes y adultos mayores, ya fuera en la capital mexicana o en Acapulco, adonde arribaba cuando el hecho de vivir en esa ciudad sin mar le producía un ataque de histeria. Era entonces cuando se lanzaba a las carreteras que conducían más allá del altiplano mexicano, hacia la libertad que solo es posible respirar frente al océano.

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