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- 16/04/2020 00:00
En una escuela francesa, en un barrio como muchos otros, con un grupo de estudiantes que bien podría ser la representación realista de los salones de clase latinoamericanos, se desarrolla la historia de la profesora Samia Zibra (Zita Hanrot, 'Plan Corazón'), recién mudada e ingresada como encargada del orden y la disciplina del colegio secundario Saint-Denis, quien enfrenta la dura realidad del sistema educativo francés en un barrio de alta tasa criminal.

Con los subtítulos activados empieza La vida escolar (La vie scolaire, 2019; disponible en Netflix), mostrándonos la rutina del primer día de clases luego de un largo verano, donde los estudiantes caminan despreocupados hacia las aulas, saludan, abrazan y ríen en compañía de amigos y compañeros, una escena que nos conmueve hasta que la cinta se encarga de adentrarnos a la realidad que se esconde tras las puertas de los salones y las miradas esquivas de algunos estudiantes.
No es un drama ni una comedia ni una tragedia, sino un poco de los tres; una historia que combina la lucha de los jóvenes y adultos en un sistema escolar imperfecto e inflexible para muchos, donde no importa cuánto ímpetu tengan los estudiantes por aprender o cuántas ganas tienen los profesores de ayudarlos y motivarlos. Las barreras impuestas por la sociedad –que han sido arraigadas en las mentes de muchos jóvenes– hacen que cada día sea menor el interés por seguir en el “camino correcto”, como lo llama Samia, el camino del progreso personal.
Los directores Grand Corps Malade (seudónimo del escritor y compositor francés Fabien Marsaud) y Mehdi Idir entrelazan de manera sencilla, pero visualmente cónsona, las historias de Samia con el joven Yanis (Liam Pierron) de 15 años, quien cursa noveno grado, pero vive en un limbo sin dirección y sin saber a qué realmente quiere dedicarse, lo que llena de problemas su desempeño educativo y familiar.
Mucho antes de su primera interacción, la cinta nos deja saber que serán ellos los protagonistas de la historia, que contarán sus perspectivas y experiencias; cada plano y cada movimiento ha sido calculado aun cuando guardan cierta naturalidad hasta el mínimo detalle, dejando ver los contrastes de la vida de ambos personajes: Samia, aislada en un suburbio desconocido, destinando todo su dinero y tiempo para su novio que se encuentra en la cárcel; Yanis, atrapado entre la calle y el colegio, perdido y sin determinación por ninguna de las dos opciones, encerrado en un pequeño departamento con su madre y hermana, mientras su padre paga una condena en prisión.

Pero la verdadera estrella de esta trama son los estudiantes, un grupo de jóvenes –la mayoría sin trayectoria actoral profesional– que retrata la realidad de vivir en un suburbio lleno de inmigrantes y pobladores de diferentes razas, pero que son tratados como eslabones perdidos dentro de la sociedad francesa. Problemas de actitud, desobediencia, falta de autocontrol, drogas, alcohol, fiestas, y una larga lista de etcétera rodean a la juventud de Saint-Denis, los cuales son tratados con sutileza y elegancia por parte de los directores para no hacer caer al espectador en un momento incómodo, sino de reflexión.
Para entender la historia del joven problemático que recibe ayuda de una profesora que ve en él potencial, no hace falta ser un experto en cine, es una trama sencilla, cotidiana, algo que quizá hemos visto ya un millón de veces tanto en la pantalla grande como en la vida real; sin embargo, conforme avanza la cinta nos damos cuenta de que ese no es el objetivo principal de la relación particular entre ambos, sino entender la fortaleza que transmite Yanis, su lucha interna y su sensibilidad, así como la responsabilidad que cae sobre los hombros de Samia, una que muchos profesores sienten y no se les reconoce.
En un momento decisivo para la educadora, donde parece que colgará los guantes tras un año de trabajo, Messaoud (Soufiane Guerrab), un colega profesor de matemáticas, le recuerda: “[Ellos] No son todo lo que tienes, nosotros estamos aquí para guiarlos lo mejor que podamos, pero no podemos hacernos responsables de todos”. Un consejo que ayuda a ver el panorama amplio del colegio secundario, donde por más que los profesores deseen salvar a cada estudiante de seguir un camino peligroso, simplemente no es una opción realista.
Aún así, la interpretación honesta y entregada de Hanrot nos deja deseando que pueda lograrlo, que pueda salvar a dos o tres antes de que culminen las dos horas de la cinta, que obtenga su victoria final frente a un sistema que no se interesa por los estudiantes más allá de sus calificaciones. “¿Qué tal si no valgo mucho más que esto?”, señala Yanis en una profunda conversación con Samia, la pregunta del millón que resuena en la mente de muchos estudiantes, que como el joven francés, no se encuentran en el colegio para graduarse con honores, sino como una obligación social que cumplir... aunque muchos desertan sin nunca poder responder a la pregunta.

Otra prueba que une los caminos de Samia y Yanis son sus árboles genealógicos, porque al ser descendientes de inmigrantes árabes se encuentran con prejuicios sociales de todo tipo, desde sus capacidades, hasta lo cuestionable que es cuando logran alcanzar una meta, lo que se pinta visiblemente cuando Samia recibe felicitaciones por obtener “un buen puesto de trabajo” en el colegio. Para Yanis, el peso de su ascendencia lo detiene en la búsqueda de su verdadera identidad como joven, ya que cree que la sociedad no lo verá como más que un “salvaje” y “poco intelectual”, pese a poseer un ingenio en bruto.
Pierron encarna a Yanis como si fuera su verdadera vida en ese suburbio –lo que le valió una nominación a actor revelación en los premios César–, desde su acercamiento a los profesores, los problemas de familia que enfrenta y la llegada de la realización de que el esfuerzo que debe hacer es más grande de lo que imaginó, su interpretación nos hace encariñarnos con ese joven que todos, incluyéndose a sí mismo, creen perdido, pero que resurge listo para aprovechar la segunda oportunidad que se le ofrece.
¿Cómo logra la narrativa de La vida escolar trascender fronteras y sociedades? Con el buen manejo de los puntos de vista juveniles con los adultos, haciéndolos compenetrarse en vez de alejarse como es acostumbrado ver, uniendo sus lazos a través de una atención genuina a las personalidades y necesidades de cada personaje. Un retrato que puede calcarse a partir de experiencias propias de cada quien, de aquellos momentos escolares donde creímos que se nos venía el mundo encima y cuando alguien nos tendió la mano, por lo que no es de sorprenderse que los cineastas Malade e Idir hayan agregado como ingredientes clave sus propias vidas de adolescentes en Saint-Denis, de donde provienen, haciendo que cada escena se sienta como ver un álbum de recuerdos personales para el espectador.
Al finalizar la cinta, con una mirada esperanzadora de Yanis, a la vez que suena el tema 'Pastime Paradise' de Stevie Wonder (que podrán reconocer del filme Mentes peligrosas de 1995, bajo la versión del rapero Coolio), podemos entender que pese a que él describe su barrio como un lugar lleno de “escoria”, su ideal no es ser un caso perdido, mientras que Samia descubre su propósito de luchar por aquellos jóvenes que se encuentran perdidos y desilusionados. Definitivamente es un viaje de risas, lágrimas y emoción triunfal perfecta para hacernos repensar el impacto del ambiente educativo en nuestro país.