Así viven los asexuales

En una sociedad en la que abunda la pornografía, pululan los escándalos de adicción al sexo, los gays y lesbianas reclaman sus derechos ...

En una sociedad en la que abunda la pornografía, pululan los escándalos de adicción al sexo, los gays y lesbianas reclaman sus derechos y los medios de comunicación celebran el erotismo, nada causa más sorpresa que alguien se declare asexual. Johanna Villamil, una artista y gestora cultural de Bogotá, Colombia, lo es y ha visto la cara de sorpresa que ponen sus interlocutores cuando les cuenta que el sexo con otros no es lo suyo. Le dicen que eso no puede ser posible, que tal vez no ha conocido a la persona correcta, que es una fase, pues todavía es muy joven (27 años) o que debe ser algo hormonal.

Pero ella sabe que nada de eso es cierto porque se ha sentido así desde la adolescencia, cuando en pleno despertar sexual las conversaciones de sus amigas del colegio empezaron a enfocarse en los jóvenes más guapos o en los que más les atraían. ‘A mí me parecía que hablaban en chino porque no podía identificarme con esas sensaciones y eso es aterrador porque se supone que a esa edad uno debería estar sintiendo lo mismo’, dijo a SEMANA.

A pesar de eso, en aquella época tuvo relaciones sexuales porque era lo que se esperaba, aunque asegura que dichas experiencias no le ayudaron a resolver sus dudas. ‘Yo me seguía preguntando para qué es esto. Antes de un encuentro tenía que prepararme y pensar’.

No sentir la misma necesidad de otros por el sexo la llevó a leer libros sobre el tema y a hablar de su caso con sus amigos hasta que entendió que es asexual. Así se denominan las personas que no sienten la atracción sexual que lleva a otros a tener contacto íntimo con alguien.

Desd e hace tres años ella decidió formar un foro privado en internet para que otros en su situación pudieran intercambiar experiencias. Además es vocera del tema en Hispanoamérica para darle visibilidad y educar a la sociedad para que respete los derechos de los asexuales, tal como sucede con otros miembros de la comunidad LGTBI (Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales).

Según ella, no es lo mismo ser asexual en Estados Unidos o el Reino Unido, donde el movimiento lleva más años, que serlo en Latinoamérica donde la sociedad es más conservadora y religiosa. ‘Las mujeres se realizan cuando tienen hijos y los hombres son machos de verdad si son buenos sementales’.

Por eso, muchos prefieren no salir del clóset y tener una vida sexual activa para adaptarse a la presión social. Villamil señala que en Colombia el grupo no pasa de 100 personas. Pero según los estudios esta situación se presenta en una de cada 100 personas, lo que significaría que cuatro millones de colombianos serían asexuales, de un total mundial de alrededor de 70 millones.

Para Johanna son dolorosas las burlas y la discriminación, así como sentirse totalmente perdida en las conversaciones sobre sexo de sus amigos. Pero tal vez lo más difícil para los asexuales llega cuando tienen una pareja a la que aman, aunque no están interesados en la dimensión sexual del romance. Esto lleva a que muchos de los asexuales sean solteros.

En países como Colombia la gente todavía reacciona ante el tema como si se tratara de una aberración. ‘En esta sociedad se asume que la atracción sexual es una fuerza muy poderosa y que todos deben sentir de la misma manera’, explica Mark Carrigan, investigador de la Universidad de Warwick, ubicada en Inglaterra.

LA CULTURA DEL SEXO

Pero las cosas están cambiando. En julio pasado se realizó en Londres la primera gran conferencia sobre el asunto. Por otro lado, el grupo Aven, cuya sigla significa Asexuality Visibility and Education Network, fue fundado en 2001 por David Jay, un asexual californiano de 30 años, y ya cuenta con 60 mil miembros en el mundo. ‘Gracias a esto, una persona que hoy escriba en Google la palabra asexual obtendrá como resultado esta organización que los entiende y acompaña, y no un artículo del sistema reproductivo de las estrellas de mar’, dijo Rachel Hills a la revista The Atlantic.

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