La gran colaboración entre el arte y la historia: La gran develación

  • 15/06/2025 00:00
Lo que a primera vista suena como un relativismo es, en el fondo, un reclamo, el derecho que asume una generación para replantear problemas que los mayores no permiten que se haga.

Y aquí se une la historia y el arte, en este caso, la representación teatral, un medio perfecto para llegar a un público de todas las edades (como, efectivamente, tuve la oportunidad de comprobar), y se demuestra así que utilizando los recursos disponibles, excelentes actrices, convincente guion y medios audiovisuales, puede llegarse a un excelente resultado.

Recientemente se presentó en el Ateneo de la Ciudad del Saber, La Gran Develación, una obra teatral bajo la dirección de Maritza Vernaza, cuyo elenco estuvo conformado por Marisín Luzcando, Gloryana Reyes y Carlos Forbes. Además, tuvo la participación, como historiadores, de Marixa Lasso y de Paolo Vignolo. ¿Y por qué de historiadores? Pues la obra interviene en la historia, en un capítulo importante de la historia del país, que gira en torno al arribo de Vasco Núñez de Balboa al Mar del Sur (océano Pacífico), en 1513, y el monumento que se erige en honor a este soldado aventurero, en 1924, en la Ciudad de Panamá, bajo la administración del Dr. Belisario Porras (1856-1942).

Efectivamente, asistimos, en términos globales y, particularmente, en la región latinoamericana y caribeña, a una intensa revisión y cuestionamientos de las historias nacionales. Ya no son evidentes las narraciones históricas que sostenían una ingenua representación del pasado y, más aún, hoy día es insostenible, a pesar de las fuertes tendencias autoritarias y dictatoriales que marcan a nuestros países, legitimar un discurso único, como se afirma en la misma obra: “Es que hay varias formas de leer la historia, depende de quién la lea y qué cosas anda buscando”. Lo que a primera vista suena como un relativismo es, en el fondo, un reclamo, el derecho que asume una generación para replantear problemas que los mayores no permiten que se haga.

Y aquí se une la historia y el arte, en este caso, la representación teatral, un medio perfecto para llegar a un público de todas las edades (como, efectivamente, tuve la oportunidad de comprobar), y se demuestra así que utilizando los recursos disponibles, excelentes actrices, convincente guion y medios audiovisuales, puede llegarse a un excelente resultado.

Ciertamente, aquí no se trató de que el arte o la literatura reemplazara a la historia o viceversa, pues de lo que se trató fue de una verdadera colaboración entre ambos ámbitos, una colaboración que, por un lado, se articula con la justa apreciación crítica del historiador y, por otro lado, con lo que hace a la escritura (literaria o teatral) lo que realmente es: no la representación de la realidad, sino la representación, de la experiencia vivida o imaginada, por el ser humano, ya sea por uno mismo o por otro. En la obra no se habla de descubrimiento, ni de adelantado, pero sí de La Gran Develación, creando así, de partida, un parteaguas, pues no solo se trata de que Balboa, como europeo, haya visto el Mar del Sur por primera vez, sino que la estatua está cubierta con un manto que la cubre toda. Ella está sobre la escena, inmóvil, en una postura casi siniestra que irradia en el escenario.

Entonces, se escucha una voz retumbante, opresiva y femenina, que dice: “Hoy nos reunimos aquí para la gran develación de un nuevo monumento, una renovación del símbolo de nuestra identidad nacional. Pero antes de mirar hacia el futuro que este monumento representa, es justo y necesario volver nuestra mirada hacia atrás y reconocer el legado del monumento que le precedió”. La voz menciona esto desde su “virtualidad”, que habla sobre la “maravilla de la tecnología”, pero ya, desde el principio, se anuncia que las cosas no serán tan fáciles y lineales, pues la tecnología, esta “maravilla”, en este caso, un aparato de diapositivas no obedece a su voluntad: aquí hay el primer quiebre contra esta voz que pretendía ocupar todo el escenario de la representación.

Es así como la voz, dirigiéndose al público, pregunta para que alguien la asista con el aparato. Sube una mujer al escenario, “nerviosa, sonriente y se coloca en el centro”, y efectivamente, más que una asistente, la mujer, nos hace presenciar (y en ocasiones participar como público) a lo que vendría ser un contrapunto sobre el llamado descubrimiento del Mar del Sur. En efecto, la mujer se encarga de ir dinamitando los mitos, por ejemplo, de que la selva era virgen, como si en ella no viviera nadie, y así sucesivamente van cayendo los soportes de toda la narrativa lineal de la conquista, una narrativa que quería explayarse sin dificultad, sin fisuras, y sin contradicciones, una narrativa que es contrastada puntualmente hasta alcanzar la construcción del Canal de Panamá, donde se desplazaron pueblos enteros de la llamada selva virgen.

Pero la voz, al verse interrumpida una y otra vez, por esta mujer, dice al permitirle esta seguir con su narrativa, lo siguiente: “Gracias, ¡qué generosidad la suya! Ahora si deja de interrumpirme, intentaré volver al siglo XVI donde la gente todavía escuchaba al narrador...en silencio”. Esta frase cae sobre un fondo bien complejo, porque menciona una fractura del narrador tradicional, que ha perdido el soporte comunitario de su recepción, es decir, como diría Walter Benjamín en El Narrador (1936), la experiencia vivida, la sabiduría, es incomunicable en nuestro mundo de la información. Pero el tipo de narraciones lineales, repetidas en los textos escolares, son narraciones construidas, no sobre una experiencia vivida, pero sí sobre una experiencia institucionalmente retorcida. Y es así como la mujer, en su impulso de comunicarse con la comunidad, con el público, asume además el rol de la narradora al darnos una narrativa diferente, alterna, con todo el contenido de verdad de su propia representación: “El guía se movía por la selva como pez en el agua, seguido por los europeos. La selva lo reconocía y le abría paso, pero no hacía lo mismo con los forasteros, a esos... les metía zancadillas. Al ver que había llegado a su destino, el guía se detuvo y esperó al grupo.

Entonces, sin saber lo que esto significaría para la historia de la humanidad, apartó... ¿cómo fue qué dijo usted? ah! sí... apartó el espeso y oscuro manto de la selva y les enseñó lo que tanto anhelaban ver. Observó con curiosidad la mirada extasiada de uno de los viajeros que se había adelantado al grupo. Poco después llegaron los demás y se maravillaron ante la magnitud de lo que el guía les había revelado. Fue así que un 25 de septiembre de 1513, ocurrió la gran Develación del Mar del Sur.”

No puedo cerrar esta reseña sin hacer mención del excelente trabajo del elenco, de Marisín Luzcando, como la mujer, y Maritza Vernaza, como la viejita y Ponca, sin olvidar a Gloryana Reyes con la voz en off al final y Carlos Forbes como la estatua. Tanto Luzcando como Vernaza mantuvieron el pulso de una presentación que mantuvo al público en verdadero estado de interés y conmoción, donde incluso la risa frecuente de los niños se hacía sentir en todo el teatro. Nada se quedó por fuera y, mucho menos, la gran satisfacción de saber de que había sido una velada provechosa.

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