Uno que es el grupo de Bohuslan Big Band fue en el Centro de Convenciones de Ciudad del Saber
En la plaza toca:
Porque Puma Zumix Grupo juvenil que interpreta...
Manolín, el hijo de Generosa, estaba parado frente a las antiguas casas de madera, esas que ocupaban el espacio donde hoy se encuentra la Plaza de la Amistad de Santiago, en la calle tercera. De pronto deja a sus compañeros de juego y corre apresuradamente para entrar a la sala de la casa del abuelo –abriéndose espacio entre sus primos– para observar a través de la luz brillante en el mueble que contenía la radio al tío 'Nachito' que iniciaba puntualmente a las 5:00 de la tarde su programa radiofónico 'Vibraciones del Aire', transmitido desde la ciudad capital.
Manolín sostenía que él veía al tío Nachito atravesar ese agujero, como quien anticipa (en un imaginario colectivo) la llegada de las reuniones del grupo familiar para ver y oír como si fuera en una televisión lo que sucedía en un lejano lugar, sin que se hubiese creado (para ese entonces) las transmisiones televisivas.
Todo esto resultaba ser muy divertido para los presentes, a tal punto que dicho acontecimiento resulta ser hasta hoy, para toda la familia Valdés Álvarez, un divertido y recordado episodio.
Se decía que el orgullo de Ignacio de Loyola Valdés Rosas era su hijo Nachito (Ignacio de Jesús Valdés Álvarez 1902-1959), que iniciaba su programa radiofónico con 'La marcha turca' de Amadeus Wolfgang Mozart. Él (Nachito Valdés) se inventó en sus escritos periodísticos y en sus trasmisiones radiofónicas, iniciar muchas veces con la enérgica frase fruto de su ingenio creativo: “Panamá puente del mundo y corazón del universo; espejo de las Américas”. Fue así como regaló a la cultura nacionalista de Panamá, un lema del sentido de pertenencia, del amor patrio heredado de su hogar. No podría dejar de recordar que don Alberto Galimany puso música a los bellos versos patrióticos de 'La bandera panameña' escritos por Nachito Valdés, y así debemos mencionar para ayudar a la memoria, las innumerables producciones literarias dejadas por él, que han sublimizado la historia de la cultura panameña.
Existe un fuerte respiro, al parecer misterioso, que Ignacio de Loyola (Nacho) Valdés (Pater familias) supo crear. Una descendencia (genealógica) que palpita con un ritmo autónomo, que supo trascender en el tiempo y que hoy nos permite adentrarnos poco a poco en dichos meandros con digno respeto.
Ignacio de Loyola Valdés Rosas (Nacho) nació en Santiago el 31 de julio de 1874 y murió el 28 de marzo de 1966, en su ciudad natal a los 91 años.
Fue prócer de la separación de Panamá de Colombia en 1903, también ejerció como juez del circuito de Santiago, alcalde y tres veces ocupó el cargo de gobernador de la provincia de Veraguas.
Dueño de una especial personalidad mediadora, fue uno de los promotores ideológicos de la innovadora fuerza política de Acción Comunal. Son numerosos los textos (cartas, escritos, artículos) dejados a póstumo, de su particular posición liberal donde la figura ecléctica de formación profundamente religiosa, tiene marcas de los senderos de los jesuitas y el honor al nombre 'De Loyola' que sostuvo a cabalidad la vida ejemplar hasta su muerte... y es a través de su hijo Nachito Valdés (Ignacio de Jesús), que nos deja la letra y música del himno de Acción Comunal, para que revisemos –dentro del juicio histórico– el alma rebelde y promotora de aquellos momentos, producido por las brisas renovadoras en la lejana provincia central de Veraguas.
Las amenas tertulias de aquellas lluviosas noches, junto a sus hijos y nietos llevaban a don Nacho –que era un gran narrador de historias– a detallar la batalla durante La Guerra de los Mil Días en los llanos que conducían a Canto del Llano de la antigua ciudad de Santiago, lugar de feroces encuentros, para que su impresionado hijo Nachito grabara en su adolescente entendimiento esos acontecimientos y que escribiera el maravilloso texto sobre La luz del Llano que mistificó la historia del lugar donde más tarde se construiría la escuela Normal, por Juan Demóstenes Arosemena, en Santiago de Veraguas (1938), construcción que don Nacho Valdés propuso con ferviente convicción.
