La ansiedad solo estropea las cosas

  • 24/05/2025 00:00
El cuerpo en alerta constante: nuestro organismo no está diseñado para vivir en un estado perpetuo de alarma. La ansiedad activa el “modo alerta” de nuestro cuerpo.

Preparando un workshop para una compañía desarrollé este tema. La consigna era brindar herramientas para Gestión de la Incertidumbre, que en este caso proviene de la preocupación por lo que no sabemos, por lo incierto. ¿Te suena?

En el torbellino de la vida moderna, la ansiedad se ha convertido en una compañera casi omnipresente. Una preocupación ocasional es normal y hasta útil, nos impulsa a prepararnos o reaccionar. Pero cuando la ansiedad se vuelve crónica, cuando su sombra se extiende sobre cada aspecto de nuestra existencia, puede sabotear silenciosamente (o no tan silenciosamente) todo aquello que valoramos. La frase “todo lo estropea la ansiedad” resuena con la experiencia de muchos, y no es una exageración trivial.

El cuerpo en alerta constante: nuestro organismo no está diseñado para vivir en un estado perpetuo de alarma. La ansiedad activa el “modo alerta” de nuestro cuerpo. El corazón se acelera, la respiración se vuelve superficial, los músculos se tensan y la mente entra en un bucle de pensamientos incesantes. Esta activación constante agota nuestros recursos físicos y mentales, dejando un rastro de fatiga, irritabilidad y una sensación de estar siempre al límite. Las prácticas como la respiración consciente o el microenraizamiento son fundamentales, precisamente porque nos ayudan a “apagar el modo alerta” y recordar a nuestro cuerpo que “estoy aquí, estoy a salvo”.

La mente tomada de rehén: la ansiedad es una maestra del engaño. Distorsiona nuestra percepción de la realidad magnificando los problemas y minimizando nuestras capacidades. Lo que debería ser una oportunidad se convierte en una amenaza, un pequeño contratiempo se transforma en un desastre inminente. Esta constante rumia mental nos impide pensar con claridad, tomar decisiones efectivas y concentrarnos en lo que realmente importa. La creatividad se ahoga, la productividad disminuye y la capacidad de disfrutar el presente se desvanece. La mente, en lugar de ser nuestra aliada, se convierte en una cárcel de preocupaciones.

Las relaciones se ven afectadas: además de perjudicarnos individualmente, la ansiedad también erosiona nuestras conexiones. Una persona ansiosa puede volverse más irritable, distante o excesivamente dependiente, dificultando la comunicación y el entendimiento mutuo. El miedo a ser juzgado, la preocupación por no ser suficiente, o la dificultad para estar verdaderamente presente en las interacciones, pueden crear barreras emocionales. El “estar en contacto” (como enfatizamos en @ome.world se vuelve superficial, perdiendo esa profundidad de presencia, vulnerabilidad y conexión genuina. La ansiedad nos aísla, impidiendo que cultivemos las relaciones auténticas que tanto anhelamos y que son cruciales para nuestro bienestar.

El sabotaje de la acción y el propósito: cuando la ansiedad toma el control, la parálisis es una consecuencia común. El miedo al fracaso, a lo desconocido, a no ser capaz, nos impide dar el primer paso o persistir en nuestros objetivos. Proyectos se postergan, oportunidades se pierden, y nuestro propósito se vuelve borroso. La ansiedad nos mantiene pequeños, dentro de nuestra zona de confort, impidiendo que despleguemos nuestro verdadero potencial y dejemos la huella que deseamos.

Reconocer y trabajar conscientemente en restaurar estados de paz y autocontrol es lo que hacemos a través de nuestros programas. Si eso resuena contigo, ¡escríbeme y trabajemos en ello en forma individual o corporativa!

¡Buen fin de semana!

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