El trago que lo borra todo

Actualizado
  • 21/02/2016 01:00
Creado
  • 21/02/2016 01:00
La cantina ‘El Maracuyo' debería llamarse ‘La Evasión'. Entre libación y libación todo se olvida

Ya pasó el carnaval. El pueblo, como era de suponer, quedó destrozado, hediondo a orina y con una escasez de agua que te cagas. Ahora vemos filas de personas con cubos en las manos esperando a que el señor del cisterna les dé algo del vital (desperdiciable y despreciado) líquido. Pero hay brisa. La brisa no calma la sed, ni se cocina con ella, ni se puede uno bañar en brisa ni nada. Pero hay brisa y es agradable. La brisa, ya confesémoslo, es la que nos hace ir a la cantina a eso de las 11 de la mañana, que es la hora en la que Nen abre (si abriese antes, iríamos antes). Allí, no queda otra, nos olvidamos del agua, nos olvidamos de la inseguridad, nos olvidamos del bebé que se robaron, del tipo que fue ajusticiado en pleno centro comercial, nos olvidamos de la situación en general, nos olvidamos de todo. Nos olvidamos de los sirios, nos olvidamos de la posible tercera guerra mundial. Nos olvidamos de los tres asesinatos que hubo en una fiesta en una barriada popular. Nos olvidamos de que si el Zika es una enfermedad causada por Monsanto o no, etc. Nos olvidamos de nosotros mismos. La cantina ‘El Maracuyo' debería llamarse cantina ‘La Evasión', por las razones de que menciono arriba, y no porque el dueño evada un montón de impuestos todos los años (aplausos).

Ayer estuve desde las 10.50 a.m. esperando a que abriera Nen la cantina. Nen es puntual. Yo no quería tomar. Estaba esperando a David, en realidad. Quería hablar con él antes de que se emborrachara (aunque lo más seguro es que todavía la tuviera vivita de la noche anterior). Me tenía que entregar un texto, un poema sobre poetas, por supuesto. Me había pedido que la publicara. David llegó puntual también, junto a Nen. Me entregó el texto sin decir buenos días y se metió a la cantina y empezó su faena. Yo leí y sonreí. Aquí lo comparto con ustedes: ‘Los poetas que mejor me caen son los que están muertos. Cuanto más muerto, frío, calladito y quieto el poeta, más probabilidades hay de que me guste su obra. Tal vez porque me agrada que el finado poeta ponga en práctica eso de no quedarse callado nunca, desde el más lejano y oscuro de los recintos, allí en donde no hay nada y no crece nada; que de allí venga su voz, terca y ronca, viva y sin cuerpo, sin rostro, sin tiempo, sin carne ni posiciones políticas, ni vida diaria, ni mal aliento, ni borracheras, ni sonrisas hipócritas. Cuando, por ejemplo, leo a la Pizarnik, siempre agradezco, a la señora muerte, la imposibilidad de caer entre las piernas de la admirada poeta argentina en una noche de copas, versos, lágrimas y vacíos; aunque nunca se sabe, tal vez termine haciéndolo con alguna de las reencarnaciones que de cuando en cuando brotan de la susodicha Alejandra Pizarnik, o de Sylvia Plath, o de Anne Sexton, que para el caso es lo mismo, aun cuando la última fuera la más guapa de las tres. En fin, la voz del poeta, su voz, solo su voz. Gracias divina muerte que te llevas la carne y sus pesares y nos dejas solo lo que importa'.

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