Osama, pan y circo

C uando el pasado sábado el humorista Seth Meyers contó un chiste sobre el paradero de Osama bin Laden (OBL) en la tradicional cena de c...

C uando el pasado sábado el humorista Seth Meyers contó un chiste sobre el paradero de Osama bin Laden (OBL) en la tradicional cena de corresponsales de la Casa Blanca, el salón de fiestas del Washington Hilton estalló en carcajadas. Entre los que reían estaba Barack Obama. Su ’cara de poker’ fue perfecta. ‘Si supieran...’, parecía pensar el presidente. Mientras los periodistas reían, hacía ya varias horas que una operación clandestina se había iniciado en el corazón de Pakistán.

OSAMA COMO METÁFORA

Menos de 48 horas más tarde, Obama, que había convertido su certificado de nacimiento en el centro de su jocosa intervención en la cena con los periodistas, certificó al mundo la muerte de OBL, un niño rico saudí que, gracias a una mezcla de ideología y propaganda, se instaló en la imaginación mundial como el responsable del ataque terrorista más espectacular de la historia. De vez en cuando, el nacimiento y la muerte suelen presentarse en combinaciones extrañas.

Estaba aún caliente el cuerpo de OBL cuando el mundo enloqueció. La reacción mundial dice mucho más sobre nosotros mismos que sobre el terrorista saudí. Es, desde las celebraciones en Washington y Nueva York hasta las múltiples teorías de conspiración que el episodio ha generado, un triste—casi deprimente—ejemplo de pan y circo. Osama bin Laden está muerto, y la operación que acabó con él es quizá la mejor ejecutada y más exitosa desde la captura de Khalid Sheikh Mohammed en 2003. Pero para entender las consecuencias de la muerte del hombre más buscado del mundo debemos delimitar claramente las dos dimensiones que la componen, la de la realidad—la muerte de OBL es un hecho irrelevante en el aspecto práctico del terrorismo internacional—y la del simbolismo—es una victoria moral y psicológica para EEUU y a la vez la creación de un mártir para Al Qaeda.

EL MARCO: PAKISTÁN Y EEUU

Bin Laden murió a manos de fuerzas especiales estadounidenses en una casa fortificada en Bilal, un pueblito del distrito de Abbottabad, a unos 56 km al norte de Islamabad. El hecho debe ser enmarcado, consecuentemente, en la fascinante relación entre Pakistán y EEUU. Debido a sus condiciones geopolíticas, el patrocinio de insurgencias y guerrillas en las áreas tribales pakistaníes ha sido para Islamabad un instrumento importante de política exterior. Pero después del 11-S y la ocupación de Afganistán, EEUU ordenó a Pakistán que cortara su relación con los insurgentes, que habían luchado contra los soviéticos pero ahora lo hacían contra los americanos. Si bien la invasión a Afganistán ha elevado el estatus estratégico de Pakistán en la ’guerra contra el terrorismo’ y le proporciona jugosos dividendos económicos (1000 millones de dólares anuales), ir de frente contra los insurgentes es imposible, ya que éstos poseen la capacidad de, como mínimo, iniciar una guerra civil en el país. La posición pakistaní, entonces, es la del malabarista que debe aparentar luchar contra los insurgentes para satisfacer a EEUU mientras que por otro lado debe mantener la insurgencia viva y feliz para mantener la estabilidad interna, asegurar el dinero americano, mantener su estatus estratégico y asegurar sus intereses en Afganistán cuando se vaya EEUU.

Pakistán es, además, cualquier cosa menos un país monolítico. Los especialistas suelen decir que Pakistán es un ejército con un país, y no al revés. Y en la cúspide del poder pakistaní se encuentra su formidable agencia de inteligencia, el ISI, precisamente los sospechosos habituales de dar o no información sobre insurgentes a EEUU cuando les conviene.

La versión oficial de los hechos—que la operación fue exclusivamente estadounidense y que los pakistaníes fueron dejados fuera por pura desconfianza—es un claro producto de estas particularidades. Pakistán prefiere el oprobio de un mundo que considera inaceptable que OBL haya vivido por cinco años a pocos kilómetros de una academia militar al posible infierno doméstico que podría traer la confirmación de su participación en la operación. A día de hoy, no obstante, está bastante claro que la operación que acabó con OBL fue un ejercicio conjunto del ISI y la CIA. Lo que no está claro es cuánto sabía el ISI: algunas versiones afirman que sólo los americanos sabían que era el mismísimo OBL el que se encontraba en la casa. El ISI sabía que era un pez gordo, pero nada más. Otros creen que el ISI supo siempre del paradero de OBL, en cuyo caso la gran pregunta es por qué decidieron traicionarle ahora, y a cambio de qué.

