¿Por qué mentimos?

Actualizado
  • 26/03/2022 00:00
Creado
  • 26/03/2022 00:00
En una sociedad inundada de corrupción, engaños, actos deshonestos que atentan contra la ética y la moral a todo nivel, todo parte de un solo lugar: nuestro hogar y la crisis de valores que afrontamos
La historia de la humanidad está llena de mentirosos hábiles y experimentados.

En artículos anteriores he hablado de cómo descubrir una mentira, sin embargo, hasta ahora no he explicado a profundidad ¿por qué mentimos?

En una sociedad inundada de corrupción, engaños, actos deshonestos que atentan contra la ética y la moral a todo nivel, todo parte de un solo lugar: nuestro hogar, y la crisis de valores que afrontamos.

De salida puedo decirle, amigo lector, que hay miles de razones por las que mentimos, siendo fundamentalmente tres: Por temor al castigo, por evitar el qué dirán o la censura pública o para lograr un objetivo. También le puedo decir que, sin excepción alguna, las consecuencias de las mentiras son peores que la mentira misma.

La historia de la humanidad está llena de mentirosos hábiles y experimentados. Muchos son criminales que urden engaños para conseguir recompensas injustas, como hizo por años el financiero Bernie Madoff, estafando millones de dólares a inversionistas, hasta que se vino abajo su esquema Ponzi.

Algunos políticos lo hacen para llegar al poder o aferrarse a él, como Richard Nixon en el escándalo Watergate; a veces, la gente miente para mejorar su imagen (Trump), para esconder un mal comportamiento (Clinton), para incrementar su ya acaudalada cartera, para hacer que amigos, allegados a su círculo cero, logren un objetivo económico... La lista podría ser larguísima, incluso en la ciencia académica, un mundo ampliamente habitado por gente dedicada a la búsqueda de la verdad, ha demostrado tener una galería de mentirosos.

Las mentiras que los impostores, estafadores y políticos sueltan apenas están en la cima de una pirámide de engaños que ha caracterizado el comportamiento humano y resulta que, la mayoría de nosotros, somos muy versados en mentir. Mentimos con facilidad, de manera pequeña o grande, a extraños, colegas, amigos y seres amados.

¿Dónde está la génesis?

Nuestra capacidad para practicar la deshonestidad es tan fundamental como nuestra necesidad de confiar en los demás, lo que, irónicamente, nos hace pésimos para detectar mentiras. Desde chicos nos enseñaron a desarrollar máscaras: “No le haga caras a la maestra”, “disimule, que ahí viene fulanito”, “no le haga caras a sus abuelos”... en resumen, todo parte del hogar.

Bella DePaulo, psicóloga social de la Universidad de California en Santa Bárbara, fue quien documentó por primera vez de manera sistemática dónde y cómo nace la mentira. Hace dos décadas, DePaulo y sus colegas les pidieron a 147 adultos que tomaran nota durante una semana cada vez que trataban de engañar a alguien.

Los investigadores encontraron que estos sujetos mentían una o dos veces al día, en promedio. La mayoría era mentiras “inocentes” y su intención era esconder la propia ineptitud o proteger los sentimientos de los demás. ¿Lo alarmante del estudio? Mientras la mentira se hacía más común, sus razones se hacían menos inocentes.

Paul Ekman, otro gran psicólogo experto en descubrir engaños, compartió los resultados de su investigación que duró 40 años. En ella explica que una persona normal y sin ningún tipo de patología diagnosticada puede mentir 3 veces cada 10 minutos de conversación, incluso de forma escrita ya sea en un mail o carta hecha a mano.

Otros investigadores descubrieron que somos propensos a creer algunas mentiras, incluso cuando son inequívocamente contradichas por evidencia fehaciente. Estas revelaciones sugieren que nuestra tendencia a engañar a otros y nuestra vulnerabilidad a ser engañados resultan en especial relevantes en la era de las redes sociales. Nuestra capacidad como sociedad de separar la verdad de la mentira se encuentra bajo una amenaza sin precedentes.

¿Es normal mentir?

Mientras los padres suelen considerar preocupantes las mentiras de los niños, ya que son una muestra del inicio de la pérdida de la inocencia, Kang Lee, psicólogo de la Universidad de Toronto, ve este comportamiento como signo tranquilizador en su crecimiento cognitivo y explica que, así como es clave para el infante aprender a caminar y hablar, mentir es una especie de logro ya que con esto el cerebro se desarrolla en áreas como: planeación, atención y autocontrol.

Kang Lee también aclara que ningún menor de 4 años puede mentir porque desconoce el significado, uso y razón de la mentira, y concluye que este acto de deshonestidad es un proceso aprendido de los adultos gracias a las neuronas espejo. También revela que los niños con autismo, conocidos por su retraso para desarrollar una mente robusta, no son buenos mentirosos.

Sea necesario, aprendido, venga en nuestro ADN, preocupante o peligrosa, la mentira como tal ha desbaratado reputaciones, empleos, familias y hasta vidas. Un vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una mentiras a medias, de ningún modo es una media verdad.

Siempre es bueno retomar esa fábula magnífica de Pedrito y el lobo para recordarnos que la mentira jamás tiene un final feliz. Tenemos ejemplos para tirar al aire de lo grave que son sus consecuencias y tenemos razones de sobra para intentar no caer en sus redes.

Recuerde esto, amigo lector, el hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de él y por tanto pierde todo respeto por sí mismo, y por los demás.

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