La literatura como forma de inmolarse

Actualizado
  • 29/09/2013 02:00
Creado
  • 29/09/2013 02:00
R olando Ramblas Perri nació a finales de los setenta (años en los que el rock descendía poco a poco desde su cúspide para ser remplazad...

R olando Ramblas Perri nació a finales de los setenta (años en los que el rock descendía poco a poco desde su cúspide para ser remplazado por la más baja música que haya existido, la música de los ochenta). Fue diagnosticado desde muy temprana edad como un niño precoz, de gran capacidad lingüística, con una personalidad destinada para las artes, sin embargo tímido y melancólico, lo que pronto devino, en la adolescencia, en pereza y holgazanería.

No fueron pocos los profesores de Filosofía, Gobierno y Lógica los que contribuyeron a convertir al joven estudiante en alguien orgulloso de su condición de persona con capacidad para enfrascarse en discusiones y, por medio de silogismos y discursos laberínticos a modo de pequeño Sócrates, desarmar a sus adversarios y ganar cuanta batalla verbal se le presentara; creándole así la lúgubre ilusión de que era, irrefutablemente, un genio.

Como hubiera sido fácil de pronosticar, el joven filósofo decidió estudiar, sí, obvio, Filosofía y Letras, a la cual renunció al cabo de tres semestres, por razones de incompatibilidad dialéctica con los profesores de la carrera; luego decidió permanecer en la facultad de Humanidades y probar con el periodismo, más bien el periodismo cultural, lo cual parecía una magnífica opción en aquel momento; desafortunadamente descubrió que antes de poder meterse de lleno en esa modalidad, tendría que escribir, como parte de los requisitos para graduarse, sobre crímenes pasionales, dimisiones de gobernantes, récords guiness establecidos en algún lugar de Asia y relatar una y otra vez los frecuentes descalabros de la selección nacional de fútbol, entre otras cosas. Al final, no pudo evitar que todo el asunto lo impacientara y le diera pereza.

Después de darse por vencido y aceptar su incapacidad para los estudios formales, se incorporó en el mercado laboral e intentó enseñar lo poco que sabía de inglés y alemán. Sobra decir que su incursión en la docencia fue un completo fracaso y que no duró poco más de un mes. Finalmente, como no supo a qué otra cosa dedicarse, ni conoció otro ámbito en donde su escasa inteligencia lo hiciera parecer, por medio de argucias y destrezas sociales, más inteligente de lo que en realidad era, se dedicó, durante unas cuantas horas a la semana, a escribir, y la mayoría del tiempo, a leer.

Eso sí, sólo poemas y cuentos; las novelas tomaban mucho tiempo y dedicación, tanto escribirlas como leerlas. Cuando Ramblas Perri murió, en la iglesia había apenas veinticuatro personas entre las que sólo siete se conocían entre sí. No faltaron, sin embargo, los saludos de cabeza y barbilla y miradas de condolencia. Era misa de cuerpo presente. El ataúd era barato pero decoroso. El que pronunció las palabras (mismo que se encargó de comprar el ataúd y alquilar la carroza que transportaría el cadáver al campo santo) fue un amigo que se comprometió también a publicar una edición de 500 ejemplares de los poemas y cuentos completos del malogrado, los que en su totalidad sumaban tan solo doscientas páginas.

Entre los asistentes únicamente tres personas, aparte del orador, sabían que el finado escribía, por lo que el resto de los presentes se arrellanaron en sus puestos, carraspearon, cruzaron los brazos (los señores), se acomodaron el vestido (las señoras) y un hilo de pesadumbre y conmiseración inundó el recinto. Luego llegó la carroza y la tortura acabó.

MÚSICO Y POETA

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