Las máscaras sociales

  • 13/08/2022 00:00
Elegir nuestra propia máscara es el primer gesto voluntario humano y, después de cierta edad, empezamos a utilizarla para hacer el bien o el mal, para sacar partido de algo, para entrar a ciertos círculos sociales, para obtener un beneficio y, en el caso de la política, rara vez se usa una máscara para el bien común
Cada país y cultura, no importa de qué parte del mundo sea, tiene una máscara interesante con una historia rica. Colección de máscaras de Nelson Hernández.

Al igual que mi mentor Paul Ekman, padre de las microexpresiones faciales, colecciono máscaras. Tengo de Japón, China, África, Tailandia, Bali, Indonesia, México, Venecia, Ecuador y Panamá.

Cada país y cultura, no importa de qué parte del mundo sea, tiene una máscara interesante con una historia rica en folclore, mitos y leyendas. A través de los siglos se han representado animales, seres fantásticos o sátiras, como es el caso de las máscaras del Güegüense en Nicaragua, hoy patrimonio de la humanidad, y representación de protesta contra el dominio español sobre los indígenas de la región.

¿Usted se preguntará por qué las colecciono? Cada una de ellas, dependiendo de cómo el sol les dé, cambia su expresión lo que me permite entrenar para detectar emociones y, aunque parezca mentira, tal como ellas cambian su expresión sutilmente, el ser humano, dependiendo del contexto, también lo hace creando cientos de emociones (450 para ser exactos, según recientes estudios científicos).

Desde niños hemos sido entrenados por los adultos para crear máscaras y esconder la verdad: “ahí viene su abuela, sonría”, “No haga mala cara, salude”, “si te dicen algo sobre fulanito de tal, ni parpadees”, “pon cara de póker”, “en la entrevista de trabajo pon tu mejor cara”, “pon cara de Facebook” ...

Desde ya puedo compartirle este dato: la necesidad de mentir y la capacidad de entender el concepto de la mentira, son cosas que los niños aprenden únicamente de los adultos. Ningún niño nace con un código moral (eso es algo que se aprende) y cuando van creciendo, se fijan muy detenidamente en los adultos y gracias a ellos replican lo que se predica en casa, trabajo, escuela o grupo social.

Lo he dicho en mi twitter @NelsonNovad, si los valores que predicamos u ostentamos están divorciados de lo éticamente correcto, la corrupción empieza desde casa, y desde el hogar es que se forja una sociedad y país.

Si un niño se cría en su casa con unas reglas que dejan muy en claro la importancia de decir la verdad, hará todo lo posible por decir siempre la verdad, porque quiere sentirse mayor y busca la aprobación de los adultos. Cuando los niños van conociendo la diferencia entre la verdad y la mentira, empiezan a ser capaces de controlarse ellos mismos, también de controlar a los adultos, y descubrir el falso poder de la mentira o, más bien, el poder de crear máscaras convenientemente según el entorno y contexto.

El ser humano está perdiendo a paso veloz la habilidad de observar. ¿Le ha pasado, amigo lector, que está en un evento social o familiar y casi nadie lo mira a los ojos cuando habla porque están o metidos en la pantalla del celular u ocupados haciéndose el selfie del momento?

Una mentira “exitosa” requiere trazar más de un paso y detalles a la vez; requiere varios planes de contingencia, requiere que nadie le preste atención cuando se pone una máscara que facilita la mentira del ocultamiento, siendo esta la más común en relaciones, negocios, interacciones o simples pláticas sociales donde lo más presente son las máscaras a conveniencia y no la verdad.

Así tenga usted la mentalidad de un jugador de ajedrez para crear mentiras, le recuerdo, amigo lector, que las consecuencias de las mentiras son peores que la mentira misma, por lo que le recomiendo que no se ponga a medir fuerzas con la verdad porque tarde o temprano saldrá a la luz y siempre va a existir alguien que observe y escuche atentamente.

Un mentiroso “exitoso” es un hablador nato, capaz de pensar rápidamente, cambia sus máscaras sociales, profesionales o personales para despistar y tenerlas siempre a su favor sin importar a quien engaña o hunda, pero, cuanto más habla, más tiende a equivocarse simplemente porque no hay datos que recordar, más máscaras que pueda usar... y aquí nace el dicho: “por la boca muere el pez” o “quedó desenmascarado”.

Los mentirosos tienen la capacidad de fingir emociones que no sienten. Facebook, Instagram, Tik Tok, YouTube, solo por mencionarle algunas, están llenas de ellos. Nos venden estilos de vida que no necesariamente son reales, hay millones de perfiles creados a punta de social Bots, nos venden rostros generados por software que replican emociones virtuales, entablamos diálogos con empresas vía chats gracias a la inteligencia artificial creyendo que son seres humanos quienes nos escuchan, reemplazamos una emoción con un emoji, lo que es una máscara digital, y ¿aún así decimos que las redes nos unen y queremos un mundo más humano?

Elegir nuestra propia máscara es el primer gesto voluntario humano y, después de cierta edad, empezamos a utilizarla para hacer el bien o el mal, para sacar partido de algo, para entrar a ciertos círculos sociales, para obtener un beneficio y, en el caso de la política, rara vez se usa una máscara para el bien común y, pasado el tiempo, esa máscara se pega a la cara y ya no se puede quitar.

Un bribón no ríe de igual forma que un hombre honesto, un hipócrita no llora con las lágrimas que un hombre de buena fe. Toda falsedad es una máscara, y por bien hecha que esté la máscara, siempre se llega, con un poco de atención, a distinguirla del rostro real.

Las máscaras, por ser ante todo un producto con una génesis social, histórico, cultural, político, mitológico o folclórico han forjado naciones, derrumbado imperios, creado o destruido vidas y, sobre todo, moldeado al hombre mismo porque así lo ha elegido... y así como en el teatro hay una máscara que ríe o llora, porque la vida es eso, una obra en pleno rodaje, usted, ¿qué máscara suele portar?

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