Una deuda que supera los $70 millones reclaman a las autoridades del Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDA), los productores de arroz de la región...
- 19/08/2012 02:00
A cabo de despedir a una pareja de amigos que decidieron volver a su natal Europa, luego de vivir poco más de un año en Panamá, intentando probar suerte en esta tierra donde sale el sol y llueve a ratos. Tan mal no les fue, lograron cosas buenas y vivieron una experiencia interesante. Pero al final, una serie de eventos desafortunados los obligaron a hacer maletas y emprender el camino de vuelta a casa. Entre ellos, chocaron con la mala fe de empresarios inescrupulosos que no tuvieron ningún reparo en engañarlos y aprovecharse de su talento y creatividad; movidos por ese cáncer social llamado xenofobia.
Gente jodida hay en todos lados, claro. Y no solo se aprovechan de los extranjeros, sino también de sus propios compatriotas, lo cual es totalmente reprobable también. Pero confieso que soy sensible ante las injusticias que sufren los inmigrantes. Quizá porque he sido inmigrante en varias ocasiones y en distintos países, sin descartar la posibilidad de volverlo a ser. Sé lo que implica dejar atrás tu hogar, familia, amigos y una zona reconocible a la que llamamos Patria (sin saber muy bien lo que eso significa), para lanzarse a la aventura e ir en busca de un sueño, trabajo o una vida mejor. Sin dejar de mencionar que cinco de cada siete días de la semana me siento como un extranjero en mi propia tierra.
Y no solo se trata de sentir empatía por el que viene de lejos. En el fondo, lo cierto es que me molesta ver y sentir cómo Panamá, un país históricamente abierto a los inmigrantes, se ha ido poco a poco convirtiendo en un sitio lleno de intolerancia y rechazo, donde la inmigración ahora es un negocio en el que solo participa quien tiene dinero para pagar los papeles y sobornar a los funcionarios de migración. Hace rato quería decirlo, pero no había encontrado la oportunidad de hacerlo: estoy podrido de escuchar a la gente en la calle quejándose de lo ‘lleno de extranjeros’ que está Panamá, como si aquello fuese un desastre. Como si al ser panameños fuésemos distintos a los otros o mejores.
Sé que soy un idealista –y por ende un pobre ridículo- incapaz de entender ésta y tantas otras formas de discriminación. Me aterra ver cómo los seres humanos hemos perdido la capacidad de mirar al otro y darnos cuenta de que es igual que uno, sin importar si es francés, boliviano o ngäbe; porque nos hemos llenado de miedo y odio ante todo aquello que no comprendemos o aceptamos. Cuando el único criterio que sostiene el rechazo es ‘tú no perteneces aquí’ –sea ‘aquí’ Panamá o Groenlandia, o incluso un pinche club de amigos en el que no permitimos que otros entren- me pregunto qué fue lo que hicimos mal como sociedad. Y cuál será el futuro de la Humanidad.
A mis amigos, Ramón y Elisa, les deseo que la vuelta a casa les traiga muchas cosas buenas. Espero que cuando piensen en todo lo que vivieron en Panamá, prevalezca un bonito recuerdo. Y a todos los inmigrantes que viven aquí, amigos y desconocidos, sin importar de dónde vienen y por qué están aquí, les deseo lo mejor. Ojalá encuentren lo que están buscan
COLUMNISTA