La Policía Nacional aprehendió al alcalde electo de Pocrí por presunto peculado, tras una investigación relacionada con proyectos no ejecutados del Conades...
- 10/07/2016 02:00
Estábamos todas en nuestra aula del colegio de monjas, sentadas y atentas escuchando a nuestra profesora de religión. Ella leía, con voz engolada, el Génesis y llegó al capítulo 17, versículo 11, ‘Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros'. Ahí, justo en ese punto, yo levanté la mano, apenas un piojo de ¿siete?, ¿ocho años?, ‘maestra, ¿qué es un prepucio?'. Diez minutos después estaba en el despacho de la directora. Me gané el regaño del año, un castigo y salí de la guarida de la fiera sin haber aclarado mi duda. Menos mal que en mi casa había enciclopedias suficientes para aclarar todas mis dudas.
Años después, mi hijo de apenas cuatro años llegó del colegio llorando desconsolado, entre hipidos y sorbidas de mocos logré que me dijera la causa de su desolación y me indigné cuando me enteré de que su maestra les había relatado, con pelos, señales y abundancia de detalles escabrosos, la tortura y muerte de un cierto Jesús de Galilea. Esa noche el pelao tuvo pesadillas. Cuando al día siguiente una española enfurecida se enfrentó con la susodicha sádica, esta solo atinó a decir, ‘eso fue lo que sufrió Nuestro Señor, es bueno que se den cuenta y lo agradezcan cada día'. Obviamente, saqué a mi hijo de esa escuela.
Mi punto es que si hay que enseñarles a los niños que el hijo de un dios murió entre atroces sufrimientos por aquellos que creen en él, ¿porqué no vamos a enseñarles que sus progenitores (por lo menos uno de ellos) gozaron cuando lo engendraron?
¿Deberíamos enseñarles a las niñas que está bien que se vistan como furcias y que aprendan a perrear y a bajar sobre la botella, pero no deben saber qué guardan sus compañeros de bailes dentro de los calzoncillos?
¿Debemos seguir manteniendo el status quo de no hablar con los muchachos abiertamente de qué se hace en la cama y de qué se espera de ellos, pero, eso sí, a los dieciséis se les lleva al putero de referencia para que una meretriz los haga hombres?
Querámoslo o no lo queramos, señores, el sexo es parte integral de la vida humana, ya sea para vivirlo sanamente o para renunciar a él y luchar contra los instintos. El sexo nos rodea y nos envuelve. Es una de las pulsiones fundamentales del ser humano, la de reproducirse. Aunque usted crea que su hija de quince años es demasiado niña, le informo que, año arriba, año abajo, esa es la edad en la que la biología decide que debe empezar el ciclo de la vida, y su niñita, sin elementos racionales y cognoscitivos suficientes para racionalizar sus impulsos, se va a dejar llevar por ellos. Los animales somos así. Y también su hijo, sin otros instrumentos lógicos, y dejándose llevar por sus instintos, va a querer mojar. Sin condón y a las bravas.
Querer hacer creer que es una paloma posada en un hombro y no el semen que expulsa un pene lo que preña, significa niñas embarazadas y adolescentes malviviendo con el VIH. Tratar de tapar el impulso sexual de los púberes con el dedo de la moral judeocristiana, condenará a otra generación a sufrir sífilis, gonorrea, ladillas y herpes. El pensar que, hoy en día, el no hablar de sexo hará que los niños lo ignoren es de imbéciles que aún no han descubierto el internet.
Sacudámonos de una buena vez la caspa de la religión, que también en la Biblia la gente cogía, ¿no me creen? Denle otra repasadita, por favor.
COLUMNISTA