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En la plaza toca:
Porque Puma Zumix Grupo juvenil que interpreta...
Tener algo qué decir, con mucha imaginación, dominio de las técnicas audiovisuales, sensibilidad humana y aporte social son atributos que sobresalen a la hora de disfrutar del buen cine. Cada vez que un realizador se plantea como reto crear un concepto con los atributos mencionados, puede que se obtenga el resultado esperado o que genuinamente supere todas las expectativas; pero más allá de este reto existe el desafío por desarrollar un proyecto con un solo actor, un solo escenario, un guión impecable, un prodigio en la dirección y un protagonista realmente comprometido con su oficio.
Dos filmes de reciente factura asumen el reto y se convierten en los mejores ejemplos de cine de calidad poseedores de un lenguaje que desafía incluso a las nuevas generaciones de cinéfilos. Ellos son 127 horas, de Danny Boyle (ganador del Óscar por Quiero ser millonario) y Enterrado, del director gallego Rodrigo Cortés.
En el primer caso, Boyle consigue —a ritmo videoclipero— contar la valerosa decisión de Aaron Ralston, un aventurero que visita el Cañón Blue John en Arizona, sólo para encontrarse con la dicotomía de vivir o dejarse morir al quedar atrapado en una pared de rocas por cinco días.
En ese espacio temporal (son 127 horas), James Franco, joven actor conocido por la serie de El Hombre Araña, logra transmitir la desesperación y la energía de un adicto a las emociones fuertes que debe amputarse la mano para seguir con vida.
En el siguiente ejemplo, el director Rodrigo Cortés propone un escenario único (un ataúd) para narrar el suplicio de un conductor norteamericano (Ryan Reynolds) víctima de un secuestro en Irak. Sus herramientas de supervivencia: un teléfono celular con la batería a mitad de funcionamiento, un encendedor de cigarrillos y más adelante, una linterna, unos neones y una cuchilla.
Quienes sobresalen en esta historia son Reynolds y Cortés, pues se dejan llevar, letra por letra, de su singular guión. El resultado de este trabajo lo complementan las ovaciones recibidas en el Festival de cine de Sundance, 10 nominaciones a los premios Goya y un aplauso de la crítica mundial por el talento de Reynolds, conocido gracias a sus comedias ligeras (Sólo Amigos y Van Wilder) y algunas películas de acción (Blade 3 y Wolverine), quien se apunta a protagonizar una película completamente española.
Este no es el único ejemplo de grandes títulos con un solo actor. Hace poco Sam Rockwell, dirigido por Duncan Jones (hijo de la estrella del pop David Bowie) regresó a la raíz de la ciencia ficción con el trabajo independiente En la luna, en donde prevalece la auténtica profundidad del discurso de su protagonista que se debate entre el aislamiento y la paranoia mientras termina su contrato de tres años en la Base Minera Sarang de Lunar Industries Ltd.
Asimismo, Colin Farrell preparó una de sus mejores actuaciones en el trhiller Phone Booth, en donde un publicista mentiroso se convierte en blanco de un paladín de la moralidad que con rifle en mano pretende acabar con él si no hace todo lo que le indique.
Tom Hanks se preparó física y psicológicamente para encarnar a un ejecutivo de una multinacional de envíos que se convierte en náufrago por cuatro años en una isla remota. Su rol en el filme constituyó 55 minutos de monólogo (aún conversando con Wilson, un balón de voleibol).
Will Smith también cuenta con 55 minutos de soledad en la película Soy Leyenda, para contar la travesía de un científico que sobrevive a una plaga mortal en la tierra y se la pasa buscando la cura.
En el terreno no comercial existen otras obras que se distinguen por dedicarse a colaborar con un solo actor, entre ellas: The Wild Blue Yonder de Werner Herzog, Blow Job de Andy Warhol, Johnny Got His Gun, La vida de Reilly’s o Yaadein (1964), dirigido por Sunil Dutt; El honor secreto de Robert Altman; The Noah, de Daniel Bourla; La última carta (2002), dirigida por Frederick Wiseman, y Terrors of Pleasure (1988), de Thomas Schalamme.
Asimismo, Monster in a Box, de Nick Broomfield, Nadando hacia Cambodia (1987), de Jonathan Demme y Gray’s Anatomy (1996), de Steven Soderbergh, son muy especiales en esta distinción por ser protagonizadas por el fallecido actor Spalding Gray, un experto en la interpretación de monólogos.
El año pasado se estrenaron en Estados Unidos dos películas que desafían al espectador con su técnica. En Wrecked, de Michael Greenspan, Adrian Brody (quien se ganó el Óscar por 22 minutos en solitario para la cinta El Pianista, de Roman Polanski) interpreta a un hombre atrapado dentro de un auto con un cadáver, narrando su dolor frustración y confusión mientras intenta salir.
Asimismo, la japonesa Símbolo, de Hitoshi Matsumoto, plantea en tono cómico las vicisitudes del padre de una familia mexicana que se prepara en la lucha libre.
Por supuesto, existen menciones honoríficas para Wall.e, por dedicar un porcentaje importante de la cinta al extraordinario robot, haciendo una evocación mágica al cine mudo, y definitivamente para Catherine Deneuve en Repulsión, del mismo Polanski.