¿POR QUÉ AHORA?

Bin Laden, aparentemente, llevaba viviendo en esa casa desde 2005 ó 2006. La ausencia de teléfonos y demás comunicaciones hacía que dependiera de una red de mensajeros especiales para comunicarse con el exterior. Operacionalmente, entonces, OBL llevaba ’muerto’ desde hace al menos cinco años. Por otro lado, la dependencia en una red de mensajeros tenía sus riesgos, y parece que fue un error de uno de ellos—que utilizó un teléfono satelital para llamar a un miembro de Al Qaeda en Irak—lo que dio la primera pista allá por agosto. Bin Laden, sin embargo, no era completamente prisionero. Se sabe que algunas semanas atrás había viajado a Afganistán para mediar entre talibanes afganos y pakistaníes. Se cree que llevaba unos diez días en la casa y tenía planes de abandonarla cuando fue atacado.

La muerte de OBL, como todo evento mediático, deja más incógnitas que respuestas. Pero las preguntas no son las de los morbos reprimidos. Las incógnitas importantes empiezan por el nivel de participación del ISI, algo que quizá nunca sabremos. Y queda el elefante en la sala, ¿por qué ahora? La explicación más factible es también la más sencilla: porque fue precisamente ahora que EEUU se decidió a buscarlo.

LAS CONSECUENCIAS

Esta posible respuesta nos lleva a las consecuencias de esto para la guerra de Afganistán y la presencia de EEUU en Oriente Medio. Las diferencias entre la política exterior de Obama y la de Bush son abismales. Para Bush y los neocon, OBL fue su oportuno reflejo islamista, el hombre que usó el 11-S para traer a los americanos a Afganistán y de ahí destruirlos poco a poco, como a los soviéticos dos décadas antes. Encontrarlo nunca fue una prioridad—ni siquiera estaba en la agenda—para Bush y compañía. Por otro lado, en 2007 el entonces candidato demócrata ya decía que actuaría unilateralmente en Pakistán para dar con OBL. Para Obama, Osama era la clave para proclamar ’victoria’ sobre el terrorismo y salir de Afganistán con un mínimo de dignidad. Si a la muerte de OBL añadimos el nombramiento del General David Petraeus como nuevo director de la CIA—alejando al ’soldado simbólico’ de EEUU del panorama afgano—vemos que Obama tiene todas las fichas en el tablero para sacar, por fin, a su país del ’cementerio de imperios’.

La muerte de OBL traerá pocas consecuencias para el yihadismo internacional. Por naturaleza, Al Qaeda es una organización totalmente descentralizada, por lo que sus franquicias en el Magreb, Irak, Somalia o Yemen no se van a ver afectadas. En las áreas tribales de Afganistán y Pakistán, además, Ayman al-Zawahiri—ahora ’líder’ de Al Qaeda y verdadero ideólogo de la organización—y otros comandantes hace tiempo vienen trabajando en la nueva generación de líderes, entre los que se hallan Sirajuddin Haqqani e Ilyas Kashmiri. Los próximos días dirán si la renovada confianza estadounidense y la poca o mucha inteligencia que se recupere de la casa de OBL alcanzan para dar con alguno de estos comandantes o, quien sabe, el mismo Mulá Omar, líder de los talibanes afganos.

Osama Bin Laden, producto quintesencial de la Guerra Fría, está muerto. Su muerte tiene algo de poético. Barack Obama, hijo de un musulmán, tuvo que ser el presidente americano que acabara con el hombre que tanto mancilló la imagen del Islam en el mundo. La muerte de OBL puede ser el primer paso en un intento americano de quitar su foco del mundo islámico para poder centrarse en China o Rusia. Osama, además, muere mientras en el mundo árabe caen los dictadores como fichas de dominó. Bin Laden, que despreciaba a estos dictadores tanto o más que los manifestantes de hoy, creía en un gran califato islámico y era, por tanto, enemigo de la democracia. La ’primavera árabe’ que inició en Túnez es la verdadera bofetada, la última humillación a un fracasado histórico. Todo esto, lastimosamente, se ve opacado por el morbo de nuestra sociedad y la complicidad de unos medios que, al concentrarse en lo fácil y superficial, sólo contribuye a que el pan y el circo sigan siendo la regla a seguir.

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