Decenas de famosos alabaron este lunes el estilo de los dandis negros y lucieron conjuntos de sastrería extravagantes en su honor en el preludio de la...
- 20/07/2014 02:00
Hasta el día de hoy Islandia -esa isla localizada en un recodo del mundo- cuenta con una población de 330 mil habitantes y una superficie de 103 mil kilómetros cuadrados, sigue siendo un misterio para los europeos. De hecho, pocos saben que ahí nació un Nobel de Literatura, una circunstancia que, por otra parte, no debería resultar sorprendente en un país tradicionalmente literario.
Efectivamente, los orígenes de la literatura islandesa se remontan a finales del siglo IX. Tuvo su época dorado en la Edad Media. El desarrollo de sus letras tuvo su punto culminante cuando Halldór Laxness (Reykjavík, 1902-1998), o ‘Halldór, el de la península de los salmones’, que es lo que significa ‘Laxness’, apellido que adoptó en honor a la granja situada las afueras de Reykjavík en la que pasó su infancia (una rareza, pues los apellidos al estilo occidental apenas existen en islandés, sino como patronímicos o, más recientemente, como matronímicos, o sea, confeccionados a partir del nombre del padre o de la madre, en su caso el suyo por nacimiento era Guðjónsson), recibió en 1955 el Premio Nobel de Literatura.
Recibió el galardón, que el año anterior se lo había adjudicado Ernest Hemingway, por el ‘poder vívido y épico que ha renovado la narrativa islandesa’, argumentó el comité sueco a la hora de concedérselo.
UN CLÁSICO CONTEMPORÁNEO
Y no habría nada irreparable o reprochable en ese desconocimiento –al fin, no todo se puede saber–, como no fuera que éste impidiera que los lectores accediesen a la obra de uno de los escritores mayores de la literatura islandesa, ya convertido en un clásico.
El caso de Laxness es del escritor vocacional por excelencia. Un temprano arranque creativo que al escritor le gustaba signar en un hecho sobrenatural que le ocurrió a los siete años, cuando Cristo se le apareció sobre una roca en un brillante mediodía de primavera para susurrarle que a los diecisiete años moriría, una premonición que le hizo afrontar desde ese momento la vida con la escritura como único horizonte, dado el poco tiempo que le restaba.
Afortunadamente, aquella negra profecía se convertiría en desdicha a raíz de una longeva existencia de 95 años, en los que desarrolló una prolífica carrera que comprende poesía, artículos periodísticos, obras de teatro, literatura de viajes, historias cortas, y 15 novelas. Con apenas 14 años publicó su primer artículo en el diario nacional Morgunblaðið , y su primera novela, Hijos de la Naturaleza , a los 17, nacida en respuesta a aquella revelación infantil que le dejó una marca indeleble, y en la que ya demuestra ser dueño de un estilo propio. De hecho, el propio autor la consideraba una suma de las que escribiría en adelante: ‘Todos mis libros fueron una simple exposición de las conclusiones a las que yo había llegado en Hijos de la Naturaleza’. Queda más que probada su precocidad creativa.
Laxness fue un hombre vehemente y comprometido con su tiempo, lo que le llevó a lo largo de su intensa vida a sufrir cambios ideológicos radicales, que le hicieron pasar de luterano a católico, a agnóstico, a socialista en la década del treinta y cuarenta, a defensor de la Unión Soviética, hasta que se produjo la invasión de Hungría en 1956, una desilusión que le condujo a la práctica de un taoísmo moderado en la última etapa de su vida, ya presente en su novela El concierto de los peces (1957). Durante setenta años fue indiscutiblemente una de las figuras dominantes de las letras islandesas, y sigue siéndolo en gran medida. Feroz individualista y defensor de la propia originalidad, fue en sus comienzos duramente atacado por los puristas de la lengua islandesa, que él manejaba con un estilo único, libremente, sin complejos ni encorsetamientos.
Logró componer un fresco de los cambios de su país desde la independencia de Dinamarca (1 de Diciembre de 1918), hasta la segunda mitad del siglo XX, en novelas como Salka Valka (1932), Luz del Mundo (1940), La estación atómica (1948), en la que se narra la desmoralización que produjo en el país la cesión de un terreno para la instalación de una base de la OTAN regentada por Estados Unidos, Paraíso reclamado (1960) o Bajo el glaciar (1968).