Ante la compleja situación social y política que atraviesa nuestro país la Conferencia Episcopal Panameña, el Comité Ecuménico y el Comité Interreligioso,...


- 24/05/2025 00:00
Estos días tan turbulentos van dejando sus huellas. Algunas protestas juveniles terminan con actos vandálicos y las masivas manifestaciones populares son desnaturalizadas por las provocaciones. En ambos casos no se descartan las infiltraciones de maleantes o sicarios. Es pertinente agregar que la sola presencia de una guardia pretoriana en los predios de la Asamblea pudo estimular viejos recuerdos en un pueblo que vivió experiencias amargas con una tropa que conserva la misma fachada. Además, la psicología indica que las multitudes adquieren muchas veces una personalidad de difícil control y cualquier chispa puede provocar un incendio.
El férreo cerco militar debió ser colocado tras la cerca, en el patio interior de la Asamblea, para evitar el roce directo con la masa que pregonaba sus objetivos. Los que veían por televisión el desarrollo de los acontecimientos preveían un encontronazo inevitable, por tanto, previsible y como tal, querido. Bastaba un amago de propios o de extraños para causar lo que se causó el día que los obreros llegaron a los predios del Palacio Legislativo.
Las huellas de destrucción atribuidas a los “estudiantes” en sus acometidas del martes último, más que censura, causaron tristeza.
En la reciente encuesta sobre el Pulso de la Nación de Dichter y Neira sobre nuestra identidad nacional, es fácil advertir o concluir que vivimos en una sociedad en crisis, proclive a la violencia. En un país donde el 83 % de los encuestados asegura que la institución familiar se debilita, nadie debe sorprenderse con lo que puede ocurrir en los tumultos. Esa saturación diaria, con lecciones gratuitas, de atracos, de morbosidad, de malas y perturbadoras noticias y de programas que corrompen a la especie, de crímenes e impunidades, explica el clima de sorpresas, de inseguridad y de sobresaltos en que vive la república.
Este panorama tan disolvente de nuestras mejores tradiciones cívicas nos aleja de una regla de oro de la conducta humana. Todo en la vida es cuestión de fondo y forma. Se puede tener toda la razón del mundo al plantear una tesis, pero si se carece de forma o de buenas maneras, o de buenos procedimientos, el fondo correcto o altruista de una causa se derrumba.
Se puede tener una buena razón previsora que procura la protección del Palacio Legislativo ante el anuncio de una manifestación gigantesca, pero si esa manifestación que fue ordenada y pacífica es recibida con una tropa armada hasta los dientes y se le coloca codo a codo con los manifestantes, tradicionalmente alérgicos a las actitudes hostiles de los cuarteles, las buenas intenciones previsoras pueden convertirse en una provocación por su perfil intimidatorio o retador. El mismo temperamento festivo de los manifestantes se tornó tenso y crispante apenas se advirtió de la presencia de los uniformados cargados de bombas lacrimógenas, de rifles y de otras armas de guerra.
Y así ha ocurrido en materia de procedimiento con el proyecto de ley que reforma la legislación vigente sobre el Seguro Social. ¡Es cuestión de fondo y forma! El Órgano Ejecutivo hizo bien en preparar un proyecto reformatorio, era su obligación y su promesa. En el fondo la suma de normas concebidas por el Ejecutivo son a su juicio las que necesita el Seguro Social para su rescate y salvación. Pero el Órgano Ejecutivo olvidó que el Seguro Social es un fogón de tres piedras, de tres dueños –el gobierno, los asegurados y la patronal– y debió haber presentado ese proyecto, como documento de trabajo, a la consideración previa de las fuerzas que sustentan esa institución de seguridad social. Entregarlo con un plazo prudente para que los entendidos en la materia, los del gobierno y los de las otras fuerzas, encuentren las fórmulas de consenso, de fondo.
El problema del Seguro Social tiene un rango que escapa a los cálculos electorales y debe ser estudiado y resuelto como un problema de Estado, es decir, de todos sin intenciones subalternas, que una al país en las soluciones. Exactamente como ocurre en España en el combate al terrorismo. Entre los partidos existe un pacto que prohíbe obtener réditos políticos por los aciertos o errores que puedan lograr en los empeños antiterroristas. Así como la presencia policíaca con arreos de combate remueve los malos recuerdos, los procedimientos –las formas– de una Asamblea Nacional aprobando a tambor batiente, las reformas, con urgencia notoria, nos retrotrae a aquellas épocas de aplanadoras legislativas de la dictadura, con diputados intolerantes y totalitarios, práctica que no debe existir en una Asamblea democrática donde el gobierno mantiene una apabullante mayoría.
En homenaje al diálogo debió darse un paréntesis al debate legislativo mientras los tres pilares del Seguro Social, sus dueños, acordaban sensatamente las nuevas normas salvadoras de tan preciada institución del Estado.
Si no se producían los acuerdos, por intransigencias o por otras razones subjetivas, entonces el Órgano Ejecutivo, lleno de razones ante la sociedad, tenía que cumplir con su deber de conductor de la nave del Estado. ¡Habría respetado el fondo y la forma, la regla de oro garantiza el buen comportamiento humano!