Presos de nuestras convicciones

De pequeños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias, pero estuvimos de acuerdo con la información que otros seres humanos nos inculcaron
Nunca tuvimos la oportunidad de elegir qué creer y qué no creer.

¿Cuántos estamos libres, pero presos a la vez de la negatividad, de convicciones, de paradigmas, de arquetipos heredados?

La prisión física es una experiencia muy personal de cada individuo, de los que viven allí y de los que la visitamos por un corto tiempo. Teniendo eso en mente, el relato que presento aquí es la mejor interpretación que puedo dar de mi propia existencia y lo que significa para mí ahora lo que es la “prisión”.

La prisión está lejos del discurso exagerado y caricaturizado que precede a cualquier forma de representación, una narrativa silenciosa del bien contra el mal.

Hay prisiones con barrotes más fuertes que el acero, y estas están en nuestras mentes.

Pensamos 24 horas al día; pensamos cuando estamos despiertos y también cuando estamos dormidos. Nacemos con la capacidad de pensar y los seres humanos que nos preceden nos enseñan a pensar de la forma en que lo hace la sociedad.

Cuando estábamos en el colegio, nos sentábamos en una silla pequeña a prestar atención a lo que el maestro nos enseñaba. En la iglesia, a prestar atención a lo que el sacerdote o el pastor decía. La misma dinámica con mamá y papá, con hermanos y hermanas.

No elegimos nuestra lengua del habla, religión ni nuestros valores morales; ya estaban ahí antes de que naciéramos. Nunca tuvimos la oportunidad de elegir qué creer y qué no creer; ni siquiera escogimos nuestro nombre. De pequeños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias, pero estuvimos de acuerdo con la información que otros seres humanos nos inculcaron.

Una domesticación o “prisión” mental. “Aprendimos” a vivir y a pensar. Nos domesticaron de la misma manera en que se hace con un perro, un gato o cualquier otro animal. Para enseñar a un perro, lo castigamos y lo recompensamos. Nos enseñaron de la misma forma, con un sistema de premios y castigos. Nos decían: “eres un niño bueno” o “eres una niña buena”, cuando hacíamos lo que mamá y papá querían que hiciéramos. Cuando no lo hacíamos, éramos “un niño malo” o “una niña mala”.

Y así acabamos siendo alguien que no estábamos destinados a ser. Nos convertimos en una copia de las creencias de mamá o de papá, de la sociedad o de la religión. Este proceso es tan poderoso, que en un determinado momento de nuestra vida ya no necesitamos que nadie nos domestique. Estamos tan bien entrenados que somos nuestro propio domador.

Es imprescindible una gran valentía para enfrentar las propias creencias, porque aunque sabemos que no las escogimos, también es cierto que las aceptamos.

Debemos tener mucha convicción para afrontar algunos comentarios que a veces recibimos. Al afrontarlos, si eres capaz de hacerlo, tu vida trascenderá de una manera asombrosa, y comenzarás a vivir tu propio sueño, sin prisiones.

Hasta la próxima guerrero, guerrera.

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