El acto de la conversación

Actualizado
  • 25/02/2024 00:00
Creado
  • 24/02/2024 17:34
En un mundo donde se impone la eficiencia, la tecnología y el individualismo, el artista panameño Jhafis Quintero irrumpe con una propuesta rompedora: sentarse a conversar. ¿Qué tan dispuestos estamos a “perder el tiempo” escuchando a los otros?

La propuesta parece sencilla pero es revolucionaria: una banca, un paraguas para protegerse del sol y un hombre que coloca esa silla en un sitio cualquiera -en este caso, La Peatonal de La Central-, y anuncia un servicio que, por elemental, resulta rompedor: “Escucho gratis”. Así se lee en el suéter blanco que lleva para la ocasión. Así dice en voz alta Jhafis Quintero, instalado en un punto cualquiera de esta popular ruta comercial panameña.

Quintero es alto, flaco, de cabello color pimienta. Se describe como un hombre del siglo XX y, por eso mismo, más afín a la conversación cara a cara que al intercambio por WhatsApp. Panameño de nacimiento, hace ya varias décadas que se encontraba en Costa Rica “por motivos relacionados con la justicia”, cuando a la cárcel llegó una artista, Haru Wells, convencida de que el arte puede hacer lo que el castigo, no.

“Yo me encontraba en aquella época en posesión de una sentencia de 20 años por robo bancario...Estuve 10 años, desde 1994 hasta el 2005. En otras palabras, entré a finales del siglo XX y salí en pleno siglo XXI”, cuenta, como preámbulo para explicar su arte, para explicar-se, porque la obra de Quintero está marcada por esa experiencia carcelaria, es decir, por la falta de libertad, el miedo, la violencia, la incomunicación...

Todo empezó cuando Wells llegó a la cárcel La Reforma a ofrecer cursos de arte. Quintero se acercó más por el interés de “matar el tiempo” que por un genuino deseo de aprender, pero algo fue pasando; algo se fue transformando. Ese mismo placer que el adolescente Jhafis hallaba en el delito lo encontró en los trabajos que desde entonces se planteó. “El arte y el crimen comparten entre sí el apetito de transgredir, solo que en Latinoamérica, desafortunadamente, la opción A es el crimen”, detalla, en medio de la algarabía de ese espacio plástico que resulta ser un foodcourt, donde se ha convenido la entrevista.

¿Cómo fue el proceso creativo de Quintero? ¿Qué pasó después del encuentro con Wells? ¿De qué se trata exactamente el performance “Escucho gratis”, que realiza con la complicidad del Museo de Arte Contemporáneo de Panamá? Aquí, la conversa:

¿Cómo pasa Jhafis Quintero del mundo de la delincuencia al mundo del arte?

Me transformo en artista no solo fuera de Panamá sino dentro de una prisión, mira tú. Apareció Haru Wells, una artista que estaba dispuesta a dejar claro que la cultura es el sustituto efectivo del crimen. Ella regresaba de Nueva York en los tiempos de la contracultura, cuando la contracultura se manifestaba en contra de la cultura hegemónica, pero entonces se oficializaba y por tanto perdía su carácter. Ella estaba harta de todo eso. Llega a Costa Rica y a sus manos llega un dibujito y se va detrás, rastreando el origen hasta una prisión. Allí encuentra una especie de creatividad. Porque le voy a decir algo: si la arquitectura penitenciaria ha sido diseñada para limitar a los seres que la habitan, es la creatividad la que habilita a estas personas a vulnerar la limitación arquitectónica. Es que la creatividad en las prisiones es un asunto de vida o muerte.

¿Por qué?

Porque si no eres suficientemente creativo no superas el sitio y te mueres. Tienes que ser creativo para defenderte, para sobrevivir, para todo. Es la creatividad la que nos asiste en tiempos de crisis, solo que en este mundo tan lleno de tecnología, de confort, nos hemos olvidado de utilizar la creatividad.

No sé si la comparación es la adecuada porque la cárcel es la cárcel, pero cuando nos encerraron durante la pandemia, la gente de pronto se acordó de que sabía tejer, dibujar, pintar, tocar guitarra. Una vez que regresamos a “la normalidad”, ya todo se apagó...

Estamos hablando exactamente de lo mismo. Digamos que cuando tu espíritu o cerebro sale de esa línea recta, que en un electrocardiograma significa que estás muerto, y empieza a tener esos picos de altos y bajos, en ese momento es que el ser humano se entera de qué está hecho. No quiero decir que tienes que delinquir o que entrar en una prisión, sino que debes salir de la zona de confort.

¿Cómo llega usted donde Wells?

Bueno, debo confesar que primero me acerco como para matar el tiempo, porque el tiempo es el verdadero verdugo en una prisión. A ver, la percepción del tiempo es sicológica y la repetición atrofia la percepción que tenemos del tiempo. En una prisión, todos los días te levantas el mismo día, ves el mismo compañero de celda, las mismas reacciones, el mismo uniforme, el mismo sabor, el mismo color gris de la prisión. Y finalmente, comienzas a vivir todos los días el mismo día y eso es una eternidad. Lo que sea que te ayude a ausentarte de esta eternidad... Bueno, yo fui el primer día por eso. Luego empecé a sentir la misma satisfacción que me daba el crimen cuando estaba afuera. Las pequeñas transgresiones estéticas empezaron a nutrirme, así que un día pensé que, en vez de recibir sentencias de años, quería recibir aplausos. Parece que era bueno, lograba conceptualizar muy bien las piezas y empecé a tener premios desde que estaba preso.

