La vida de una rebelde

  • 22/06/2025 05:14
Juan Gabriel Vásquez le dedica una novela a la escultora Feliza Bursztyn (Bogotá, 1933 - París, 1982), quien supo unir el arte moderno con el contemporáneo.

En 1996, a los pocos meses de llegar a París, Juan Gabriel Vásquez cayó en las garras de una enfermedad desconocida. A la larga nada grave, pero al inicio fue lo suficientemente molestosa como para ir a un médico y después trasladarse al consultorio de otro galeno hasta que por fin acertaron con el diagnóstico.

Estar jodido de la salud es de por sí un contratiempo relevante como para encima sopesar ese trance sin lecturas mientras se espera en una clínica. ¿Qué leer para solventar la zozobra? En la maleta que lo acompañó de Colombia traía cinco novelas de William Faulkner, cuatro de Mario Vargas Llosa, las obras completas de Jorge Luis Borges y un libro de Gabriel García Márquez.

Optó por “Notas de prensa” porque era una recopilación de artículos cortos de Gabo publicados entre 1980 y 1984 que podía abrir en cualquier página. En la columna del 20 de enero de 1982 leyó: “La escultura colombiana Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10:15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restaurante de París”.

Ese fue el origen de su novela “Los nombres de Feliza” (Alfaguara, 2025), no solo porque nunca había oído hablar de este personaje fascinante, más allá de la curiosidad inmensa de saber que García Márquez la conocía tan bien como para dedicarle una columna entera y porque le inquietaron esas tres palabras extrañas: “murió de tristeza”.

Para saber sobre la vida y la muerte de Feliza conversé una mañana lluviosa con Juan Gabriel Vásquez en Guatemala, ciudad que el colombiano visitó como invitado del festival literario Centroamérica Cuenta, evento que ocurrirá en el 2026 en Panamá.

Ese joven en París aprendía a convertir la realidad en ficción, ¿escribir hoy una novela es una acción dominada o es una permanente incertidumbre?

Toda novela es una investigación en lo desconocido. No solo comienzo un libro sin saber para dónde voy, sino que con mucha claridad hay que decirlo: nunca sabes si una intuición novelística se va a convertir efectivamente en un libro. Igual que esas tres palabras inquietantes de esa columna, en los años siguientes me llegaron muchísimas más semillas y gérmenes de posibles libros y todos fueron desapareciendo, perdiendo interés, por la razón que fuera, menos este sobre Feliza.

Es el costado enigmático de la creación.

Así funciona el trabajo novelístico. Tiene un lado muy misterioso porque responde a factores irracionales, son esas razones por las que uno acaba escribiendo un libro y no otros. Tiene que ver con nuestros demonios, con los fantasmas que nos acompañan. Cada proyecto tiene un lado imprevisible y luego cuando ese proyecto parece imponerse, cuando una curiosidad pasa a convertirse en una obsesión, no queda más remedio que escribir ese libro.

¿Por qué no escribirla en la década de 1990?

Porque tenía la intuición de que me faltaba aprender un cierto tratamiento de personajes reales. Me faltaba descubrir cómo se utiliza el lenguaje de la ficción para hablar de una vida que existió. Y para eso era necesario que escribiera primero novelas como “La forma de las ruinas” (2015) y “Volver la vista atrás” (2020) que tienen personajes reales.

La ficción te convierte en un historiador del pasado colombiano.

Ese es un papel que siempre han tenido mis novelas o que siempre han querido tener. Es una responsabilidad que le endilgo a mis ficciones: la de contar un lado de la historia pública colombiana que no está en los libros de historia, que no está en el tejido visible de nuestros relatos colectivos que es lo que hace la novela.

¿Cómo se hace esa construcción entre hacer un libro novelado que respeta la ficción y que respete al personaje real?

Se trata de utilizar la ficción para contar algo que no contaría una biografía, que no contaría la Historia. Eso pasa con mucha frecuencia a lo que yo llamo la interpretación o la traducción de las vidas ajenas. Es hacer lo que decía Novalis que deben hacer las novelas: nacer a partir de las carencias de la Historia y de lo que la Historia no puede contar.

Feliza Bursztyn amaba con locura a Colombia, pero ese costado tradicional y conservador de los latinoamericanos no la trató con bondad.

La vida de Feliza fue un enfrentamiento constante contra todas las fuerzas que intentaban limitar su vida y que trataban de definirla a ella. Su vida fue una constante rebelión contra las definiciones ajenas, un constante grito que era básicamente: ‘yo quiero definirme a mí misma’.

Ese enfrentamiento de Feliza tuvo varios frentes de batalla.

Sí, se aplicó en el campo religioso y en el familiar. Al enfrentarse a su marido que no quería permitirle ser la artista que ella quería ser; en el campo de su identidad femenina, ella quería ser mujer en sus propios términos y no estaba dispuesta a aceptar las restricciones que un mundo machista le ponía en el camino.

También en esas restricciones debemos incluir lo artístico y lo ideológico.

Sí, Feliza practicaba un tipo de arte escultórico que no fue bien recibido y que no fue bien comprendido. Le tocó abrirse espacio venciendo muchos prejuicios. En el campo político, era una mujer burguesa de simpatías abiertamente de izquierdas, pero que quería ser de izquierda en sus propios términos. Quería ser de izquierda, pero condenar la violencia política y condenaba el uso de las armas para lograr cambios políticos. Quería ser de izquierda, pero no quería pertenecer al Partido Comunista.

Feliza Bursztyn era una rebelde consumada.

Siempre estuvo rebelándose contra todo lo que implicaba una limitación a su libertad, a su libertad de ser lo que ella quería ser en todos los campos de la vida. Y eso generó un desgaste porque murió con 48 años. García Márquez dice que murió de tristeza. Para mí ese es uno de los nombres posibles del desgaste que sufrió por una vida dedicada a romper camisas de fuerza que la sociedad le imponía.

De haber nacido en el siglo XXI, ¿esas camisas de fuerza serían distintas?

Sí, inevitablemente. No digo que no hubiera tenido que dar esas batallas, porque las mujeres siguen dando batallas contra los límites impuestos por una sociedad que sigue siendo machista, pero hay diferencias de grado absolutamente evidentes. Negarlo sería decir que la vida de una persona como Felicia Bursztyn no contó para nada, y no es verdad. Ella abrió caminos por los que después han transitado otras mujeres y sería ingrato no reconocerlo.

Es una metáfora interesante que los materiales que usaba para sus esculturas fueran chatarras y desechos.

Tiene mucho que ver con la corriente del arte pobre que empezaba a tomar cierto protagonismo en su época. Hacer arte con materiales innobles, por decirlo así. No fue en el caso de Felisa solamente una declaración estética. Su mensaje fue que todo sirve para convertirlo en otra cosa, que todo es digno de la mirada y el trabajo del artista, y todo material, venga de donde venga, puede servir para crear novedad y belleza.

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