Al sentarnos para saborear ese texto (La luz del Llano), se siente la acariciadora visión de Nacho que abraza a su hijo (Nachito) para abrirnos a una fantástica historia, donde las palabras son excusas para la magnitud de un inmensurable sentido de pertenencia... ¿un sano patriotismo? Claro que sí, sin duda alguna, por ser verbo que trasciende para quedar registrado en la historia.
En 1940, Arnulfo Arias Madrid (1901-1988) designa como alcalde de Santiago al reconocido empresario y amado hombre de acción, Rafael Ángel 'Pito' Murgas Gómez (1907-1992) que también fue gobernador dos veces en Veraguas.
Don 'Pito' Murgas, fascinado por la decisión –tomada por el Municipio de Panamá– de realizar mejoras urbanísticas en la ciudad capital, en la plaza frente al antiguo DENI en calle 11 este y el triángulo de avenida B, donde fueron abatidas ciertas casas para dar espacio a una nueva viabilidad, aplica similar intervención en calle tercera de ese Santiago de 1940.
En ese lugar donde Manolín, el hijo de Generosa, corría desde las antiguas casas de madera para oír la trasmisión de Nachito Valdés, fueron derrumbadas las viviendas, con su indemnización y acuerdos con las pocas familias que aún vivían allí, desalojando y realizando los arreglos necesarios para la nueva funcionalidad de espacio público. Entonces nace el parquecito de calle tercera que hoy llamamos Parque de la Amistad.
Mi madre, que para entonces contaba con 10 años y la señora Celmira Chang, nos cuentan los detalles del día de la inauguración, ya que tuvieron que cantar en el acto protocolar (1940). Y ese día fue una ocasión de regocijo para todos los santiagueños.
Lo curioso es que el audaz alcalde 'Pito' Murgas, además del genial discurso de presentación de su iniciativa, presentó algo muy inusual para nuestro pueblo interiorano. Hizo traer desde Panamá un árbol de ciprés de la India y una planta de biyuyo (Cordia dentata), árboles que marcaron a las familias entorno al parquecito con miles de anécdotas y de creaciones literarias. Y para muchos, una fotografía suspendida en lo profundo de su memoria emotiva.
Ignacio de Loyola Valdés Rosas ('Nacho') es hijo de José de la Cruz Valdés, oriundo de Las Palmas, y Eusfracia Rosas, nacida en Tolé (de la recordada familia Rosas). Quedó huérfano a la edad de ocho años y de ahí se trasladó a San Francisco de la Montaña, en Veraguas, con su hermano Nicolás Valdés, escribano, quien lo estimularía para los estudios eclesiásticos.
Fue Pedro Arrocha Graell quien patrocinó su viaje a Cuba, donde estudió, sin terminar, el sacerdocio, para regresar a Santiago. Tuvo cuatro hijos y siete hijas con Manuela Salvadora Álvarez Vásquez, nacida el 25 de diciembre de 1874, procedente de La Mesa de Veraguas, hija de José Manuel Álvarez y Justa Vásquez (Salvadora muere a los 90 años, en Santiago, el 5 de marzo de 1970).
Abuelita Salvadora llevaba en el bolsillo de sus cotidianos vestidos, una carterita con algunos “reales”. Esa cartera le fue regalada por su primer nieto, Guillermo Rodolfo Valdés Charris (1923-2019) –hijo de Nachito Valdés– para cumplir con la promesa de que, al cobrar el primer sueldo como periodista, iba a honrar la linfa creativa de la estirpe Valdés con ese gesto.
En la vida de Nacho Valdés se encuentra una extraordinaria fuerza, que vive en la memoria de sus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos; un misterioso abolengo del gusto por la escritura, del espíritu jesuita y empeño moral a la orden de Ignacio de Loyola, con la energía paternal que sigue vibrando hasta hoy, bajo el testimonio de su progenitor.