¿Cómo influye la experiencia carcelaria en su trabajo?

Todos mis trabajos están permeados por esta experiencia porque... te gradúas de antropólogo. Siempre he dicho que nunca hubiera tenido la oportunidad de estar cerca de una variedad tan diferente de seres humanos en un espacio tan reducido... Además, seres humanos alejados de la tecnología, que es una cosa que te obliga a ser simplemente humano. Y es ahí donde todos estos proyectos nacen, no por el cliché de la cárcel sino porque tienes una visión de alto contraste de las cosas, de la necesidad del ser humano.

Uno de los castigos más serios para una persona que ya está siendo castigada en la prisión es la incomunicación. Que te priven de la posibilidad de comunicarte con un semejante es un castigo severo. Uno de los videos míos que se llama “Solo comunicándonos existimos”, parafraseando un poco a Albert Camus, son estos tipos que están castigados y hacen un hueco en las paredes para poder hablar con el otro incomunicado. Ambos tienen probablemente un puñal en la espalda porque ninguno confía en el otro y se mueven rítmicamente de un lado a otro para evitar ser apuñalados en la cara o en el cuello. Es decir, en condiciones normales, una persona privilegia el sentido de la autoconservación, pero en estas condiciones de estar presos, eso pasa a un segundo plano y entra a ocupar el primer plano la necesidad de comunicarse, de existir comunicándose.

¿Qué tipo de arte hizo en sus primeros momentos?

Pinturas.

¿Qué tenían de transgresoras sus pinturas?

Es una cuestión de intención. Con el arte beligerante, tú tratas de sacar a la gente de su zona de confort y generar pensamiento crítico. Creo que hay muchas formas de arte, pero le voy a mencionar dos: una que me interesa y otra que no me interesa para nada. Hay un tipo de arte que se queda en la retina; ese es un arte que está hecho para ser bonito, para decorar, para seducirte visualmente. Ese arte no me interesa. A mí me interesa un arte que viaje a través de tus ojos y entre a tu cerebro y te genere preguntas. Yo quiero pensar que mi trabajo es eso.

El proyecto de la silla rodante, ¿cómo surge?

Este proyecto es una idea que viene ablandándose en mi cabeza desde hace muchos años. Tengo 30 años de vivir fuera de Panamá. Diez años en la cárcel de Costa Rica y otros 20 en Europa. En todos los buses, subways, siempre la gente se me acercaba a hablarme. No sé qué tipo de microgestos veían en mi cara, pero se me acercaban y los escuchaba. Y yo me dije: ¡tengo que hacer algo con esto!

Un día llegó la idea. El trabajo del artista es escuchar la idea, cómo quiere venir, cómo quiere ser ejecutada en el mundo tridimensional, y yo escuché que esta idea “Escucho gratis” quería venir en forma de una banca tipo carretilla. Es un objeto-arte. Además es práctico porque yo quería abordar al público en su hábitat, en su cotidianeidad, y quería que fuese movible.

Lo que pasa es que nos estamos deslizando a la virtualidad y ahí no hay posibilidad de comunicarte. Las relaciones inician y se acaban con un texto tipo 11, calibri o arial black, contra un fondo blanco que dice: “Lo siento, no te amo más”. Hemos perdido la capacidad de mirarnos a los ojos, de leer tu lenguaje corporal... Ya no vemos caras... Al final, yo creo que este proyecto lo que quiere es rescatar una dinámica vital y esencial del ser humano que está desapareciendo.

¿Cómo fue la experiencia en La Peatonal?

Estuve tres horas. ¿Usted ha escuchado la frase “romper el hielo”? Bueno, esa frase no tenía ningún sentido ahí; no había ningún hielo que romper. La gente inmediatamente hablaba.

Yo puse mi silla y dije “¡Vengan, que los escucho gratis! ¿Quieren que los escuche gratis?”. La gente intuía, llegaba y se sentaba. Y en ese momento en que se sentaban, se activaba un mecanismo tan antiguo en el ser humano como la necesidad de comunicar. Y hablaban y hablaban y hablaban. De todos los posible temas. De la vida, de la pareja, de la crisis, de la política, y de cosas surreales, por supuesto. Cuando terminé y llegué a casa me entró una tristeza, porque te das cuenta que esta cosa que podría ser malinterpretada como nostalgia, esta comunicación con el prójimo, directa, en vivo, a cuatro ojos como dicen los italianos, está desapareciendo. Nos estamos disolviendo.

¿Cuál es el siguiente paso con el performance?

Quiero que pase en barrios populares. Quiero moverme en El Terraplén, por la capital, no como un profeta sino como un artista que se nutre. Ojalá puedas venir a bordo de la banca un día de estos; es una experiencia... Te llena, esto de hablar.

La capital panameña estaba diseñada para que la gente hablara entre ellos. Ahora toda la ciudad es un Truman Show. Me parece triste que se haya borrado esa arquitectura que llevaba al panameño a reunirse, a jugar dominó, a hacerse señas, a interactuar todos los días en el mercado. Ahora aprietas un botón y te llega a casa. Los edificios de ahora te llevan a un tipo de individualismo; en los de antes uno decía: “Hummmm, por aquí huele a incienso”...

Yo creo que nos necesitamos más de lo que creemos, y para eso la comunicación ha sido, es y espero sea siempre un asunto vital.

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