Los capturados fueron ubicados en la comarca Ngäbe-Buglé, las provincias de Veraguas, Los Santos y Panamá
- 14/09/2021 00:00
“[…] Si en el discurso de los tiempos se reconociese que la pólvora, sin mejorar la calidad, tenía mucho mayor costo, podría descender el celo al examen de la causa de la alteración que no es otra que la guerra” (AGI, México 2228, citado por Núñez, 2002).
La pólvora en los años del proceso independentista sudamericano era un bien escaso. El previsor Virrey Abascal dictó medidas para renovar la fábrica de pólvora de la capital del Virreinato peruano. En la práctica, Sebastián de Ugarriza no remodeló sino construyó una fábrica nueva que constaba de cinco molinos de percusión, diez morteros divididos en dos baterías, una tahoa para pulverizar azufre y sus salitreras pudiendo fabricar 20 quintales de pólvora diarios (Alvarez, 1860 citado por Maldonado & Carcelén, 2013).
Además de la fábrica de pólvora en Lima, la Ciudad de los Reyes, en 1787 el Inspector del ejército realista del Perú, Brigadier Gabriel de Avilés, recomendó la construcción de una fábrica en la ciudad del Cuzco cuya edificación se inició en 1795, inaugurándose en 1798 (Viñuales, 2005). Esta fábrica tenía una capacidad de producción de 580 quintales mensuales –casi la misma que la de Lima- que eran almacenados en dos polvorines de 400 y 180 quintales respectivamente. Las instalaciones fueron construidas por el Teniente Coronel Atanasio Sotelo del regimiento Real de Lima (Maldonado & Carcelén, 2013) siendo su lugarteniente el panameño Gaspar Figueroa. Para los historiadores Maldonado y Carcelén (2013) esta obra permitió al ejército de la Corona “[…] sostener las fronteras del virreinato del Perú durante diecisiete años más”.
Los barriles de pólvora, desde 1798, eran construidos con medidas estándar. Cada uno tenía capacidad para un quintal de pólvora (Archivo General de Indias, imagen digital SGU 196-MPD 65.49) y llevaban cinchos de hierro que mantenían la solidez del conjunto. Para identificar el origen de la pólvora se colocaba en uno de los anillos metálicos la iniciales “GF” cuando se trataba de la fábrica cuzqueña. Lo anecdótico es que no se ha encontrado disposición alguna que señale el marcado de los barriles de esa forma. Los investigadores asumen que la práctica la inició el propio Gaspar Figueroa para dar fe de los cargamentos por él contabilizados. Aun cuando ulteriormente Figueroa fue trasladado a Lima, la práctica de utilizar tales iniciales se mantuvo y pasó a ser sinónimo de producto de alto poder.
En ambas fábricas se confeccionó un “cañón de montaña de calibre de a 4” (AGI imagen digital, MPD 46,027) lo que significa que contaban con técnicas de precisión para fundir bocas de fuego (García, 1916). Sin embargo, lo que no cambió, “[…] fueron los intentos por controlar el contrabando de pólvora y sus componentes, así como el mercado de su fabricación clandestina” (Vásquez, 2017). En Potosí, a inicios del s. XIX fue procesada una mujer, Petra Monical, por fabricar pólvora de contrabando llamada “pólvora falsa” por no provenir de la fábrica oficial, conjuntamente con su socio Trinidad de Olayo (AGN, Criminal, exp. 3407, 1806), ambos fueron desterrados por cuatro años de esa región.
De los datos recabados por los historiadores sobre las concentraciones de tropas virreinales cuando se inicia el proceso de independencia “[…] se nota que el Cuzco era la ciudad más defendida [3986 soldados de infantería, 4500 de las milicias urbanas] y con la mayor dotación de soldados milicianos y además de contar con una compañía del Real de Lima, entre los cuales habían muchos de los que se quisieron quedar de los regimientos 'Soria' y 'Extremadura', que llegaron luego de 1780 y regresaron a la península en 1798. La otra en importancia era la ciudad de Arequipa [con 1790 soldados de infantería]” y el sur en general, reforzado con artillería (Lohman, 1973). El norte estaba menos custodiado y quizás por ello, fue el teatro de operaciones elegido por el Libertador Bolívar.
Obtenida la victoria de Ayacucho (1824), el Libertador –que sabía leer el interés político y económico del momento y que había constatado la fragmentación de los productores clandestinos de pólvora- impulsó el espíritu de asociación sostenido por leyes que hicieran compatible la fuerza moral y física de la nación con un agente “casi destructivo” como la pólvora para ampliar la explotación de recursos minerales y abrir pasos por los Andes. Una alianza conveniente para un país que se distinguiría por su destino minero.